2010/11/02

LA TARANTELLA

Preciosa y el aire grande (Álvaro Reja)


La Tarantella tiene una paciencia infinita. Sabe que su veneno es necesariamente mortal, que en un minuto puede asesinar a cualquiera de sus enemigos, pero al igual que hace un guerrero samurai, lo guarda pacientemente pensando que la mayor cualidad de un ser de su condición consiste en no utilizar jamás ese poder inquietante.

Los demás, curiosamente, toman como una debilidad lo que es su gran fortaleza y se burlan de ella considerándola una zancuda miserable y sin carácter. La Tarantella se queda pensativa y solo dice en su defensa que ambas cosas, el veneno y la paciencia, están en su ser más profundo, en su verdadera naturaleza.

La Tarantella practica extraños rituales para lograr el dominio de sí misma. Asciende cumbres, paredes y árboles, se cuelga de techos y ramas como una escaladora consumada y, así, cabeza arriba o cabeza abajo, otea todo aquello que la rodea como un maestro del zen, o como un escritor de haikus que intenta desvelar todo lo que existe y por tanto, momentáneamente es.

A veces la Tarantella está tentada de utilizar su veneno contra sí misma, con tal de no correr el riesgo de hacer daño a ningún otro ser vivo. Sabe que así tal vez morirá, pero cree que la muerte es, de cualquier modo, el instante final de todos los seres vivos, ya sean malvados o benévolos, mortíferos o indefensos, y que tal vez, al fin y al cabo, no exista un veneno más dulce.

2010/09/30

LA SERPIENTE PERFUMADA

HENRI ROUSSEAU (Snake)


La Serpiente Perfumada piensa que en sus hombros descansa el peso del mundo. Se prepara con paciencia cada mañana y acude al trabajo resoplando, mientras sus tacones repiquetean por los pasillos inmensos. Viste ropas distintas cada día, compradas en tiendas supuestamente elegantes, pues su veneno necesita de un envoltorio distinguido.

La Serpiente Perfumada se ofrece y se insinúa ante aquellos que ostentan el poder, cuya compañía busca sin descanso. Si bien su atractivo es insignificante, es bien conocida la poca discriminación que en este campo muestran los hombres. La Serpiente tiene especial predilección por los responsables políticos. Nació así, aunque ella atribuye su actitud a la recompensa por sus desvelos o a la defensa contra oscuras conspiraciones.

La Serpiente Perfumada espera enroscada el paso de sus rivales. Estos suelen ser compañeros que ponen en riesgo su posición de privilegio, que tanta producción de veneno le ha costado. Rodea a sus víctimas sin que estas se aperciban de ello, sin mostrar su lengua bífida.

Su veneno es mortal sin remedio. Sus compañeros, que lo intuyen, se apartan a su paso o la mantienen a distancia y se ponen muy nerviosos si la ven apostada en los pasillos o perciben que se acerca, pues saben del poder de sus colmillos, de la fuerza abominable de su odio.

La Serpiente Perfumada nunca sale de casa sin rociarse con carísimas esencias y aguas de colonia, que guarda en estanterías repletas. Sin embargo, desconoce el poder cancerígeno de sus compuestos y se intoxica, poco a poco, como un animal de los suburbios, como una princesa de las alcantarillas.



2010/09/26

ÁRBOLES CAÍDOS

JONATHAN VINER


Conocí a Kontantinos Kavafis, como muchos otros, escuchando el disco “Viatge a Itaca” de Lluis Llach. Después, con el paso de los años, Kavafis se convirtió en uno de mis poetas preferidos, junto con Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Omar Khayyam, Li Po, Matsuo Basho o Federico García Lorca.

Una de las estrofas del tema musical que da título al disco, basado en Itaca, el poema más famoso de Kavafis, nos invita a que vayamos “más lejos de los árboles caídos que ahora nos aprisionan”. Creo que es la única parte de la canción que no corresponde al texto original del poeta de Alejandría. Quizá la escribió el propio Llach o algún otro autor catalán que desconozco.

Miro alrededor y veo algunos árboles caídos en medio y a los lados de mi camino. No es que mi vida sea peor ni mejor que la de nadie. Pienso que todos los tenemos alrededor, seamos conscientes de ello o no. Los obstáculos que nos impiden avanzar, evolucionar, son tal vez antiguos miedos, odios soterrados, ideas preconcebidas, situaciones sin resolver. No obstante, la vida nos sigue ofreciendo oportunidades, retos, experiencias maravillosas, viajes inesperados, amistades, nuevos trabajos o amores.

Tratamos de saltar por encima de esos árboles caídos, de evitarlos o escapar de ellos. A veces lo conseguimos mucho más fácilmente de lo que cabría esperar. Otras nos enredamos entre sus ramas, tropezamos y caemos contra el suelo, magullándonos, haciéndonos pequeños cortes y heridas, mientras algunas lágrimas de impotencia asoman a nuestros ojos.

A veces las hojas crecen hasta ocupar casi todo nuestro espacio, hasta no dejarnos ver ninguna salida. No obstante, a menudo no queremos escapar de ellas. Nos hemos acostumbrado a su tacto inquietante, a su presencia opresora, nos sentimos protegidos tras ellas, amamos nuestra vida cautiva.

Otras veces, sin embargo, nos abrimos paso delicadamente a su través, con una paciencia infinita, buscando un hueco que nos permita ver la luz del sol y las estrellas que acompañan de noche a la luna.

Esa es una tarea, tal vez, para toda una vida, para varias vidas.


2010/09/15

EL COLECCIONISTA DE ESPÍRITUS

VICTOR BRAUNER (The Surrealist)


Hay fuerzas invisibles que gobiernan el mundo, espíritus que se mueven entre nosotros como luciérnagas o mariposas, que nos unen a los demás con filamentos invisibles, imperceptibles como lazos de sangre.

El Snark ha desarrollado un extraño sentido para descubrir a estos seres misteriosos entre la gente común, para distinguirlos de los hombres aburridos que llenan los estadios y los cafés, de las muchachas que salen de las perfumerías y las escuelas de música, de los niños que juegan ensimismados con sus máquinas diminutas.

