2009/12/22

EL DURMIENTE

CLAUDIO BRAVO (Alfombra roja)


El Durmiente puede pasar muchos años en estado de letargo, fuera del mundo, como un oso polar, un murciélago o una marmota. Cuando al fin despierta descubre que sus amigos, sus hermanos y conocidos se han casado y pasean carros de niños, que han visitado el Nepal, Groenlandia o las islas Galápagos, que han cambiado de ciudad o de trabajo, que han engordado o adelgazado, que están enfermos o perdieron el pelo.

El Durmiente los mira incrédulo pues le parece haber estado con ellos unos pocos días antes y que eran bien distintos. Él no ha hecho nada en ese tiempo salvo dormir y consumir el azúcar y la grasa que su cuerpo almacenaba. Por eso está tan delgado y fibroso como un muchacho famélico o un acróbata de circo.

Su casa acumula pelusas y polvo. Por los techos, ángulos y esquinas se mueven arañas, caracoles y minúsculos gusanos blancos. El Durmiente, como un alma atormentada por la duda, oscila entre dos caminos, dejarlos vivir a sus anchas, respetando su derecho a la existencia o asesinarlos fríamente con papel de baño o con insecticida.

Dormir, en realidad, le resulta indiferente. Lo que le gusta al Durmiente es soñar con largos viajes, con tener hijos y esposa, con asistir a fiestas, con vivir en otro país o comprarse una casa a crédito. Así, soñando, se adormece de nuevo y va entrando en una plácida hibernación que lentamente le acerca a la muerte.



2009/12/09

BOCAS LLENAS DE ALFILERES

OSWALDO GUAYASAMÍN (Maternidad)


La vida de Andrea era una carrera hacia sí misma. Nadie era su enemigo, cada ser que se movía a su lado no era sino un espíritu dentro de un cuerpo hermoso, repulsivo o anodino, un hermano en su camino por el mundo, un viajero de las estrellas.

Los demás eran muy importantes en su vida. Quería apasionadamente a Olivo, su pareja, a sus padres y a sus tres hermanas. Se sentía afortunada en su trabajo, tenía cinco o seis amigos de verdad y la gustaba rodearse de gente distinta y poder escucharlos, pues consideraba que cualquier ser humano la superaba en algún aspecto y le podía enseñar algo. Pero ninguno de ellos, ni siquiera Olivo, su compañero, eran su fin en el mundo ni tenían poder sobre su alegría o su felicidad. Ella marcaba sus propios límites, pues sabía que ellos solo la acompañarían un tramo su vida. Ella, y nadie más en el mundo, eran su razón de ser y su destino.

Sin embargo, el día que perdió a la pequeña criatura que llevaba en su interior, la boca se le llenó de alfileres. La había sentido dentro de sí, como un pulso discontinuo, como una corriente marina, como cae la nieve. Contra la opinión de todos, pidió ver su cuerpo minúsculo. Acudió a una pequeña sala muy iluminada y se quedó mirándolo largamente, desgarrada por una tristeza infinita.

Su vida se desbocó para siempre. No quiso ningún otro niño que ocupara el lugar de aquél. Se sentía deprimida y triste. Acudía a trabajar y realizaba sus tareas cotidianas, pero casi no hablaba con nadie. Olivo la consolaba atento y dispuesto. Permaneció así varios años, con él siempre a su lado, como un ángel custodio, hasta que empezó a sentir una pequeña mejoría.


Han pasado muchos años desde entonces. Andrea ha iniciado un lento camino de vuelta a sí misma. Lee, pasea, medita o habla con sus amigos de siempre, pero nunca ha logrado asimilar su dolor. Su boca aún está llena de pequeñas alfileres que la despiertan cada noche, como una tormenta infinita que habitara en su cerebro.



2009/12/08

EL CÍRCULO DE FILÓSOFOS DEL CAFÉ KARNAK

MAXFIELD PARRISH (The Venetian Night Entertainement)


Los domingos por la noche, en el Café Karnak se reúne un pequeño grupo de filósofos insomnes. Ese es un día extraño para muchos, una pausa gris en sus vidas, y aún lo es más su noche, que presagia la vuelta, pocas horas después, a una existencia rutinaria. Cuesta cambiar el paso, acostumbrarse de nuevo a la vida monótona y vulgar.

Esa noche, son muchos los habitantes de la ciudad que no pueden dormir. Entre todos ellos, a veces, quienes tienen la suerte de vivir cerca del Café Karnak deciden levantarse, vestirse, salir a la calle y asomarse a su puerta. La cita de la noche del domingo se ha convertido en un encuentro casi obligado para ellos, por grande que sea el cansancio acumulado durante el fin de semana.

Allí, esos filósofos desvelados, hombres todos ellos, hablan de sexo, de fútbol y política, como hace a todas horas una mayoría indolente de los individuos de su género, pero también, de un modo sorprendente, pasan un tiempo considerable enfrascados en charlas sobre otros temas muy diversos, íntimos o incluso trascendentales.

La actividad que más agitación despierta en estas reuniones, sin embargo, son los desafíos y las apuestas. Los filósofos se marcan extraños retos para los días siguientes, imaginan planes descabellados, se señalan curiosas tareas y quehaceres, se involucran los unos a los otros en aventuras extravagantes, llenas de imaginación. El domingo siguiente, el día de la próxima cita, deberán rendir allí mismo las cuentas de sus éxitos y sus fracasos.

Las reuniones del Círculo, a menudo, parecen una terapia divertida y alocada, sin teorías psicológicas que busquen explicaciones complejas ni facturas escandalosas de expertos en embrollar la mente humana. Son un maravilloso escape a sus vidas, una revolución interior, una puesta en común de sueños truncados, de proyectos incumplidos, de planes de una vida maravillosa.

Yunan es el más joven del grupo de filósofos, el último en unirse a ellos. Acudió al café porque se había enamorado platónicamente de una mujer y había extraviado el sueño. Se encontraba paralizado y no sabía qué hacer. Inmediatamente, el resto de filósofos trazó un plan que el muchacho debía cumplir paso por paso. En un principio, Yunan se sintió avergonzado, pero al día siguiente cumplió lo pactado. La mujer, para su sorpresa, le llamó y aceptó una cita. Desde entonces, duerme abrazado a ella cada noche, dichoso y tranquilo, como si estuviera abrazado a una parte de sí mismo.

Yunan ha recuperado el sueño, pero los domingos a medianoche sigue acudiendo a las reuniones del Círculo. Se sienta entre todos los asistentes, un tanto ausente y se queda mirándolos, uno por uno. Escucha sus nuevos retos, sus ilusiones, sus amores y sus sueños y piensa en un plan ingenioso que permita hacerlos realidad, por encima de los obstáculos de la triste realidad, de la educación y la vida.


2009/11/26

LA MONTAÑA DEL DRAGÓN

WALASSE TING (Cheveux Bleus)


Dos semanas después de tener la primera noticia de su enfermedad, Siv, que había pasado ese tiempo deprimida y sola, se susurró a si misma: “Aún respiras, aún late tu corazón. Todavía tienes un soplo de vida, todavía perteneces al mundo”.

Ese día, con gran esfuerzo, ascendió a la Montaña del Dragón, el lugar donde sus padres la habían engendrado. No había estado allí desde hacía veinticuatro años, con su primer novio, que, como hicieron sus padres, le hizo el amor entre sus árboles. Cuarenta semanas después nació Zi, su única hija, la luz que iluminó su vida desde entonces.

Su padre le había contado la historia del lugar. Jamás había existido en esa montaña un dragón, y si alguna vez lo hubo fue una animal grande y bueno, tal vez un poco ingenuo y bobalicón, que no asustaba a nadie. Si vivieron en ella, sin embargo, guerrilleros, fugitivos y monjes taoístas, que buscaban la unión del cielo y el infierno, de la muerte y la vida.

En la cima de la Montaña se encontró con un anciano vendedor de amuletos. A cambio de un solo yuan el hombre dio a Siv una hermosa piedra irisada, que debía llevar como un colgante, junto a su pecho, día y noche. El vendedor le dijo: “Si haces lo que deseas, salvarás tu vida” .

