2009/12/22

EL DURMIENTE

CLAUDIO BRAVO (Alfombra roja)


El Durmiente puede pasar muchos años en estado de letargo, fuera del mundo, como un oso polar, un murciélago o una marmota. Cuando al fin despierta descubre que sus amigos, sus hermanos y conocidos se han casado y pasean carros de niños, que han visitado el Nepal, Groenlandia o las islas Galápagos, que han cambiado de ciudad o de trabajo, que han engordado o adelgazado, que están enfermos o perdieron el pelo.

El Durmiente los mira incrédulo pues le parece haber estado con ellos unos pocos días antes y que eran bien distintos. Él no ha hecho nada en ese tiempo salvo dormir y consumir el azúcar y la grasa que su cuerpo almacenaba. Por eso está tan delgado y fibroso como un muchacho famélico o un acróbata de circo.

Su casa acumula pelusas y polvo. Por los techos, ángulos y esquinas se mueven arañas, caracoles y minúsculos gusanos blancos. El Durmiente, como un alma atormentada por la duda, oscila entre dos caminos, dejarlos vivir a sus anchas, respetando su derecho a la existencia o asesinarlos fríamente con papel de baño o con insecticida.

Dormir, en realidad, le resulta indiferente. Lo que le gusta al Durmiente es soñar con largos viajes, con tener hijos y esposa, con asistir a fiestas, con vivir en otro país o comprarse una casa a crédito. Así, soñando, se adormece de nuevo y va entrando en una plácida hibernación que lentamente le acerca a la muerte.



2009/12/09

BOCAS LLENAS DE ALFILERES

OSWALDO GUAYASAMÍN (Maternidad)


La vida de Andrea era una carrera hacia sí misma. Nadie era su enemigo, cada ser que se movía a su lado no era sino un espíritu dentro de un cuerpo hermoso, repulsivo o anodino, un hermano en su camino por el mundo, un viajero de las estrellas.

Los demás eran muy importantes en su vida. Quería apasionadamente a Olivo, su pareja, a sus padres y a sus tres hermanas. Se sentía afortunada en su trabajo, tenía cinco o seis amigos de verdad y la gustaba rodearse de gente distinta y poder escucharlos, pues consideraba que cualquier ser humano la superaba en algún aspecto y le podía enseñar algo. Pero ninguno de ellos, ni siquiera Olivo, su compañero, eran su fin en el mundo ni tenían poder sobre su alegría o su felicidad. Ella marcaba sus propios límites, pues sabía que ellos solo la acompañarían un tramo su vida. Ella, y nadie más en el mundo, eran su razón de ser y su destino.

Sin embargo, el día que perdió a la pequeña criatura que llevaba en su interior, la boca se le llenó de alfileres. La había sentido dentro de sí, como un pulso discontinuo, como una corriente marina, como cae la nieve. Contra la opinión de todos, pidió ver su cuerpo minúsculo. Acudió a una pequeña sala muy iluminada y se quedó mirándolo largamente, desgarrada por una tristeza infinita.

Su vida se desbocó para siempre. No quiso ningún otro niño que ocupara el lugar de aquél. Se sentía deprimida y triste. Acudía a trabajar y realizaba sus tareas cotidianas, pero casi no hablaba con nadie. Olivo la consolaba atento y dispuesto. Permaneció así varios años, con él siempre a su lado, como un ángel custodio, hasta que empezó a sentir una pequeña mejoría.


Han pasado muchos años desde entonces. Andrea ha iniciado un lento camino de vuelta a sí misma. Lee, pasea, medita o habla con sus amigos de siempre, pero nunca ha logrado asimilar su dolor. Su boca aún está llena de pequeñas alfileres que la despiertan cada noche, como una tormenta infinita que habitara en su cerebro.



2009/12/08

EL CÍRCULO DE FILÓSOFOS DEL CAFÉ KARNAK

MAXFIELD PARRISH (The Venetian Night Entertainement)


Los domingos por la noche, en el Café Karnak se reúne un pequeño grupo de filósofos insomnes. Ese es un día extraño para muchos, una pausa gris en sus vidas, y aún lo es más su noche, que presagia la vuelta, pocas horas después, a una existencia rutinaria. Cuesta cambiar el paso, acostumbrarse de nuevo a la vida monótona y vulgar.

Esa noche, son muchos los habitantes de la ciudad que no pueden dormir. Entre todos ellos, a veces, quienes tienen la suerte de vivir cerca del Café Karnak deciden levantarse, vestirse, salir a la calle y asomarse a su puerta. La cita de la noche del domingo se ha convertido en un encuentro casi obligado para ellos, por grande que sea el cansancio acumulado durante el fin de semana.

Allí, esos filósofos desvelados, hombres todos ellos, hablan de sexo, de fútbol y política, como hace a todas horas una mayoría indolente de los individuos de su género, pero también, de un modo sorprendente, pasan un tiempo considerable enfrascados en charlas sobre otros temas muy diversos, íntimos o incluso trascendentales.

La actividad que más agitación despierta en estas reuniones, sin embargo, son los desafíos y las apuestas. Los filósofos se marcan extraños retos para los días siguientes, imaginan planes descabellados, se señalan curiosas tareas y quehaceres, se involucran los unos a los otros en aventuras extravagantes, llenas de imaginación. El domingo siguiente, el día de la próxima cita, deberán rendir allí mismo las cuentas de sus éxitos y sus fracasos.

Las reuniones del Círculo, a menudo, parecen una terapia divertida y alocada, sin teorías psicológicas que busquen explicaciones complejas ni facturas escandalosas de expertos en embrollar la mente humana. Son un maravilloso escape a sus vidas, una revolución interior, una puesta en común de sueños truncados, de proyectos incumplidos, de planes de una vida maravillosa.

Yunan es el más joven del grupo de filósofos, el último en unirse a ellos. Acudió al café porque se había enamorado platónicamente de una mujer y había extraviado el sueño. Se encontraba paralizado y no sabía qué hacer. Inmediatamente, el resto de filósofos trazó un plan que el muchacho debía cumplir paso por paso. En un principio, Yunan se sintió avergonzado, pero al día siguiente cumplió lo pactado. La mujer, para su sorpresa, le llamó y aceptó una cita. Desde entonces, duerme abrazado a ella cada noche, dichoso y tranquilo, como si estuviera abrazado a una parte de sí mismo.

Yunan ha recuperado el sueño, pero los domingos a medianoche sigue acudiendo a las reuniones del Círculo. Se sienta entre todos los asistentes, un tanto ausente y se queda mirándolos, uno por uno. Escucha sus nuevos retos, sus ilusiones, sus amores y sus sueños y piensa en un plan ingenioso que permita hacerlos realidad, por encima de los obstáculos de la triste realidad, de la educación y la vida.