El Snark los fotografía, los dibuja o los graba en vídeo cuando pasan a su lado, brillantes como si fueran hadas, elfos o estrellas errantes. Los espíritus cruzan junto a él confiados y alegres, creyéndose invisibles y no reparan en su presencia vigilante, como si fuera traslúcido o no tuviera cuerpo.

El Snark no envía las imágenes de estos seres a revistas especializadas en el más allá o a programas que banalizan lo extraño. Solo en casa, ya de noche, los mira durante horas y se va a dormir sintiéndose un alma distinta y oscura, un espíritu extraviado en un planeta lejano.


2010/08/13

ANIMALES ABSTRACTOS

GREGORY COLBERT (Ashes and Snow)


No somos muy distintos de las hormigas, de las abejas, de las manadas de búfalos y cebras. Comemos como hienas o leones hambrientos, parecemos pingüinos caminando, nos amontonamos como bandadas de insectos, volamos en formación como grupos de gansos que se dirigen al sur, hacia un destino que solo conocen nuestros guías.

Parloteamos como guacamayos de colores, nos peleamos como bestias rabiosas, dormimos como osos polares o perezosos y después nos apareamos como serpientes de coral, dispuestos a morder de improviso a nuestro amante y abandonarlo sobre el lecho, con su cuello abierto en dos.

No somos seres superiores. No somos elfos hermosos que flotan en el aire traslúcido ni hadas misteriosas que proceden de un mundo secreto. No somos alquimistas que transforman los metales y ocultan tesoros inmensos, sino animales que comen y duermen, autómatas abstractos que no tienen sueños.


2010/07/31

RADIO BIAFRA



Radio Biafra emite desde un pequeño apartamento situado en Lichtenberg, un barrio de Berlín Este, el antiguo sector comunista de la ciudad. La emisora, en sus inicios, tenía una clara intención política, pretendiendo reivindicar la memoria de un pueblo aplastado, Biafra, el país del medio sol amarillo.

Con el paso del tiempo, sin embargo, esa reivindicación fue decayendo y la emisora pasó a defender, sin hacer distinciones, el pasado del conjunto de los pueblos negros, el orgullo de haber nacido en África.

“Todos somos emigrantes africanos”, dice el locutor de la emisora. “Todos somos hermanos africanos. La vida nació en África. Todos salimos de África para ir a ocupar el resto del mundo. Todos procedemos de África, los rubios austriacos, alemanes y escandinavos proceden de África. Los hindúes, los norteamericanos, los colombianos, los argentinos, los asiáticos y hasta los lejanos habitantes de Australia. La única diferencia es que unos partieron antes, hace miles de años, y otros hace solo unos días o unos meses”.

Radio Biafra emite durante cuatro horas al día, de seis a diez de la noche. Únicamente dispone de un técnico y dos locutores, que se van turnando ante el micrófono. De tiempo en tiempo uno de ellos se pone enfermo, tienen que cuidar a sus niños o surge cualquier otro hecho imprevisto y se ven obligados a interrumpir la emisiones, a veces durante varios días.

Nadie parece notarlo en exceso. Hay miles de emisoras y canales de televisión y su audiencia es muy pequeña. En verano desciende aún más, cuando muchos alemanes van a tostarse al sol español, italiano, griego o croata. ¿Será que añoran la piel bronceada de sus antepasados, que recorrían, semidesnudos, las sabanas, los caminos y las selvas de África?.


2010/07/26

PUNTOS DE VISTA

OLIVER FÖLLMI


Tengo un grato recuerdo de Luis Olmos, uno de los fundadores del Teatro de la Danza. Luis fue nuestro profesor de baile e interpretación, hace ya muchos años, cuando, siendo aún estudiante universitario, me movía en un ambiente un tanto bohemio, en un mundo de ecologistas, objetores de conciencia y aspirantes a ser actores, titiriteros, artesanos, pintores o músicos.

Aunque mi vida actual sea bastante convencional, me llama mucho la atención aún ese ambiente, mucho más que el mundo en que me muevo de médicos, ingenieros o abogados, politiquillos y trepas sin escrúpulos. La danza y el baile me siguen pareciendo algo mágico, una extraña disciplina del alma que nos conecta con lo mejor de nosotros, con nuestro ser oculto de elfos y hadas, de magos, duendes o lamias que pueden transmutar a voluntad la realidad, y a la vez nos permiten reencontrarnos con nuestro ser primitivo y salvaje. Sin embargo, como al australopitecus civilizado que soy, me sigue dando corte bailar en público, desfogarme, perder el control.

Las clases de interpretación con Luis Olmos eran casi monográficos sobre “el método”. Para cualquiera que haya vivido de cerca el ambiente teatral, ya sea como actor o como simple espectador, “el método” solo puede referirse a una cosa: al sistema de formación de actores ideado por Constantin Stanislavski en los últimos tiempos de la Rusia de los zares.

Recuerdo varias cosas más de aquellos cursos: los textos de Anton Chejov y Tennessee Williams, un alumno que entraba desnudo desde la calle y mi compañero Jorge, que me daba verdadero miedo en una escena compartida. Recuerdo también una lección genérica, válida para cualquier situación de la vida, en la que Luis insistía: un actor, una persona, debe tener las antenas siempre en funcionamiento y buscar constantes puntos de vista.

Tener antenas es fijarse en todo lo que sucede a nuestro alrededor, estar despierto a todo, observar el mundo sin perder un detalle. Además debíamos rastrear puntos de vista sobre aquello que sucedía en nuestro entorno. Éramos una máquina de sentir, que captaba aquello que en nosotros despertaba lo observado y lo vivido, la repulsión, el temor, el cariño o la indiferencia. E improvisábamos, constantemente, ante los nuevos estímulos y sensaciones.

Hoy compruebo a menudo que mis antenas no están en funcionamiento la mayor parte del tiempo, que están paralizadas, que han perdido, en gran medida, su conexión con el mundo. Las cosas suceden a mi lado sin que apenas me de cuenta, como soplos de aire que apenas rozan mi cara, mis oídos, las diminutas células de mi retina. Tal vez sea cuestión del paso del tiempo o tal vez el mundo, al fin y al cabo, no sea tan interesante. Acaso me esté vegetalizando, mineralizando, convirtiendo en materia inerte.