En el camino de vuelta, Siv se detuvo varias veces, pensativa. Ya en su casa, pasó la tarde meditando. Después, de madrugada, apuntó en su agenda electrónica algunas frases cortas, sus mayores deseos, sus antiguas ilusiones extraviadas, las personas que amaba y a cuyo lado derrocharía, días, semanas o años de vida. Más tarde, con lágrimas en los ojos, hizo muy despacio la maleta y esperó la llegada de Zi, su hija, como se aguarda los pasos del ser más querido o los dulces besos de un amante.


2009/11/16

LA MUCHACHA QUE AMABA LOS RELÁMPAGOS

KAYCEEUS


Margot observaba el cielo cada día, esperando ver formarse nubes de borrascas. Desde muy pequeña no veía dibujos animados o películas de mundos fantásticos sino espacios meteorológicos o documentales sobre ciclones y tempestades.

En el pequeño pueblo donde vivía con sus padres las tormentas rompían con gran intensidad sobre sus cabezas. Margot se asomaba a la ventana de su cuarto para verlas aproximarse. Allí contaba los segundos que transcurrían desde el brillo intenso del fogonazo hasta que la explosión violenta del trueno rompía el cielo.

Cuando la feroz tormenta estaba encima de su casa salía a verla, evitando los árboles y los objetos de metal, y permanecía inmóvil mirando al cielo nublado, empapándose de lluvia. En esos momentos se creía un ser superior, una hija de las auroras boreales, un pequeño átomo que se hubiera desprendido de las nubes.

Sus padres, preocupados, la pusieron en tratamiento. Sin embargo, la conclusión del médico psiquiatra que la atendió fue que Margot era de una inteligencia completamente normal y que nada en ella funcionaba de un modo extraño. “Es el mundo el que no va a su ritmo” concluyó el experto. Ya que no podía recetar tranquilizantes o antidepresivos a todo el planeta tampoco le pareció conveniente prescribir a Margot ningún medicamento, y solo le dio un consejo: “no dejes jamás que te menosprecien ni permitas que crezca en ti un ego desmedido”.


Con el paso de los años Margot empezó a trabajar como empleada de parques y jardines para el gobierno local. Después se casó y tuvo una hija a quien llamó Waitiri, como la temible diosa del trueno maorí. La niña, aún muy pequeña, veía la televisión durante horas y adoraba los videojuegos. Sin embargo, cuando escuchaba el sonido lejano de una tormenta, abandonaba de repente todo lo que estuviese haciendo y se quedaba absorta, como si escuchara una música maravillosa o aguardara la visita de un ser de otro mundo.




2009/11/10

LA ISLA DESIERTA

LA PLAYA KOVALAM EN KERALA (INDIA)


Cuando Jean Harispe, un viejo capitán de barco de Ciboure y los once hombres que lo acompañaban llegaron a la Isla Desierta no encontraron en ella a nadie. Tan solo la recorrían lagartijas y pequeñas aves. Sin embargo, su vegetación era muy variada: castaños, laureles, rododendros, digitales, hortensias, frutales silvestres y una gran variedad de arbustos y flores.

Con el tiempo, la primera comunidad de la isla se fue ampliando con la llegada de nuevos aventureros: franceses, españoles, holandeses, negros traídos por la fuerza desde África y jóvenes esclavos bereberes, que compartían sus vidas con diversos animales, sobre todo perros, asnos y caballos. Muchos que buscaban riquezas se fueron al no encontrarlas. Quienes escapaban de su vida anterior también acabaron marchándose, pues tuvieron las mismas dificultades que en sus lugares de origen, ya que su pasado viajaba siempre con ellos.

Junto a aquellos viajeros llegó a la Isla Desierta Jesús Abín, un fugitivo, un emigrante político. Abín era escritor sin suerte y activista de izquierdas. Había escapado de la cárcel en España, pagando una elevada cantidad de dinero como pasajero secreto en un barco que hizo escala en la isla, camino de la costa africana.

Jesús llegó hasta aquel lugar abatido y triste, delgado y enfermo por las privaciones, las torturas y el terror que había sufrido a manos de la policía y los guardias de prisiones. Al principio recorría los muelles y sus tabernas buscando con avidez noticias de sucesos políticos, de revoluciones o algaradas. Poco a poco, sin embargo, se fue olvidando de todo ello. Compró una casa en las afueras y se fue a vivir con una chica mulata, hija de esclavos, con la que recorría los muelles al atardecer, agarrando fuertemente su mano y con la que se entregaba a exaltadas noches de amor.

Jesús Abín escribía sin parar, rodeado de los hijos que poco a poco fueron viniendo, que trataban constantemente de robar su atención. Los temas de sus escritos, llenos al principio de un ardor turbulento, se fueron sosegando. Fueron virando, muy poco a poco, de la opresión capitalista y las maldades de un sistema represor al amor a la naturaleza, a los montes y las grandes cascadas, al aire azulado, al océano, a su mujer y sus hijos, a los buenos compañeros que le proporcionó la vida, a su amigo interior.

Años después, ya viejo, sin haber vuelto jamás a su tierra, apenas la echaba en falta. Tampoco pensaba en la lucha de clases. Absorbido por las tareas diarias, no tenía tiempo para revoluciones ni para nostalgias. Solo escribía cortos poemas de amor y el resto del tiempo se dedicaba a labrar la tierra y a hacer surcos en la dura piedra para que el agua llegase a sus humildes sembrados.

De noche, a la luz de la luna, que se recortaba sobre el mar, Jesús miraba a su mujer, no tan bella como entonces, pero una parte esencial de su vida, un pedazo de su mismo cuerpo, un espíritu de las estrellas que había decidido posarse en la Isla Desierta y no apartarse jamás de su lado.



2009/11/05

EL PALACIO DEL AZAR

OLIVER FOLLMI


Todos visitamos un día, cuando éramos niños, el Palacio del Azar. Lo mismo da que fuéramos los hijos de un ministro del Gobierno o que creciéramos en un barrio humilde, de chabolas destartaladas. Todos hemos estado allí, todos hemos visto ese lugar, y pasamos el resto de nuestra vida anhelando, sin saberlo, volver a visitarlo.

Cuando acudimos de nuevo en su busca, sin embargo, nos encontramos las puertas cerradas. Ya no somos los chiquillos ingenuos que fuimos, sino una amenaza, un peligro para su supervivencia. Las ballestas y las armas de fuego nos apuntan desde las torres, las almenas y las troneras abiertas en los muros. No sabemos quien se oculta tras ellos, quienes son los soldados que lo protegen ni a quienes guardan en su interior, defendiéndolos de nosotros, pero intuimos que quienesquiera que sean habitan un mundo mágico y que son felices de una forma que ya no está a nuestro alcance.

Tal vez vivan en él aquellos que jugaron con nosotros de niños y se quedaron allí para siempre, atrapados en los engranajes oxidados del tiempo o los que fueron violentados o acribillados a insultos, a golpes, disparos y bombardeos. Para cruzar sus puertas, intuimos, es necesario un pasaporte sin imágenes sonrientes, sin firmas, direcciones o huellas dactilares, un documento de aire y de sol, una sola palabra mágica que nunca supimos o que olvidamos hace tiempo.

Probamos cada día nuevas contraseñas, hacemos piruetas delante de los puentes levadizos o ensayamos caras bondadosas e inocentes, para probar nuestra pureza, pero la puerta permanece cerrada. ¿Se abrirá en par tras la muerte, cuando seamos de nuevo mujeres y hombres libres, niños sin pecado, pequeños duendes desprendidos de la aurora boreal, de la cola de un cometa?.



2009/11/01

PRINCESAS ALIENÍGENAS

VICTOR BRAUNER (Nude and Spectral Still Life - La Vie intérieure)


La belleza no es algo absoluto. Todos la valoramos de un modo unánime en determinadas ocasiones, ante un paisaje maravilloso, una obra artística o una persona de cuerpo esbelto y rasgos perfectos. Otras veces, sin embargo, lo que a nosotros nos parece hermoso a otros les resulta extraño, indiferente o incluso desagradable. Nadie más que nosotros se fija en esa libélula que flota ante nuestros ojos, en una pequeña flor imperfecta, en el hombre o la mujer que nos hace perder el norte y el sur, el pasado y el presente.