Trato de dar brillo a mis antenas oxidadas. Salgo a la calle. Observo las cosas superficialmente, forzándome a hacerlo. Doy pequeños puntos de vista triviales, desvirtuados y sin fuerza, y me vuelvo a perder, segundos después, en el oscuro bosque de la mente.

Vuelvo una y otra vez a bucear en busca del niño despierto que fui, el chaval de Sarratu que observaba el mundo absorto, sonriente y admirado, con los ojos bien abiertos y unas enormes antenas.

2010/07/25

EL GRITO QUE ANUNCIA LA MUERTE


OSWALDO GUAYASAMÍN


Un amigo mío, Stanislav, me contó un hecho extraño: “El día que murió mi padre estaba yo con él en su habitación”, dijo. “Se veía que ya no tenía fuerzas, que estaba exhausto, y sabíamos que aquel era el final, que no se podía hacer nada. Me quedé a su lado, terriblemente apenado, y de repente escuché un pequeño grito. No se si salió de su garganta, pero yo hubiera dicho que no, que venía de al lado de su cama, pero que no era él quien lo había emitido. Tampoco era un grito desgarrador, sino algo natural, como si fuera un fenómeno normal, como el viento, la nieve o la lluvia. Poco después, la enfermera apareció y nos dijo que todo había acabado”.

“Recuerdo que le hice un comentario sobre aquel grito. La enfermera me miró, sin parecer sorprendida, y no dijo nada. Simplemente me dio un beso en la mejilla, me dijo que lo sentía enormemente, que le había cogido mucho cariño a mi padre, y salió. Creo que lo dijo de corazón. Siento no haber vuelto a ver a aquella mujer. Creo que era alguien que valía la pena”.

Pocos días más tarde, estando en un bar con un grupo grande de amigos, se me ocurrió comentar lo que había dicho Stanislav. Creo que a la mayoría le pareció que no era un tema para hablar en una conversación distendida, alrededor de unas cervezas, como aquella, pues se quedaron callados, un tanto incómodos. Sin embargo, Shamash, otro amigo a quien veía muy poco, intervino entonces: “Es extraño. Cuando murió mi abuelo yo escuché algo muy parecido. Estábamos todos a su alrededor y creo que fuimos varios los que lo oímos claramente, aunque no quisimos hablar de ello después. Era como si alguien invisible lanzase un pequeño grito, sin demasiada fuerza, pero perfectamente audible. Era incluso hermoso, alegre. Me acuerdo como si lo estuviera escuchando ahora mismo”.

Esa coincidencia me hizo interesarme por el tema. Pregunté a algunos conocidos que habían perdido recientemente a un familiar. Nadie recordaba nada así. Luego miré en internet. Probé con las palabras muerte y grito en inglés, alemán y francés, idiomas en los que soy capaz de leer con ciertas dificultades. Encontré millones de páginas que relacionaban ambos términos. Pasé unos días entrando y saliendo de ellas.

Solo encontré una página que me interesó. Además, para mi sorpresa, estaba escrita en castellano, mi propio idioma materno. No aparecía por ningún lado el nombre del autor ni su país de procedencia. Relataba experiencias muy similares a las vividas por Stanislav y Shamash, a todo lo largo del mundo, en la India, en Namibia, en Liberia, en Islandia, en el Perú y en cientos de lugares más, por personas de todas las razas y de cualquier condición social.

Quien describía estos hechos aventuraba una hipótesis. Existe otro mundo y es, sin duda, un buen lugar. Allí estuvimos una vez. De allí venimos todos. Allí hay mucha gente que nos quiso y que aún nos echa en falta, como hay gente que nos quiere en este mundo y nos echará en falta cuando ya no estemos. El grito demuestra la alegría del universo, de sus fuerzas ocultas, porque volvemos a ser una parte de él, de ese todo del que un día, inocentes, partimos.


2010/07/16

EL VENENO INSTANTÁNEO




En un desván de Kisangani un muchacho africano ve por primera vez el mar. Dibujos de barcos en cartones rotos, fotografías de playas azules donde anochece, de tempestades, de ahogados que flotan sobre las olas.

Mira los libros desparramados sobre el suelo. Lee difícilmente en inglés. Con gran paciencia consigue descifrar una antigua historia: en el Mar de Baffin perdieron la vida cien marineros y entre ellos su capitán, John Franklin.

Guarda un viejo sextante que huele a sal entre sus ropas y se aleja por las calles en sombra, apretando su cuerpo a los muros, como un ladrón de tesoros.


2010/06/14

SHABANA


IMAN MALEKI (Sunlight)


El pequeño Yash solamente vivió diecisiete días. Su nombre me llamó vivamente la atención cuando lo vi escrito sobre el cristal de una de las incubadoras, en el Hospital del Barrio. Mi curiosidad me llevó a buscar su significado en algunos libros, que no consiguieron aclarar mis dudas, y a preguntar por él a una de las enfermeras de la Unidad de Neonatología, a la que conozco desde hace tiempo. Ella me dijo que el niño se encontraba bastante mal, pues había nacido unos meses antes de lo esperado y sus pulmones no habían tenido el tiempo suficiente para madurar. También pude saber algunos detalles sobre la madre. Seguía ingresada en el hospital, si bien no en el edificio de Maternidad, sino en uno de los pabellones de Medicina Interna, a causa de su adicción a alguna droga que mi amiga no supo concretar, pero que por lo visto no era ninguna de las más habituales, como heroína o cocaína.

Un día, al acabar mi jornada en el Hospital, por simple curiosidad, pasé por la habitación que me habían indicado con intención de verla, pero la encontré dormida. No sabía nada acerca de ella, pero tan pronto como tuve ocasión de observarla durante unos instantes supe que no era europea, y sin saber por qué, la identifiqué como oriunda de algún país del Magreb, comoMarruecos, Argelia o Túnez. También advertí que tenía una cicatriz en forma de estrella, que a pesar de ser de pequeño tamaño, se percibía con claridad sobre su cuello desnudo.

Pude intercambiar algunas frases con su compañera de cuarto, una mujer de cierta edad a la que habían operado recientemente. Se quejaba de que las enfermeras no le daban de comer, lo cuál suponía para ella, por lo visto, un sacrificio inhumano. Ante mis preguntas, hizo una breve pausa en el relato de su desgracia, y me dijo que la muchacha era extranjera, "rusa, polaca o algo así", lo que descarté rápidamente mientras volvía a observar con detalle los rasgos de su cara. También dijo que no hablaba ni una palabra de nuestro idioma, y que no le llamaban por teléfono ni venían a visitarla.

Valiéndome de mis escasas influencias como médico residente del Hospital, pude consultar sus datos en uno de los ordenadores. Supe casi sin duda que se trataba de ella en cuanto vi aparecer aquel nombre: Shabana Kumar, natural de Varanasi (India), soltera, nacida el 4 de mayo de 1976, y con domicilio en el Callejón del Murciélago. Me llamó poderosamente la atención el hecho de que viviera en aquel lugar, una pequeña calle del Barrio, conocida por todos, donde se ejerce la prostitución abiertamente, y pensé que había alguna posibilidad de que ella misma se dedicase a ese oficio. El Callejón del Murciélago es también un lugar donde residen muchas familias de escasos recursos económicos, en su mayoría extranjeras o de raza gitana. Por una extraña asociación de ideas, en aquel momento recordé haber leído que los gitanos procedían de la India.

Al día siguiente pasé de nuevo por Maternidad. Allí me dijeron que el niño había muerto. Supe que le iban a hacer una autopsia, y por alguna extraña razón quise estar presente en ella. Tenía la sensación de que aquel niño desvalido me necesitaba a su lado para protegerle, incluso después de su muerte. Durante mi época de estudiante había asistido a unas cuantas autopsias, pero aquella fue para mi diferente a todas las demás. Aguanté hasta el final, y en cuanto pude salir me refugié en el cuarto de baño para romper a llorar. He pasado varias noches apenas sin dormir viendo aún sus ojos vacíos, su tripa llena de algodón.

Durante tres semanas he vivido para un solo momento, los cinco minutos en que cada mañana, justo antes de empezar mi jornada de trabajo, pasaba a visitar a Shabana. Como era aún muy temprano, siempre la encontraba dormida, pero un día, al abrir la puerta de su cuarto, vi con sorpresa que estaba incorporada, y que miraba fijamente hacia el lugar por donde yo acababa de entrar. Solo recuerdo que salí apresuradamente de la habitación, sin saber qué decir, y que no me atreví a volver. Más tarde se me ocurrió enviarle flores, que encargaba en una tienda cercana al hospital. Un día, sin embargo, supe que le habían dado de alta. Pasé por la habitación y vi que mi último ramo aún estaba allí, comenzando a marchitarse. Me sentí muy dolido al ver que no se lo había llevado.

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He leído todos los informes sobre Shabana a los que he conseguido tener acceso, los resultados de sus análisis, las hojas de seguimiento, el parte de alta e incluso un papel amarillo firmado por el jefe del laboratorio que certifica que no es seropositiva. He visto algunas de sus placas radiográficas y también he podido saber que antes de ser ingresada ejercía la prostitución en un club llamado “Blanca Nieves”, que se encuentra en el mismo Callejón del Murciélago. He pensado muchas veces en ir allí, como un cliente más, y dirigirme a ella para que se acostase conmigo. En alguna ocasión he pasado en coche, sin ninguna razón aparente, por delante del local, con la esperanza de verla.

Tengo un pequeño despacho en el hospital, lleno de libros médicos, prospectos de propaganda y carpetas de antiguos informes. Esta mañana, casi un mes después de la marcha de Shabana, he encontrado sobre la mesa un sobre blanco con mi nombre escrito. Dentro había una tarjeta del tamaño de una postal, con un dibujo hecho a mano con pinturas de colores. Eran unas flores rojas trazadas con torpeza, pero a la vez con cierto encanto. Parecía el dibujo de un niño. Junto a él, un texto escrito también a mano, en inglés, decía así: "Sorry, I hadn´t enough money to buy roses. Thank you", y su firma: "Shabana".

2010/06/09

EL ENVENENADOR


Jack Vettriano (The Singing Butler)


El Envenenador no es hermoso ni divertido ni tiene dinero. No, rectifiquemos, a pesar de su nombre inquietante, puede llegar a ser divertido por ocho, tal vez diez minutos. Nada más. Al undécimo, un ataque repentino de bilis acumulada deshace toda su gracia y atraviesa el cielo como una cruel galerna.

Aún así, hay mujeres, cansadas de esperar a un príncipe de labios azules, que lo adoran como si fuera un perro sin amo. Un perro enfermo de rabia, dicen después, cuando la unión explota, un traficante de pócimas y ponzoña. El Envenenador, seguro de sí, deja un rastro de cicuta y espera pacientemente a que surja el efecto inevitable.

El Envenenador es maestro en toxinas, narcóticos y brebajes. Maneja con gran habilidad con sus amantes el arsénico, el ántrax, la belladona, la estricnina, el cianuro o el gas sarín. Sin embargo, asegura buscar el amor, la familia, la felicidad de una relación estancada y trivial. Con tal fin, escruta en diferentes lugares, prueba con varias mujeres al mismo tiempo, ordena sus citas simultáneas con la minuciosidad y el riesgo de un alquimista del medievo, de un contorsionista o un maestro del alambre. A veces, en un primer encuentro, la ilusión se enciende y permanece viva por un tiempo, creando un espejismo de satisfacción y bienestar, pero el veneno que oculta entre sus ropas espera aletargado la tormenta irremediable.

De ese modo, a su paso queda un rastro de mujeres infelices, de amantes desencantadas, de hijos que abandonó sin llegar a conocerlos. El Envenenador los quiere a su modo, en la distancia, los visita en algunas celebraciones y los besa con sus labios amoratados, sin apenas tocarlos, para no transmitirles su poder malsano, su instinto maléfico.

Una vez ha contaminado a su última víctima, el Envenenador comienza a merodear a otras mujeres, hasta que nuevamente cree haber encontrado a la perfecta, pero el tiempo, como siempre, le desdice. Tan pronto como las convence de que él es el gentilhombre que esperan el interés lo abandona. Es entonces, mientras duermen, cuando elabora un cocimiento secreto que atenúa sus penas y detiene su corazón, justo a un paso de la muerte.