A Jacobe nunca le fue demasiado bien con las princesas terrestres. Conoció a muchas, pero no llegó a comprometerse con ninguna de ellas. Cada nueva candidata parecía perfecta a los ojos de sus familiares y amigos, pero él las rechazaba sin tan siquiera intentar una mínima aproximación.

Sin embargo, a los cincuenta y dos años conoció a Adhara, la mujer de su vida, su princesa alienígena. No hubiera sabido identificar su planeta de origen, si provenía de Venus, de Marte, de Plutón o de Deneb, la estrella más brillante de la Constelación del Cisne. Era una lástima que ya fuera tarde para que tuvieran hijos. Hubieran sido unos extraterrestres preciosos, con dos narices y cuatro brazos, con una sonrisa estelar y una mirada tan profunda como un agujero negro.

La vida le negó la paternidad, uno de sus mayores deseos, pero le proporcionó, en cambio, una pasión sencilla y misteriosa, una felicidad secreta que fue para él más valiosa que cualquier posesión material. Esa felicidad, sin embargo, solo le duró once años. Tras este tiempo, cuando él tenía ya sesenta y tres, la princesa enfermó, tal vez a causa de algún extraño virus contra el que los habitantes de su lejana luna no estaban inmunizados y se fue extinguiendo poco a poco hasta que abandonó este planeta, camino de algún lugar desconocido del cosmos.

Jacobe es inmensamente desgraciado desde entonces, pero siente que su vida se justifica plenamente por haber conocido a Adhara. A menudo siente su presencia cercana, como si aún durmiera a su lado, como si se la pudiera encontrar esperándolo a la salida del trabajo o como si fuera a recibir en cualquier momento su llamada telefónica.

Últimamente Jacobe ha observado un extraño suceso. Si desea algo con fuerza y piensa en ella siempre, tarde o temprano, lo obtiene. Ha logrado progresar en su trabajo, se mantiene sano y fuerte, tiene dinero y amigos, ha comprado una hermosa casa junto al mar, con un jardín de grandes camelias, las flores favoritas de Adhara. Desde allí, cada noche, mira a las estrellas y olvida por un momento sus pensamientos amargos. En ese momento no desearía otra cosa que ser un ser del espacio, un caballero alienígena que recorriera el firmamento en su busca, sin regresar jamás.



2009/10/27

CADA UNO FABRICA SU CUERPO

HENRI DE TOULOUSE-L AUTREC (Seated Dancer in Pink Thigts)


Cada uno diseña su vida, cada uno fabrica su cuerpo. Con el paso del tiempo las toxinas se acumulan en el vientre, en la piel, en el rostro. Las piernas se hinchan, suaves líneas anaranjadas atraviesan el arco de los ojos, desgastan los labios, marcan con líneas quebradas el pecho y el cuello.

Cada uno construye su alma, la acuna con palabras de amor o de odio, la dibuja con negras tormentas, la flagela con golpes de sangre, con viejos rencores, la abriga en las noches adversas, cuando nada tiene sentido, cuando la vida nos muestra su rostro ennegrecido, sus rasgos oscuros.


2009/10/14

EL SENDERO DE LAS LAMIAS

WALASSE TING (Deux dames)


La sinceridad no es un deber ante los otros, sino un regalo que nos hacemos a nosotros mismos. Las mujeres y hombres que se exponen como son, sin dobleces, sin trampas, quienes muestran sus cartas, los que actúan con nobleza y prestan su ayuda a cualquiera, son magos maravillosos que transmutan la vida, duendes o hadas, príncipes y princesas que heredaron un mundo perdido.

Estas lamias de ojos hermosos abren sus sentidos para escuchar sus entrañas, para oler y morderse las manos, para sentir el latido de la sangre en su cuello. Solo creen en aquello que habla a través de ellas o de su entorno mágico. Su oráculo son los árboles, las estrellas, los insectos que vuelan a la altura de sus ojos, el susurro del viento en sus mejillas.

Estos apuestos elfos de bellos rostros son obreros, empleados o estudiantes, príncipes desgarbados que no maltratan a nadie salvo para defenderse si un peligro mortal los acecha. Eluden las disputas, no hablan mal de los otros, no castigan o insultan, no condenan a oscuras mazmorras o a torturas impensables a quienes defienden su derecho de frente y con la mirada elevada. Sirven a sus súbditos bebidas, manjares y los confortan en los momentos tristes que la vida nos ofrece a todos, reyes o lacayos.

Estos y estas humildes aristócratas vagan de incógnito por los viejos arrabales, vestidos modestamente, y su único afán es sonreír a los niños y a las estrellas, descubrir nuevos sabores y planetas, percibir el instante que se posa en los átomos de sus dedos, aguardar el paso de los espíritus, explorar el sendero secreto que nos lleva a un lugar desconocido donde nada, salvo la misma vida, importa.


2009/09/29

EL MAESTRO DE SORTILEGIOS

CLAUDIO BRAVO (Chilaba azul)



Mamo, el Maestro de Sortilegios, se cree incapaz de lograr el más humilde de sus propósitos. Quiere tener mujer e hijos, como un hombre clásico de años atrás y quiere trabajar en el cine de animación o en la construcción de marionetas, pero está solo y dedica el día y la noche a su empleo en una aburrida caja de aparcamientos.

A veces discute con los clientes que han extraviado un ticket o un recibo o que simplemente no pueden pagar. Algunos de ellos le insultan o le amenazan con temibles venganzas. Mamo toma nota y los deja partir, reteniendo sus datos en la mente, apuntando en su memoria prodigiosa el color de su pelo, la luz de su sonrisa, el rictus de su enfado desmedido.

Aunque no lo parezca, Mamo es un auténtico maestro de sortilegios. Es incapaz de cambiar su vida y sin embargo interviene en la existencia de los otros provocando ráfagas inesperadas de suerte, accidentes, enamoramientos o desgracias. Hace brotar monedas y billetes bancarios en sus bolsillos, pone hombres y mujeres hermosos en sus vidas, obtiene trabajos soñados para los otros, pero su propia desesperanza, su desdicha lo mata.

Muchos se dirigen a él y buscan ser sus amigos, pues saben que eso mudará sus vidas por completo. Acuden a medianoche a su cabina de aparcamiento y aguardan un instante de calma en la tarea para pedir su ayuda. Mamo observa las luces fluorescentes, entrecerrando los ojos, escucha el lejano ruido del tráfico y después se sumerge en sí mismo. Los cambios deseados ocurren durante los días siguientes, sin falta.

Los días pasan. Los años caen sobre él como hojas muertas. Ya de mañana, Mamo regresa a su casa, cabizbajo. Intenta para sí, como ha hecho mil veces, lo mismo que resulta efectivo con los otros. Se sumerge en sí mismo e imagina su vida perfecta. Pero nada cambia. Nadie le aguarda en su piso vacío y las imágenes animadas que recorren su mente se disuelven en el aire de septiembre, como finísimos rayos de luna.



2009/09/28

EL TALLER DE RICKSHAWS

OLIVIER FÖLLMI

A los 62 años, Ghani conoció, en un centro de acogida del barrio de Baranagar, en Calcuta, a Amma, la Diosa de las Basuras, la mujer que había estado buscando durante toda su vida.

El centro estaba coordinado por voluntarios europeos y norteamericanos, la mayoría muy jóvenes, que habían acudido a la India buscando a sus vidas un sentido distinto de la mera posesión de dinero y la acumulación de objetos. Ghani realizaba para ellos trabajos de carpintería y mantenimiento en el tiempo libre que le dejaba su pequeño taller de rickshaws.

Los trabajadores del centro habían recogido a la mujer en la calle, donde vivía en la más absoluta miseria, cubierta de suciedad y de llagas. La curaron y limpiaron, le dieron de comer y le lavaron el pelo. Amma, a pesar de su terrible pobreza y abandono, era una mujer inocente y altiva, con cientos de pequeñísimas arrugas que atravesaban su rostro como las calles de una ciudad o los senderos en un bosque.

Ghani, nada más verla, se enamoró de ella. El hombre tenía tres hijos, ya mayores, de su anterior esposa, con la que se había casado por un arreglo entre familias. Sin embargo, él creía en el amor verdadero. Pensaba que la vida, a cualquier edad, es un teatro mágico y que la vejez no era sino un viaje a un lugar desconocido, que aún le podía ofrecer, cada día, nuevas sorpresas.

Dos meses después Ghani se casó con Amma. Los dos abandonaron el centro de acogida para dirigirse a la casa del hombre. Los hijos de él trataron de alertarle sobre las intenciones de la mujer, muy enfadados porque su padre se hubiera casado con una mujer pobre.

Amma asumió el mando del hogar. Puso en la entrada de la casa la foto de su antigua dueña y cada mañana le ofrecía libaciones y plegarias, pidiéndole perdón por haber ocupado su morada. Después entonaba rezos y salutaciones a los dioses hindúes, y de un modo especial a Shiva, el Señor de la Danza Cósmica, el destructor y transformador de toda la creación.

Ghani trabajaba todo el día en el taller, donde acudían los conductores de rickshaws de los alrededores. No regresaba a su casa hasta la tarde, y lo hacía lleno de ilusión, pues allí lo esperaba Amma, su única diosa.

Cuando Ghani murió repentinamente, sus hijos, que apenas lo habían visitado duante los últimos años, iniciaron un pleito contra Amma para que abandonase la casa. Esta, a pesar de ser la legítima heredera, no opuso resistencia. Recogió sus cosas en una bolsa y volvió a la calle, a vivir entre las basuras. Solo se llevó el collar de piedras sagradas que le había regalado Ghani el día de su boda y una pequeña imagen de Shiva, el dios de los múltiples brazos, su protector.

Tal vez fue él, Shiva, quien la condujo de nuevo ante las puertas del hospicio donde había conocido a Ghani y la hizo llamar con fuerza, a medianoche, exhausta y aterida, cansada de luchar contra las fuerzas invencibles del amor y la muerte.  




2009/08/11

CONSEJOS PARA EVITAR HURACANES

MONJES BUDISTAS


No se sienta nunca a salvo. Si no se ha levantado el viento a su alrededor en los últimos años, eso no significa nada. La naturaleza y el destino juegan con los seres humanos como nosotros lo hacemos con las hormigas o las hojas secas.

Desarrolle su instinto animal. Los animales presienten el peligro. Conviértase en una mangosta, en un gato, en una vaca, en una serpiente de coral, mire al mundo con los ojos de una cebra o un jaguar. Aprenderá a presentir los terremotos, las lluvias torrenciales, los tsunamis y los huracanes con horas de adelanto, lo cual le permitirá resguardarse y proteger a los suyos, confundiendo a voluntad, si así lo desea, a sus enemigos.

Escuche al viento. Tal vez no consiga oír nada, tal vez en realidad no le diga gran cosa, pero quizás, desde las células más recónditas del cerebro, que aún no han sido descubiertas por ningún anatomista, le llegue un extraño mensaje que puede que confunda con el llanto apagado de un recién nacido o con el eco de una música lejana.

Un último consejo: por si acaso, aprenda a flotar en el aire. Practique en sus ratos libres. Déjese llevar por las ráfagas de viento, le encantarán los remolinos, llegará a adorar las ventiscas. Escogerá para sus vacaciones las rutas de los tifones, las tempestades y las borrascas. Tal vez entonces descubra que todos somos uno: hombres y mujeres, niños o ancianos, mamíferos y flores, morsas, manatíes y salmones, que todos podemos planear en el viento como las gaviotas, como los estorninos o las grullas o que somos, simplemente, aire.



2009/07/26

FOTOGRAFÍAS ANTIGUAS

GEORGE BERNARD SHAW EN MADEIRA


¿Qué nos dicen las fotografías antiguas?. Que salgamos a la calle, que vivamos con avidez, que extraigamos a la vida todo su jugo, ya sea dulce o ácido, que no perdamos el tiempo, que disfrutemos de cada segundo, que entremos una y otra vez en el torbellino de los viajes, de los nuevos amigos, del amor, la alegría o incluso la enemistad, hasta que nuestros cuerpos no sean más que desgastadas imágenes de plata.




En esta antigua fotografía, el escritor irlandés George Bernard Shaw aparece aprendiendo a bailar el tango en los jardines del Reid's Palace Hotel de Funchal, Madeira. Era el año 1925, el mismo en que sería galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

Al llegar a Madeira, Shaw recibió la terrible noticia de que su íntimo amigo William Archer había muerto de cáncer. Unas semanas antes, Archer le había escrito una carta en la que le hablaba de la intervención quirúrgica que debía afrontar.

“Mañana me ingresan en el hospital. Me siento optimista porque pienso que tengo muchas posibilidades de salir adelante. Nunca he dejado de admirarte y agradezco enormemente al Destino haberme permitido ser tu amigo. Siempre tuyo, W. A.”

Shaw se sintió desolado al conocer la noticia y durante las seis semanas que duró su estancia en la isla se dedicó a escribir sin descanso, dejando prácticamente a un lado la vida social. Sin embargo, en cierta ocasión decidió acudir a una clase de tango. Su pareja de baile, con quien aparece en la imagen, fue Miss Hope du Barri.

Al dejar Funchal, Shaw regaló a su instructor de danza la foto firmada con esta inscripción: “Al único hombre que me enseñó algo”.



2009/07/17

INICIACIÓN A LA VIDA ASCÉTICA

GRAN CAÑÓN DEL COLORADO


En Cleveland, ciudad situada a orillas del lago Erie, azotada con fuerza inusitada por la reciente crisis inmobiliaria, Julius Hoffman, operario de una empresa de limpieza y reforma de edificios perdió inesperadamente su trabajo. Por aquel entonces Julius pesaba 110 kilos y tenía una tripa prominente, que recordaba a la de una mujer embarazada, debido sin duda a su nula afición por practicar ejercicio y a sus excesos con la comida y la bebida.

Su mujer, Sandra, una hermosa muchacha que, al contrario que Julius, era delgada y de escasa estatura, se pasaba el día sermoneando a su criada hondureña y gastando buena parte del dinero de la pareja en ropa, maquillaje y lencería. Unas semanas después de que su marido fuera despedido lo abandonó de repente, dejando apresuradamente la casa familiar, poco antes de que fuera embargada por impago de la hipoteca. Cuando Julius, a su vez, abandonó la casa, pudo observar que el barrio se estaba convirtiendo en un lugar fantasma, pues eran muchos los que se encontraban en una situación similar a la suya.

Hoffman decidió buscar trabajo en Chicago, pero no encontró una ocupación que le interesase. Después, en una decisión repentina, recordando a los personajes de los libros de Jack Kerouac, sus héroes de juventud, decidió partir hacia California, siguiendo la mítica “Ruta 66”, como hicieron antes Tom Joad, el protagonista de “Las uvas de la Ira” y otros muchos durante la Gran Depresión.

En el camino, Julius contempló violentas tormentas de polvo, visitó poblados indios y criaderos de reptiles. Cerca de Saint Louis fue a ver las cuevas Meramec, donde según decían, se había refugiado Jesse James.

Julius Hoffman atravesó el desierto de Arizona y cuando llegó al Gran Cañón, emocionado, rompió a llorar. Incluso, durante un instante fugaz pensó en arrojarse desde lo alto y acabar con su vida. Le parecía el lugar más hermoso del mundo. Sin embargo, superó la tristeza que lo acompañaba durante los últimos meses como una estela sombría y decidió continuar con su viaje.

Al llegar a California, sin embargo, no fue hacia las playas del sur, sino que se dirigió a una zona boscosa situada al noroeste de San Francisco, donde se instaló en una pequeña casa que alquiló con el escaso dinero de que aún disponía. Tenía en mente iniciar una vida similar a la de Henry David Thoreau, escritor y filósofo que vivió varios años en la naturaleza.

Allí, Julius llevó una vida austera y frugal. Realizaba pequeñas labores de carpintería y mantenimiento de edificios para sus vecinos que le proporcionaban amigos y pequeñas cantidades de dinero. El resto del tiempo lo dedicaba a leer, a escribir y a contemplar la naturaleza.