2010/06/06

JOE EL MISÁNTROPO


ALPHONSE MUCHA (Lorenzaccio)


Joe el Misántropo colecciona amistades. Tal vez esta afición parezca contradictoria con su nombre, pero él sabe muy bien que al igual que es preciso desarrollar la vida interior, hay pocas cosas en el mundo más valiosas que los amigos, y que es necesario recorrer a menudo el camino que lleva a sus casas para que no se cubra de maleza. Sabe también que hay personas tan valiosas como un cuadro de Van Gogh, una estatua precolombina o un diamante encontrado en las minas de Sierra Leona.

Para entrar en su lista de amigos no busca premios de belleza, expertos en arte o en matemáticas, geólogos, ingenieros o dentistas acaudalados. Solo pide una cierta hidalguía de carácter. Ya que sabe muy bien que nadie es bueno o malo por completo, aspira a encontrar personas cooperativas y amables, sin dobleces ni intenciones aviesas.

Joe no se limita a los seres humanos para incrementar su colección, pues considera que el mundo animal o vegetal son otra forma de vida, distinta pero a su vez trascendente. Los objetos incluso, en su opinión, tienen un espíritu indolente y mudo, que raras veces se muestra ante extraños. Joe el Misántropo saluda a su chaqueta, a sus zapatos, al exprimidor de zumos o al lavavajillas al inicio y al final del día y los cuida como si fueran plantas exóticas o pequeños pájaros amaestrados.

La colección de amigos de Joe es muy pequeña, solo consta de cinco o seis ejemplares que revolotean alrededor de su vida. Algunos, sin embargo, son de un valor incalculable. Otros se extraviaron de forma inesperada y lamenta su pérdida, pero aspira a recuperarlos de nuevo y a llenar su colección con muchos otros, gente de todo el mundo, africanos, americanos y asiáticos, ricos o pobres sin remedio.

Si alguna cosa desea para cuando le llegue el momento de abandonar este mundo, no son mansiones o riquezas que otros disfrutarán o anhelarán en secreto. El Misántropo quiere ser pobre sin pasar dificultades y estar rodeado de amigos que, en el instante final le dediquen, desde cualquier rincón del mundo, un pensamiento afectuoso, pues es el único tesoro que tal vez le sirva de algo en el más allá.


2010/06/02

LA ZONA DE SOMBRA


FRANTISEK KUPKA (The Book Lover)


Desde que era un muchacho, Omar pasaba la mayor parte del tiempo en la zona de sombra. Apenas salía de ella, del círculo cerrado de sus pensamientos. Iba de compras, saludaba a sus amigos, hablaba por teléfono, visitaba a su madre, veía la televisión, acudía a su puesto de trabajo, pero la mayoría de las veces estaba en un mundo exclusivo y recóndito, ausente de todo. Tal vez algún suceso de la infancia lo hiciera recluirse desde muy pequeño en aquel lugar y evitar el sufrimiento de mezclar su vida con la de otros. No observaba el color del cielo, los automóviles que pasaban, no veía las flores, la ropa alegre de las muchachas, los insectos, las mariposas que volaban al ras de sus ojos, no sentía frío o calor, no escuchaba las conversaciones de sus conocidos o sus compañeros de trabajo, no captaba el olor de la comida ni la saboreaba en su boca. Solo se entregaba por completo a la alegría, al sentimiento de estar vivo en muy contadas ocasiones que pasaban fugaces como ráfagas de viento.

Omar amaba los libros. Pasaba horas leyendo, pero rara vez se sumergía en sus páginas por completo, hasta olvidarse de todo. Acudía a menudo al cine, solo, pero no se fijaba en el color de pelo o en los ojos de la protagonista, en sus gestos ocultos o en el significado de sus miradas perdidas. Amaba el mar y la naturaleza, pero apenas sentía una sensación de bienestar ante ellos volvía su cabeza y regresaba a su castillo interior. En cuanto a sí mismo, evitaba los dilemas, los conflictos, los arrinconaba esperando que el tiempo los transformase en hojarasca y que volaran en la brisa tal y como habían llegado a su vida.

Algunas mujeres buscaban su compañía. Omar era amable y educado y ellas llegaban a creer que podía ser el hombre perfecto, pues el muchacho no mostraba jamás el animal oscuro que guardaba en su interior, el espacio de las tinieblas. Solo tuvo amores a medias. Nunca se decidió a dar los pasos necesarios, a arriesgar su destino, a jugarse la vida por una muchacha.

Con los años, como tal vez nos suceda a todos, casados o solteros, enamorados o indigentes del amor, sus respuestas se fueron haciendo más simples, su vejez se llenó de horas y días idénticos, de gestos automáticos. Nunca le faltó el dinero. Se jubiló y vivió solo, leyendo, paseando, cada vez más adentro de su tiniebla atroz, más ajeno que nunca a su entorno y a aquellos que pudieron ser sus otros destinos.

Una ambulancia lo esperaba en una ciudad del sur, donde había comprado un apartamento. Lo recogieron moribundo un día de lluvia en que estaba paseando por la playa, tras sufrir un ataque cardíaco. Dentro del vehículo de emergencia las luces iluminaban tenuemente la pantalla negra donde seguían fluyendo sin cesr sus pensamientos tortuosos, como un camino que conduce a la nada.



2010/05/20

ESTRELLAS


¿Te has parado alguna vez, en mitad de la calle, cuando llegas a casa de noche, solo, a mirar las estrellas?

¿Conoces alguno de sus nombres?. La mayoría tienen origen árabe, y muchos son especialmente bellos: Alnilam, Fomalhaut, Elnat, Meissa, Adhara, Altaïr, Enif, Rasalhague. Sus significados son igualmente hermosos: Wasat, “en medio del cielo”, Muphrid, “la estrella solitaria”, Tarf, “la mirada del león”, Sadalsuud, “la estrella de la suerte”, Aldebarán, “el que sigue a las Pléyades” o Alioth, “el caballo negro”.

Descendientes de aquellos hombres que pusieron nombre a las estrellas viven hoy entre nosotros, en un número que día a día crece. Pasean a nuestro lado, acuden a la oficina de empleo, cuidan de sus hijos y compran en nuestros supermercados, ante la indiferencia y la mirada condescendiente de muchos.