Su tripa prominente fue desapareciendo poco a poco. Llevaba una alimentación prácticamente vegetariana, hacía ejercicio y meditaba con frecuencia. A veces visitaba a una joven viuda que vivía con sus hijos en una casa cercana. Hablaban del campo, de arte, de filosofía, de viajes, de educación y de los problemas del mundo. De vez en cuando, Julius, se quedaba allí a pasar la noche, abrazado a aquella mujer, como si la vida se redujera a un momento de felicidad pasajera, como si el sexo no fuera más que un abrazo infinito.


2009/07/13

HABITACIONES INTERIORES

NORMAN ROCKWELL (Body building)

Al cumplir 40 años Cesare decidió hacer un viaje introspectivo. Fue en avión desde Roma hasta La Habana y una vez allí se dirigió al hotel que había reservado en Cayo Guillermo, un islote de la costa atlántica de Cuba, no muy frecuentado durante aquella época del año.

Allí, entre baños de sol y de mar, hizo una profunda reflexión sobre su vida. Estaba solo la mayor parte del tiempo, si bien visitaba a menudo los bares y los chiringuitos cercanos, terminando casi siempre en la habitación de su hotel con alguna joven muchacha de la zona, después de pagar unos dólares a los guardas de seguridad.

Se daba cuenta de que estaba completamente solo en el mundo, aunque no le faltaban amigos, pero no creía que ninguno de ellos llegase a arriesgar su vida por él, ni tan siquiera a sacrificar una pequeña parte de su comodidad por ayudarle en el caso de que lo necesitase. Aunque tal vez esto fuera extensible a él mismo y a todos los habitantes del planeta, solteros y casados, padres de varios hijos o personas sin descendencia.

Cesare no tenía novia ni mujer. Tampoco tenía claro que las desease. No envidiaba a la mayor parte de sus amigos casados. Por otra parte, su éxito con el sexo femenino era limitado. Algunas mujeres parecían desearlo, otras, en cambio, lo rehuían.

Desnudo ante el espejo, pensó en lo que él ofrecía a los demás. Su piel era blancuzca, tenía algo de tripa y había empezado a perder el pelo. Tampoco se consideraba un amante excepcional. No tenía dudas de que sus conquistas cubanas estaban con él por mero interés. Se analizó en cada momento del día, en cada movimiento. En cada gesto y en cada frase encontró una razón para la exploración de sus espacios interiores, de las puertas que conducían a los rincones ocultos de su cuerpo y sus sentimientos. Decidió ser implacable consigo mismo, fue descubriendo con una pequeña linterna imaginaria sus cuartos más tenebrosos, sus mecanismos oscuros, sus ideas preconcebidas, sus naufragios.

Pensó que no se parecía en casi nada a aquel que había llegado a este mundo, al Cesare niño que correteaba por el barrio del Trastevere, que había perdido su esencia, lo mejor de sí, por el camino. Era distinto y a la vez idéntico a todos, un cúmulo de pensamientos aprendidos aquí y allá, heredados de otros. No era mejor que ninguno. Si alguien hiciera la prueba de preguntar sobre él a diez de sus conocidos estaba seguro de que casi todos contestarían con indiferencia, con vaguedades, sin gran pasión. Del mismo modo, no había nadie en el mudo que significara gran cosa para él.

Hizo un cálculo de los días que le restaban de vida: alrededor de quince mil, en caso de llegar a los ochenta años, y en lo que le gustaría hacer con ellos. Vivir, salir, disfutar, viajar, conocer gente. Pensó en sus cuentas bancarias. Tenía más dinero del que podía gastar, dado que su estilo de vida no era en absoluto ostentoso.

Transcurridos los quince días de sus vacaciones, en el avión de vuelta, Cesare permanecía serio y reflexivo. Había adelgazado varios kilos y estaba muy moreno. También había hecho mucho deporte, sobre todo jogging y natación, que habían tonificado su cuerpo. Algunas muchachas lo miraban con interés, sin que él se percatase.

De repente, después de tantos días de introspección, empezó a sentir un vivo interés por lo que le rodeaba. Pensó que ya se había observado a sí mismo durante un tiempo suficiente y que, en adelante, su preocupación debía ser descubrir el exterior, el mundo que le rodeaba, sus paisajes, sus sonidos, sus objetos, las otras personas. Debía hablar menos y escucharles, observarles y sentir que estaban a su lado, como si él no fuera más que un continente vacío a través del cual cruzaban ráfagas de aire.


2009/07/08

LA EMPERATRIZ DE LA CALLE DEL LOTO

JEAN JAMSEN (Ballerine jambes croisées)


La Emperatriz de la Calle del Loto lleva una vida sumamente discreta. Va a todas partes caminando, no tiene cochero, guardaespaldas ni mayordomo, y viste con la sencillez de una pensionista pobre o de una marchita empleada de mercería.

Pasea siempre de incógnito para que nadie la reconozca, aunque tal vez el incógnito sea su verdadera naturaleza. Su reino se muestra, como ella, cauteloso y discreto. Al llegar a la Calle del Loto, es difícil que los viajeros perciban que aquel es un territorio distinto, un país independiente, pues nadie les detiene a la entrada o les pide sus visados. Solo pueden ver dibujada en algunas fachadas y cristaleras una flor de loto que identifica la calle como un sello imperial.

La Emperatriz va y vuelve varias veces al día, cargada con la compra, de vuelta del dentista o del podólogo o sale simplemente a pasear, casi siempre sola, juntándose con cualquiera de sus súbditos a quien no le parezca una osadía o una pérdida de tiempo conversar con la realeza. Otras veces, sin embargo, deambula entre otros muchos que no saben que son los ciudadanos de un país desconocido por los geógrafos y los mapas.

La Emperatriz tiene un miedo atroz a las tormentas. Nació en una lejana noche de truenos y relámpagos, según le contaron sus padres, exilados por viejas revoluciones. Está convencida de que una de ellas, igual que la trajo al mundo, también se la llevará.

A sus ochenta años, la Emperatriz de la Calle del Loto piensa que su cuerpo cansado no aguantará mucho más, pues se fatiga mortalmente y su sangre azul se mueve con dificultad por sus piernas. No soporta tampoco la ausencia de su esposo, el antiguo emperador, muerto en un lejano duelo de espadas, y de sus hijos, príncipes y princesas terriblemente ocupados para pasar siquiera un instante a visitarla. Así, entristecida y sola, sin una sola dama de compañía que la consuele, guarda con celo su incógnito y su pena hasta el día en que la tormenta llegue a recogerla.


2009/06/30

VISITAS DE MADRUGADA

OLIVIER FÖLLMI


En cierta ocasión, mientras pasaba la noche en un caserío de Araotz, el pueblo donde nació Lope de Agirre, apodado el Loco, el Peregrino y el Tirano, me desperté sobresaltado. A mi lado, en la cama, había una chica, que también estaba en la casa y a la que había conocida la noche anterior. Me asusté y entonces ella me dijo: “¿no quieres que me quede?”. “No, quiero dormir” le contesté malhumorado. Me pregunto cómo hubiera actuado si en lugar de ser poco agraciada físicamente, hubiera sido una mujer guapa e irresistible.

Aquello fue un hecho excepcional, que jamás me había vuelto a suceder, como dicen que pasa con algunas oportunidades, que si no las aprovechas no se presentan nunca más. Sin embargo, a veces los hechos mágicos ocurren cuando menos los esperamos.

Acabo de llegar, cargado con mi maleta, de un viaje a Senegal. Iba sin ninguna ilusión, sin expectativas. Tenía ganas de hacer algo distinto con mis vacaciones. Sin embargo, no fui yo a ese viaje, sino que el viaje vino a mí, como sucede tantas veces. Acudí a una agencia especializada en recorridos de aventura y me apunté, por eliminación, a ese destino, cogiendo una habitación individual.

No me costó mucho entrar en el grupo. Éramos varios los que viajábamos solos. Entre ellos, Irene, una chica de Madrid, siete u ocho años más joven que yo. Poco a poco la relación entre nosotros se fue estrechando. Habían pasado tres o cuatro días y notaba que Irene, que hasta entonces parecía no haberse percatado de mi existencia, había empezado a mirarme con un interés especial.