Los pueblos árabes dieron vida a las historias de las Mil y Una Noches, a Sherezade, Simbad y Aladino, que llenaron de magia nuestra infancia y juventud. Fueron el origen de historiadores, científicos y poetas de la hondura y la sencillez, como Omar Khayyam. En el seno del Islam hallaron la inspiración los derviches y los contadores de historias de El Cairo.

Tal vez los pueblos árabes hayan olvidado una parte de su pasado grandioso. Quizás, para recobrarlo precisen acercarse a él de nuevo, con los sentidos abiertos a las múltiples facetas que los constituyen, a los mercaderes del Sahara, a los nómadas tuareg, a los maestros sufíes, a la cultura de los antiguos egipcios, a los constructores de la Alhambra y la mezquita de Marrakesh, a los cazadores de animales salvajes de las antiguas praderas que hoy son solo desierto, a los hombres sencillos que en la inmensa soledad de las dunas dieron nombre a las estrellas.


2010/05/17

EJERCICIOS DE APNEA


HENRI DE TOULOUSE-LAUTREC (Bed)


Cuando era un niño me gustaba meterme bajo las mantas de mi cama. Incluso siendo un adulto lo he hecho algunas noches, solo o en compañía, y he vuelto a sentir lo mismo que en aquellos años perdidos de la infancia, que hoy me parecen maravillosos. Contengo la respiración unos segundos, incluso un minuto, hasta que ya no puedo más y regreso a la superficie, a la vida normal, al aire libre, a los sueños estancados o rotos.

No me puedo quejar de mi vida. Trabajo en una tienda de informática, toco el contrabajo en un grupo de jazz de mi ciudad, viajo a menudo y tengo una pareja que es mucho mejor de lo que podía esperar. Paulette tiene once años menos que yo, y no me explico qué puede haber visto en mí, un carcamal de 53 años, con poco pelo, bebedor incidental, fumador recurrente y sin demasiado dinero, desgarbado y sin una pizca de gracia. Es la mujer que quise tener a mi lado desde que la vi, sin imaginar que podía tener tan siquiera una pequeña posibilidad de casarme con ella. Cuando la conocí ella, que tenía solo 26 años, me puso una condición para ser mi pareja. Quería ser madre. Tuvimos una niña, Oittabe, y yo, que le había puesto todas las pegas del mundo y que incluso amagué con la separación para evitar el compromiso atroz de la paternidad, hoy no puedo vivir un solo segundo sin saber que mi hija se encuentra bien. Si ella no existiese sería un completo desgraciado, si la mujer que vive a mi lado hubiera aceptado mi chantaje emocional, vagaría alcoholizado por las calles más turbias, sin vida, sin amor, sin trabajo y sin destino.

Hace tres semanas, Oittabe, que tiene ya dieciséis años, se fue a pasar un año en Edimburgo, para aprender inglés. Se me cortó la respiración desde el mismo momento en que planteó en casa esa posibilidad, aunque sabía que no podía oponerme. Desde entonces camino como un ser sin vida propia, casi sin hablar con nadie ni en el trabajo ni fuera de él. Mi conversación con Paulette tiene que ver invariablemente con la niña. Si al menos hubiera tenido otro hijo, otra hija, pienso entonces, olvidando que rechacé esta posibilidad tajantemente, años después de que Oittabe naciera.

Por las noches espero su llamada. Aunque sé que solo acostumbra a telefonear los viernes o sábados, aguardo ansiosamente a que lo haga cualquier día, en cualquier instante. Cuando llega la hora habitual de sus llamadas, alrededor de las once de la noche, mientras Paulette está leyendo o viendo algún programa de televisión, me meto bajo el edredón de plumas de nuestra cama y aguanto la respiración. “Antes de que vuelva a respirar sonará el teléfono” pienso para mí mismo.

Paulette me mira de una forma extraña. ¿Pensará que estoy loco, que se ha casado con un pisicópata?. Hoy para mi sorpresa, la he encontrado en la cama cuando me iba a acostar. Jamás lo hace antes de las doce. Estaba, como acostumbro a hacer yo, completamente cubierta por el edredón. Cuando la he destapado no se movía. Aterrorizado, he tocado su pecho, he acercado mi cara a su nariz, he palpado su cuello en busca del latido carotídeo.

Cuando por fin se ha ido recobrando, semidormida, me ha dicho, de manera entrecortada y compungida “Aún no ha llamado”. “Pero si es jueves. Sabes que llama los viernes”, le he contestado. Entonces Paulette se ha echado a llorar.

Me he metido con ella en la cama, tratando de consolarla. Al ver que respiraba normalmente, la he abrazado con fuerza y la he llevado hasta el fondo de la cama, dejando una abertura por donde se pudiera filtrar el aire. Hemos hecho el amor pausadamente, queriéndonos, deseándonos, de una manera que ya casi no recordaba. Al terminar se ha quedado dormida a mi lado, debajo del edredón. He deseado que esta vez, más que nunca, se volviera a quedar embarazada, que ese ser desconocido que nada a oscuras en el interior de nuestras células surgiera de una unión inexplicable y que volviera a urdirse el milagro más frecuente del mundo, repetido en todas las especies conocidas, a lo largo del planeta, un millón de veces cada día.


2010/05/13

ALMAS GEMELAS


SANDRA BATONI (Muchacha sentada junto a la mesa)


El único propósito en la vida de Giselle era encontrar a su doble, a su alma gemela, a la persona que mereciera su amor. Era una mujer bastante hermosa y tenía un trabajo bien reconocido como oftalmóloga. Se había comprado una gran casa frente al mar de Bretaña y aún así tenía dinero suficiente para ir de viaje cuatro ó cinco veces al año. En cada nuevo sitio al que acudía trataba de hallar la persona que completase su vida, y para ello se quedaba escuchando la respuesta, que esperaba clara y audible, de su corazón. No buscaba unas muletas que la sostuvieran, ni alguien que le solucionase su futuro o le permitiera vivir mejor, sino un hombre que la sujetase en sus brazos y la acompañase como un fiel amigo en el transcurso de la vida, que avivase la llama de sus deseos adormecidos, que dilatase las horas de su vida con momentos inesperados, con alegrías repentinas, con frases y hechos de amor.