Una noche salí a sentarme en una hamaca, junto a la piscina del hotel. Tenía la lejana esperanza de verla, por una de esas extrañas conexiones de tiempos, pensamientos y espacios y en efecto, unos minutos después apareció. Se sentó a mi lado y después de hablar un rato del calor asfixiante y de los lugares donde habíamos estado durante el día, en un largo silencio lleno de promesas pensé en besarla, pero no me atreví. Entonces noté que era ella quien me cogía la mano y se la llevaba a los labios.

Entró tras de mí en el cuarto, sin necesidad de que yo la invitase. Nos besamos, nos llenamos de caricias, enlazamos nuestros brazos, nuestras piernas, nuestras pelvis, nuestros cuerpos ansiosos de encontrarse. Después nos quedamos dormidos. De madrugada, me desperté, sobresaltado, tal vez por la costumbre de dormir solo y noté su hermoso cuerpo que seguía a mi lado. Tenía sueño y quería seguir durmiendo pero también quería permanecer así para siempre, abrazado a su pecho de agua salada, a su cuerpo de aire.


2009/06/17

CONSTELACIONES FAMILIARES



Jumjo se lleva mal con toda su familia. Ni siquiera se habla con sus hermanos, a los que considera culpables de una larga lista de delitos a los que, desgraciadamente, no hace referencia el Código Penal. Tal vez por esta razón desprecia la idea de unir su vida a la de nadie, no tiene ningún trato con mujeres y abomina de los niños.

Levemente preocupado por este asunto, que le hace vivir un tanto aislado del mundo, acude a un terapeuta. Éste le sugiere construir su árbol familiar y remontarse a través de sus raíces, ramas y bifurcaciones hasta un tiempo pasado. En un primer momento solo debe incluir en él a aquellos miembros a los que considera una buena influencia en su vida. Luego, Jumjo elabora también el árbol de los proscritos.

Acude varios días a la consulta, cada vez más interesado y dibuja, con exactitud y precisión, nombres y conexiones. Pone al lado de cada miembro de su familia uno o más símbolos, positivos o negativos, interrogaciones, dibujos, puñales, calaveras o sonrisas. Se divierte mucho con el juego y cuando regresa a su casa piensa en nuevas ramas que añadir a su árbol.

Desde entonces suceden cosas maravillosas. El extraño experimento saca a la luz todo lo que estaba oculto, aflorando la raíz de sus disputas. Misteriosamente, la actitud de sus familiares, que nada saben de su terapia, ha cambiado. Mantiene con ellos conversaciones distendidas. Le felicitan en su cumpleaños, le invitan a una fiesta. El alma familiar revive como una hermoso rododendro que hubiera resistido los hielos del invierno.

Jumjo ha dejado la terapia, pero sigue dibujando cada día su árbol, indagando en su alma familiar. Traza abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, consulta archivos, pregunta aquí y allá. Un día, de repente, siente el vivo deseo de continuar este árbol hacia el futuro. Esboza una pequeña rama que emerge hacia la parte superior del papel, buscando el porvenir, y pronuncia en viva voz su deseo al universo, como un mantra.


2009/06/16

LA RAÍZ DEL GINGKO

ERIKA YAMASHIRO (Sound of Ground)


Jizō nunca se casó, pero vivió feliz toda su vida con Daniele, el hombre al que conoció, mientras se debatía en terribles dudas sobre su destino, en el pueblo de Isumi, junto a la costa del Pacífico. Daniele había nacido en Savona, en el norte de Italia, y era actor y director de teatro, titulado en lenguas asiáticas y practicante de zen. En Italia había sido discípulo de la escuela de actores de Vittorio Gassman, por quien sentía una gran admiración. Jizō y Daniele vivieron largas temporadas en ambos países. Su casa de Savona era lujosa, una herencia de su abuelo, un industrial de éxito, y estaba en las afueras de la ciudad, al borde del mar Mediterráneo. El hogar de Tokio, por el contrario, era la vieja casa de la infancia de Jizō, pobre y deteriorada.

En ambos lugares la pareja recibía la visita de muchos amigos: lingüistas, literatos, actores, practicantes de yoga o zen, viejos taoístas, fotógrafos, pintores o viajeros. En ese ambiente irreal, lejos del mundo del dinero, los negocios y las posesiones materiales creció el hijo de ambos, Kizuki, rodeado en Italia de lujos invisibles, y de muchachos de clase media, hijos de obreros, en Japón.

Jizō no renunció a cultivar sus raíces, su propio mundo. El pequeño Kizuki le proporcionaba cada día una relación directa con la vida y las obligaciones cotidianas. Mantuvo, además, fecundas amistades y viajó por su cuenta, sola o en compañía de otras amigas. Estuvo en África, en Brasil y en Finlandia. En uno de sus viajes, incluso, creyó enamorarse de otra persona, pero la ilusión pasó muy pronto, como una tormenta en el mar.

Después, Jizō se dedicó a cumplir uno de sus grandes deseos, escribir cuentos infantiles y novelas de misterio. El protagonista de todas ellas, Kare, un detective japonés, descubre el submundo de Tokio, poblado de presencias misteriosas, de entes invisibles que ejercen una influencia cierta en las vidas de sus habitantes, gente que no aparece en los noticiarios ni en las revistas de aparatos electrónicos. El policía trata de aclarar crímenes inexplicables, secuestros o robos, y se encuentra una y otra vez con los antiguos espíritus nipones que luchan por sobrevivir, que participan en complots, en luchas políticas contra el nuevo mundo que los va arrinconando. También pueblan las páginas de sus libros grupos organizados que defienden el antiguo Japón heroico, la potencia anterior a la guerra, y que claman venganza por las bombas atómicas, muchachos suicidas que dan su vida por un pasado que jamás conocieron, soldados perdidos que regresan muchos años después a un país que no reconocen. Hay también hombres ocultos en casas de bambú que visten túnicas de samurai, que rechazan los productos extranjeros y dominan las artes guerreras del kendo y el jiu-jitsu.

El primer libro de Jizō tuvo un gran éxito. Sin embargo, poco antes de publicar el segundo, que ya estaba en la imprenta, feliz con su relación familiar y habiendo alcanzado el reconocimiento público por su obra, sufrió un ataque al corazón mientras hacía deporte en el parque Shiba-Koen. Mientras una ambulancia la transportaba al hospital, en una gran pantalla situada en un cruce de calles tuvo una última visión, el rostro alegre de un viejo espíritu nipón que le daba la bienvenida a un nuevo mundo, el mundo de las personas que se fueron, de los viejos espíritus minerales y vegetales, de las flores marchitas de gingko.



2009/06/15

JIZŌ

JIA LU (Lotus Bearer)


Cuando llegó el momento de casarse Jizō, una alegre muchacha que vivía en los suburbios de Tokio, tenía nueve pretendientes. Todos la cortejaban, le enviaban ramos de narcisos y crisantemos y le dedicaban canciones. Parecía existir entre todos ellos una competición por alcanzar su corazón, aunque tal vez no fuera más que una simple cuestión de orgullo. Ella, sin embargo, no entendía este interés. Se creía sosa y fea, carente de gracia y con el cuerpo de una lagartija o una zarigüeya.

Jizō estaba aturdida y no sabía a cuál de sus aspirantes elegir, o si por el contrario, debía aguardar aún más, hasta que llegase el verdadero hombre perfecto, su alma gemela, que la quisiese y la cuidase, que le permitiera ser ella misma y crecer hacia el aire libre y hacia su propio interior, como las hojas y las raíces del gingko. Su vida futura dependía en gran medida de esta elección. Quería ser madre, tener un niño y criarlo como a un príncipe pobre, como a un emir de los arrabales, como a un samurái de los barrios destartalados. Para eso necesitaba una pareja que estuviera a su lado y le ayudara a educar a su hijo.