La muchacha anhelaba el amor, pero no rehuía los amantes ocasionales. En toda su vida había tenido más de treinta o cuarenta, pertenecientes a ciudades y culturas diversas, pero su alma gemela seguía sin aparecer ante ella, se escondía como un ser tímido y misterioso, como un elfo delicado y transparente que solo existiera en su mente. “La vida es un viaje a lo desconocido” escribía Giselle en su diario. “Existen millones de personas de las que nada sabemos. Cada día tenemos la obligación de hacer algo distinto, de conocer gente nueva”.

El tiempo pasa. Desde hace unos años, Giselle viaja con menor frecuencia. Cuando no está en el hospital pasa muchas horas en su casa frente al mar. Recibe muchas visitas de amigos de su entorno más cercano y de viejos conocidos de otros lugares. Adora el sexo y la complicidad amorosa, pero también ama la soledad. En sus vacaciones acude a una pequeña localidad de Mozambique para curar los ojos enfermos de los habitantes de las aldeas a cambio de compartir su comida y de una vieja cama de paja.

De noche, en su cuarto, Giselle escribe en su diario: “Puede que en el mundo haya miles de almas gemelas para cada uno de nosotros. Entregarnos a los otros es entregarnos al universo, a la vida. Estamos solos ante la inmensidad del cosmos, rodeados de millones de compañeros de viaje que están, como nosotros, atemorizados por la enfermedad y la muerte, por el futuro incierto”.

Aquella noche, Giselle, aún atractiva, recibe la visita de un nuevo amante. Es un habitante de esta tierra, donde nació la vida. En sus brazos se siente una princesa zulú en su noche de bodas, una muchacha desnuda ante el mundo, que se abraza con fuerza a uno de sus dobles, de sus almas gemelas.



2010/05/12

ZACK


ZHANG XIAOGANG


Cada vez que baño a Zack, mi único hijo, puedo ver cómo su tamaño se va reduciendo, poco a poco, hasta casi desaparecer. Se va volviendo igual que un pececillo, y luego parece solo una larva diminuta. Es entonces cuando lo saco de la bañera, temiendo que vaya a volverse invisible, que lo devore algún mosquito agazapado entre el gel y el champú, que se cuele por la rejilla del desagüe o que no pueda reconocerlo entre las pequeñas burbujas de agua.

Después lo pongo a secar y puedo ver cómo recobra poco a poco su tamaño natural y cómo va creciendo hasta ser nuevamente lo que era, un niño de cuatro años que pesa catorce kilos, que habla, ríe y corretea por todos lados, persiguiendo a los gatos, inventando palabras, pidiendo incansablemente cosas tan sencillas que resulta imposible conseguirlas.

Una vez, después de bañarlo, lo puse, como siempre, a secar. Se había vuelto otra vez muy pequeño, diminuto como una lágrima. Lo coloqué junto al fogón de la cocina, no muy alejado del fuego, para que le llegase un poco de calor. De manera imprevista me puse a cocinar y una gota de aceite caliente saltó de la sartén y cayó sobre él. Aún no había recuperado su tamaño sino muy levemente. Me puse a gritar como un loco. Temí haberle matado.

Observé, aterrorizado, cómo iba recuperando su tamaño normal. Estaba más aletargado que nunca, pero aún respiraba y su corazón latía débilmente. Se recuperó, por fortuna, pero desde entonces tiene una mancha amarilla sobre el pecho que le salpica ligeramente la cara, como si estuviera maquillado para una fiesta de carnaval o como si fuera un ser del futuro. Los médicos me han dicho que esa mancha nunca desaparecerá.

Desde entonces, Zack, mi niño querido, la razón de mi vida, odia el agua. Cada vez que me ve mira con recelo, como si no lo quisiera o como si pensara que espero una ocasión para volver a dañarlo o buscar su muerte.


2010/05/11

LA HABITACIÓN DE LOS SUEÑOS


HENRI DE TOULOUSE-LAUTREC (In Bed-The Kiss)


Poco después de cumplir 32 años, Stanislav conoció a Sheeva, el amor de su vida. Su conquista fue quizás de un mérito mayor que el descubrimiento y colonización de América o la posterior independencia de sus repúblicas. Cada noche, el hombre escogía y planchaba cuidadosamente la ropa que debía utilizar el día siguiente. Por las mañanas, después de ducharse, se afeitaba con gran esmero, se daba cremas hidratantes, se perfumaba mirándose desnudo ante el espejo y dedicaba diez minutos a vestirse, muy lentamente, con las ropas previstas, como si estuviera ejecutando una ceremonia de una importancia trascendental. Antes de salir de casa se sentaba un momento en su terraza a oscuras, mirando al firmamento y pensaba en que, cuando estuviera en presencia de la mujer, debía entregarse a ella con el oído y la mirada, con su alegría y su atención constante, hasta fundirse en un único ser, hasta lograr una comprensión absoluta.

Sin embargo, cuando tuvieron su primera relación sexual, unos meses después, nada salió como había previsto. Ambos se sintieron tensos e inseguros. Stanislav pensó que después de esa noche Sheeva nunca más querría dormir a su lado. La rehuyó durante todo el día, derrotado de antemano. Sin embargo, a la noche siguiente, ella apareció ante su puerta, alegre y feliz, con una bolsa en la que guardaba un pijama de flores y varios objetos de aseo. Desde entonces jamás volvieron a separarse.

A pesar de ello, Stanislav siguió cuidando con esmero todos los detalles que podían afectar a la relación. Cambió las cortinas de su cuarto, lo pintó con un color cálido, estudió cada rincón, cada objeto, cada cuadro y cada lámpara, y los cambió de sitio varias veces, tratando de aplicar en su hogar las leyes invisibles del Feng-shui.