Jizō se fue con una amiga de vacaciones a un pueblo costero, deseando meditar en sus opciones. Todos los candidatos protestaron por su repentina ausencia, excepto uno de ellos, que la animó, manifestando al mismo tiempo su pena. Era, sin embargo el menos agraciado entre todos y, por lo que había podido averiguar, el más aficionado a las mujeres y a la vida de taberna.

En el pueblo los días pasaban en largos paseos al borde del mar, sesiones de gimnasia, baños, silencios y sonrisas. Su amiga, callada pero al mismo tiempo cálida y cercana no le preguntaba nada sobre su dilema, que conocía a la perfección, y Jizō, poco a poco iba madurando una respuesta.

Durante sus paseos conoció a un hombre extranjero, que se alojaba en un hotel cercano. Hablaba un japonés casi perfecto, algo que resultaba sorprendente. Jizō congenió con él y le explicó su dilema. Él le dijo que escuchara a su corazón. “Pero –replicó ella- el corazón es difícil de entender. Es voluble y a menudo muda de piel”. Cuando intentaba explorar sus sentimientos, la muchacha parecía inclinarse por el último candidato, aquel que no había puesto objeciones a su partida. Sin embargo, el extranjero, en sus paseos con ambas amigas, fue pasando a ocupar, poco a poco, un lugar en sus pensamientos.

El extranjero volvió a Tokio poco antes que ellas, pues deseaba asistir a un seminario budista y a unas representaciones de Teatro Nō, para hacer un reportaje sobre este tipo de arte teatral, influenciado por el budismo. Cuando la muchacha volvió a su vez, los candidatos reanudaron su asedio. Unos se presentaron en su casa, otros la llamaron por teléfono o le enviaron misivas perfumadas. Alguno la invitó a una excursión a las laderas del Fujiyama, con otro distinto acudió a una casa de té; uno más, serio y formal, la llevó a una ceremonia sintoísta. Jizō fue descartando, uno tras otro a esos candidatos, haciendo caso a sus sentimientos.

El pretendiente aficionado a la vida alegre la llevó a cenar a un restaurante occidental. Después fueron a bailar a un club moderno. Jizō se divirtió muchísimo aquella noche. Quedó varias veces más con él y sintió que al fin podía haber encontrado a su hombre ideal. Reía y bailaba, se sentía segura y protegida. No obstante, acordándose del extranjero, antes de dar el sí, acudió, con su amiga, a una sesión de Teatro Nō.

Jizō se preguntaba donde estaría aquel hombre que conoció en el pueblo costero. Miró a su alrededor, pero no lo vio. La obra trataba sobre una mujer con varios pretendientes. Sin embargo, todos los actores eran hombres, incluso quien hacía el papel de la protagonista lo era, si bien cubría su rostro con una máscara tallada en madera, de una extraordinaria belleza. Los actores hacían movimientos de mimo y leves acrobacias, acompañados por tambores y flautas. Sus movimientos eran suaves y contenidos.

Jizō se sintió identificada con la obra, muy relacionada con su dilema, o eso le pareció a la muchacha. Uno de los personajes, de apariencia extranjera, parecía amar en secreto a la heroína de la representación. De pronto su pulso se alteró al ver a aquel que buscaba en una de las primeras filas, totalmente concentrado en la obra. Entonces Jizō vio pasar el futuro antes sus ojos al lado de aquel hombre que miraba fascinado a los actores de y le pareció que no podía aguardarle un destino más hermoso.



2009/06/03

HECHIZOS DE PROTECCIÓN

TAMARA DE LEMPICKA (Adam and Eve)


Aquel verano que acababa de llegar, Thao se había quedado solo. No tenía planes, no sabía con quien salir o irse de viaje. Estaba atravesando por una situación de transición en su vida que amenazaba con extenderse al tiempo futuro como un virus desconocido y peligroso.

Algunas tardes, después del trabajo, iba solo a una playa nudista y tomaba el sol con gafas oscuras. No le gustaba bañarse o pasear al borde del mar, pues sentía vergüenza de que alguien pudiera reconocerle.

Mientras estaba tendido en su toalla, sumergido en su música, se dio cuenta de que alguien estaba a su lado, de pie, y le hablaba. Le costó volver a la realidad y darse cuenta de que era Jenni, una chica a la que no había visto hacía mucho tiempo. Su vergüenza fue en aumento, pero ella, que también estaba desnuda, se sentó a su lado sobre la arena, como la cosa más normal del mundo.

“¿No te acuerdas de mi?” –le dijo-. “Hicimos juntos un curso de masaje hace años. Tú eras muy tímido, parecía que te diera miedo tocarme. Pero me gustaban tus manos, eran como dos mariposas”.

La muchacha le invitó a tomar algo en un chiringuito cercano. Fueron desnudos, lo cual supuso una terrible heroicidad para Thao. Jenni no paraba de hablar. “Ahora ya no hago masaje. Me dedico a ir a clases de magia” -le contó. Estuvieron charlando un rato más y después de vestirse, Thao la llevó en coche hasta la ciudad, y la dejó cerca de su casa, con la vaga promesa de llamarla algún día.

No había pensado en volver a verla, aunque la chica le gustaba bastante. Recordó haber estado a punto de tener una aventura con ella, o puede que solo lo hubiera imaginado. Jenni había engordado un poco desde la última vez que la vio, pero le seguía pareciendo muy atractiva.

Los días siguientes, la vida de Thao fue un desastre. Tuvo una fuerte discusión en el trabajo que le hizo sentirse muy mal. La gente parecía evitarlo. Nadie le llamaba o le invitaba a tomar café, aunque él tampoco llamaba o se aproximaba a nadie. Se sentía deprimido y triste. Entonces se acordó de Jenni y la llamó.

Ella no podía quedar hasta el 23 de junio, la tarde de San Juan, cuando se celebra el solsticio de verano. Thao le contó por teléfono que estaba pasando unos días muy malos. “Es posible que alguien te haya echado un mal de ojo”. Le dijo. “Si quieres puedo hacerte un hechizo de protección”. Le propuso salir a ver las hogueras y, después, practicar su hechizo junto a los rescoldos del fuego.

Thao cogió fiesta el día siguiente. Se perfumó y se vistió con sus mejores ropas informales para salir esa noche. Estaba animado y feliz. Recorrieron juntos varias hogueras. Después, él mismo la llevó al barrio de su infancia. Allí había una gran animación, igual que el muchacho recordaba de los días de su niñez, cuando eran ellos quienes traían las ramas secas y los muebles desvencijados que debían quemarse esa noche. Estuvieron allí hasta las tres de la madrugada, contemplando las llamas, hablando con los vecinos, bailando y riendo. Ya quedaba muy poca gente alrededor del fuego. Jenni le dijo que ése era el momento. Fue acariciando lentamente las piernas, las manos y los brazos de Thao y llegó hasta la frente. El fuego le calentaba la cara. Mientras realizaba sus movimientos,llenos de sensualidad, Jenni pronunciaba unas lentas palabras que él no entendía. Era un conjuro vasco, que según la muchacha empleaban las brujas en los antiguos akelarres. Para finalizar la invocación, la chica le dio a Thao un largo beso. Fue un instante mágico, dulce y maravilloso.

Volvieron enlazados. Al llegar a su casa la chica le invitó a subir. Durmieron juntos, abrazados, como dos lenguas de fuego que se hubieran encuentrado en la noche de las hogueras.

Al despertar, por la mañana, Jenni todavía dormía. Thao se sentía extrañamente feliz, libre del misterioso maleficio de las semanas anteriores. Estuvo un rato mirándola, escuchándola respirar. Después, de repente, sintió nacer en su interior un vivo deseo y llevó la mano hasta el sexo de la muchacha, posándose en él dulcemente, como una mariposa.



2009/05/24

AUGURIOS DEL FUEGO



Jacobe aprendió desde muy pequeño a interpretar los augurios del fuego. Nadie le enseñó a hacerlo. Vivía en el campo con sus padres, era hijo único y no tenía amigos. Hablaba con los perros, con los gatos, con las ardillas y las arañas. De noche se quedaba mirando a las llamas de la chimenea de su casa y veía en ellas el pasado y el futuro de sí mismo y de sus conocidos, sin equivocarse nunca. A veces, en un pequeño terreno apartado, inclinado y lleno de imperfecciones que pertenecía a su padre prendía grandes hogueras de ramas secas. Hasta allí acudían los espíritus que duermen en el fuego y al mirarlos Jacobe descubría claramente el camino de su vida y el destino del mundo.

Su fama de augur se fue extendiendo en los años siguientes, y aún dura hasta hoy. Un simple fósforo le ayuda a concentrarse en el extraño poder de las llamas. Jacobe adivina guerras y crisis, desamores y enfermedades. Cuando ejerce esta extraña destreza ante otros no calla nada, accidentes, separaciones, nacimientos, viajes, intervenciones quirúrgicas, pérdidas laborales, amores rotos o recuperados. Algunos, después de acudir donde él regresan llorando a sus casas, otros se sorprenden de descubrir ante sí un destino brillante o se conmocionan al conocer el día de su muerte, que ellos mismos pidieron saber.

Jacobe no cobra nada por ejercer su labor de adivino y profeta. Solo obtiene amistades, comidas frugales, botellas de vino, regalos sin mucho valor, favores personales. Su mayor ganancia, sin embargo, fue conocer a la mujer que hoy vive con él, que desde entonces no asiste jamás a sus rituales de fuego. Cuando llegó a su casa, entristecida por un amor roto, él vio en la pequeña llama de una vela que aquella muchacha, tan hermosa a sus ojos, sería su esposa. Avergonzado, no supo qué decir y dejó que se fuera. Después, arrepentido, corrió tras ella. La encontró en la parada del autobús. Jacobe, bajo la lluvia, le regaló el erizo vacío de un castaño y después se quedó aguardando, con los ojos cerrados, que se cumpliera, una vez más, el milagro que los espíritus del fuego le susurraban al oído.


2009/05/03

LA PRINCESA DRAGÓN

SALVADOR DALÍ

A sus 20 años Juha, la Princesa Dragón, estudiaba Arte en Bayona. Su familia había llegado a Francia procedente del Extremo Oriente hacía más de 30 años. Recorrieron varias ciudades: Lyon, París, Marsella o Pau, siguiendo la errática trayectoria profesional del padre, profesor de artes marciales en gimnasios privados e instructor en academias policiales, hasta instalarse en Biarritz, en una casa no muy lujosa con vistas al mar.

En una fiesta universitaria, la princesa conoció a un muchacho llamado Zev. Nada más verla él reconoció su origen real, que pasaba desapercibido para muchos otros y quedó fascinado. Juha era menuda, delgada y de ojos verdes. En vez de elegantes trajes de seda vestía habitualmente jeans desgastados y una cazadora negra de cuero. Zev había tenido relación con varias chicas, burguesas y proletarias, estudiantes o trabajadoras de supermercados, pero jamás había sentido una atracción tan fuerte como la que notó desde el primer instante hacia esa extraña princesa de incógnito.

Insistió cientos de veces ante ella, no por persistencia, orgullo o deseo de dominación, sino simplemente porque no podía evitarlo. Juha acabó accediendo. Desde su primera cita, Zev vivía en una nube, pero poco a poco se fue acostumbrando a su presencia y la Princesa Dragón le empezó a parecer una persona corriente, que en poco se diferenciaba de las otras chicas con las que había tratado. Así, la relación se malogró en unos años, por su propia desidia.

Hoy, que han pasado ya quince años desde entonces, Juha no vive en un palacio, sino en un apartamento espacioso de cuatro habitaciones. Se casó con un miembro de la nobleza local, y tuvo cuatro vástagos, tres niñas y un niño, de lejanos nombres asiáticos, que si bien parecen chiquillos normales, similares a los demás, esconden sin duda, como Juha, sangre de princesas y príncipes de Oriente.

A veces Zev los ve atravesar los paseos que recorren la pequeña ciudad bordeando el mar Cantábrico. Él los saluda amablemente, con un suave “Bonjour”, pues sabe que ella detesta las reverencias. Juha lo mira a su vez y sonríe, contemplando el paso de la vida por él. Tras estos tímidos encuentros, Zev se queda distraído y melancólico, como un monarca exiliado que hubiera perdido su reino para siempre, y vuelve a casa aturdido, escuchando el monótono rumor de las olas.


2009/04/28

LA DUELISTA

SATURNO BUTTÒ

La Duelista se bate en duelo continuamente. Busca la confrontación con cualquiera que se cruce con ella. Critica, zahiere y vilipendia como si buscase ser zaherida y vilipendiada a su vez. No obstante, puede ser que cada ofensa, cada insulto, sea una caricia buscada al envés, lluvia que cae sobre la tierra seca. Cada vez que se pelea recibe, según esto, un abrazo emponzoñado, una muestra de amor.

Todos la temen y la excluyen de sus círculos. Ella se queja ásperamente de acoso por omisión y choca sus espadas a primera sangre con quienes la atacan con su indiferencia. La Duelista no soporta el vacío, los saludos ausentes, la calma, el silencio de una vida esterilizada, sin pasiones ni disputas.

Vive sola, pues todos rehuyen su compañía. Nunca viaja acompañada porque encuentra a los demás fastidiosos, intolerantes y pendencieros. Come a solas en aburridos restaurantes, observando a los demás comensales con mirada retadora, buscando una afrenta para iniciar el combate.

La Duelista sueña con un hombre a su altura, con un compañero perfecto. Si ese hombre existiera no debería conquistarla con poemas románticos o ramos de rosas. Los insultos, las reyertas o las humillaciones son su lenguaje de amor. Tendría que escucharla interminablemente y soportar sus arranques de cólera, sin decir nada, sin perder el control, sin sonreír ni enojarse. Tal vez, tras varias semanas de atención y escucha constante, la Duelista pueda respirar al fin, aliviada y abrace a su compañero con un ardor irresistible, con un inmenso amor.


2009/04/27

EL ENEMIGO INTERIOR

JOAN MIRÓ (El somriure de les ales flamejants)

Nasim era el mayor enemigo de sí mismo. Se lanzaba a cada instante dardos envenenados, se clavaba dagas hirientes, luchaba contra su propia existencia, como si un dios perverso hubiera dado vida en su cuerpo a un alma que lo aborreciera.

El muchacho residía en un barrio pobre de las afueras. No trabajaba, no estudiaba, no hacía nada que fuera de provecho para su propia existencia. Ante cada nuevo reto, ante las nuevas oportunidades que la vida le presentaba, como pequeños regalos inesperados, el enemigo interior le susurraba al oído su inevitable fracaso, la imposibilidad de conseguir ninguno de sus deseos. Nasim, atemorizado, convencido del desastre, naufragaba a cada intento.

Sin embargo, una mujer joven de los suburbios se enamoró de él y viéndolo infeliz, deseó en secreto su bien, antes que el suyo propio. Nasim no tenía dinero ni propiedades y era tan agraciado como la figura de un lienzo abstracto. Cuando estaban juntos, ante su constante fustigación y sus dudas, la muchacha le susurraba en el oído contrario donde murmuraban sus demonios: “Cada momento es una oportunidad. No importan los errores pasados, las equivocaciones ni los pasos en falso. No importa el ridículo”.

Un nuevo aliento fue creciendo en el cerebro de Nasim, un alma distinta que recordaba a aquel que fue de niño, cuando vivía en una antigua ciudad árabe. Se levantaba muy pronto cada mañana y miraba al firmamento, sintiéndose un pedazo infinitesimal en aquella inmensidad, pero también una parte de ella. Se ponía la mano en el pecho y notaba que en su interior bullía la cola de un cometa. Miraba a los tejados que se extendían ante sí por kilómetros y veía un mundo por descubrir, una aventura apasionante. La muchacha que lo amaba, desnuda ante él, le besaba los hombros y le decía en voz baja “Sal, Nasim. Recorre la ciudad y deja que fluya en ti. Busca los momentos mágicos, lo maravilloso y lo profundo que esconde cada día”.

La magia de su vida culminó el día en que la mujer que salvó su vida dio a luz a una hija. Sus demonios y sus ángeles se alegraron a la vez, y celebraron una fiesta conjunta, una bacanal de risa que resonó por todos los suburbios del mundo.