Al principio les costó encontrarse el uno en el otro. Durante sus primeras citas de amor, él se sentía torpe y desmañado, tal vez a causa de su experiencia limitada en esas cuestiones. Sin embargo, cada día la relación se volvía más placentera para ambos. Stanislav se entregaba a ella apasionadamente, pero a su vez estudiaba con atención los gestos de su pareja, la manera que tenía de abrazarlo, sus gemidos, descubriendo las zonas secretas de su cuerpo y aprendía también de sí mismo, del placer creciente que sentía y de la extrema sensibilidad de algunas áreas inexploradas de su ser. Ya de día, leía en secreto, para saber aún más, revistas femeninas o aburridos tratados de sexo.

Stanislav siguió así durante toda su vida, en una interminable conquista, vistiéndose cuidadosamente, formándose en las artes del amor, pues siempre pensó que estaba a punto de perder a su amada, que la relación podía terminar en cualquier momento, que ella lo abandonaría cualquier día por otro hombre más rico, más atlético, mejor amante, más simpático y dicharachero.

Nunca llegó a saber que la había ganado desde el principio, que Sheeva, desde el instante en que lo vio tuvo claro que jamás podría separarse de él. La mujer nunca reclamó al destino que hubiese colocado a ese hombre en su vida y no a otro cualquiera. Agradecía cada día a sus dioses que unieran su camino al de ella. Enamorada, lo buscaba todas las noches, antes de dormir o en mitad del sueño, entregándose a él por completo, como si fuera el amigo y el amante perfecto, como a un príncipe misterioso que reinaba en la habitación de sus sueños.


2010/05/10

NÁUFRAGOS


AURELIANO ARTETA (Los náufragos)


Me reúno con un grupo de conocidos y amigos, casi todos por encima de los 40 años y me parece, de pronto, estar en medio de un grupo de náufragos. Sus caras reflejan, en distinta medida, los estragos de una dura travesía por la vida, con caídas y desilusiones, desastres, pérdidas y desgracias. Algunos sobreviven con cierta gallardía, con elegancia, mientras otros muestran en sus cuerpos marchitos las feroces dentelladas de un pasado implacable.

Pienso entonces que tal vez la vida de todos no sea más que una historia de supervivencia, un juego de naufragios. En ese juego, algunos nacen ya abandonados por el destino, los niños con enfermedades o malformaciones, los indios de las aldeas perdidas de Bolivia, los habitantes pobres de Sudán o de los suburbios de Calcuta.

Pero a partir de cierta edad todos nosotros, europeos, asiáticos o africanos, ricos o pobres, inteligentes o estúpidos naufragamos sin remedio, nos hundimos en nuestras propias vidas hasta el definitivo cataclismo de la vejez y la muerte, ese desfiladero sombrío que nos lleva hacia un mundo desconocido. El camino a ese mundo es, tal vez, el trance más importante de nuestras vidas. A él llegamos desarmados y sin fuerzas, exhaustos, derrotados y casi siempre solos.

Miro a mi alrededor y veo niños alegres, muchachos esbeltos y presuntuosos, mujeres que acuden a sus trabajos, hombres con corbata o ancianos que caminan lentamente, escapando del sol. Yo, como Alexander Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe, paseo entre ellos como un muchacho extraviado, como un náufrago.



2010/05/09

NIÑOS


ELENA ODRIOZOLA


Los niños conocen todos los secretos. Su pensamiento difuso dirige los complejos mecanismos de la vida intrauterina, computando lentamente lo aprendido por todos los seres vivos a lo largo de la historia de la Tierra y las estrellas.

Cuando atraviesan el umbral de nuestro mundo, cubiertos de secreciones, los recién nacidos saben ecuaciones, algoritmos, física cuántica. Dominan el lenguaje de los osos polares y las mariposas, de las amebas y las flores, la geografía imprecisa de los astros y los caminos que permiten atravesar agujeros negros con la única fuerza del pensamiento.

Los niños proceden, tal vez, del mismo lugar al que nos dirigimos tras la muerte. Dicen que es un lugar muy hermoso al que todos pertenecemos, un mundo misterioso y constante donde todo lo aprendido se olvida y lo olvidado vuelve a recordarse.



EL BARRIO DE LAS SERPIENTES


EDUARDO ÚRCULO (Chinatown)


Había cortado su pelo al cero y olía a colonia muy cara. Se vistió con un traje blanco y fue hasta el Barrio de las Serpientes, dando tumbos por la calle abarrotada de hombres sin alma.

Había conocido allí a una muchacha que parecía ingrávida en sus brazos y a la que no había querido olvidar desde entonces. Aguardó a verla salir del brazo de un amante fugaz y le dio cien dólares para que subiera a su coche, que hacía un terrible estrépito.

Llegaron hasta el paseo del puerto. Él tomó un sorbo de un licor desconocido antes de entregarle un anillo, sin querer mirarla, mientras contemplaba los pájaros que trazaban líneas rojas en el cielo.

La muchacha no lo recordaba, pero le gustaron sus labios y dijo que sí sin pensarlo. Aquella tarde no volvieron a sus casas, comieron bocadillos y bebieron agua de las fuentes y cerveza de lata. Después, se tatuaron un corazón con tinta roja para celebrar su compromiso. Por la noche, a la hora pactada, él la llevó de vuelta al burdel donde al día siguiente lo estaría esperando su figura quebradiza que siempre olía a rosas.


2010/05/05

EL CORAZÓN QUEBRADIZO



JACKSON POLLOCK


La vida se condimenta a cada instante, como una receta de cocina, o tal vez se elige cuidadosamente, como la carta de un restaurante de lujo. ¿Qué deseo que ocurra en este día que morirá tras unas horas?. ¿Qué quiero añadir a mi experiencia en este año que comienza?. ¿Cuánto quiero de amor, de literatura, de deporte, de sexo, qué físico quiero tener, quiero estar más gordo, más musculado, qué pensamientos dejaré que me dominen o decidiré cultivar, qué ciudades me gustaría conocer, qué amigos deseo frecuentar, quién será mi pareja para siempre o mi próxima amante?.

Sin embargo, la vida también nos depara continuas sorpresas, golpes inauditos, saltos al vacío, hechos inesperados, unos positivos y otros, al contrario, trágicos, de los que a duras penas nos recuperamos, como si fuéramos las víctimas de un naufragio o un maremoto. Muchas veces, además, nuestros planes están marcados por otros, por influencias que no hemos buscado y que no deseamos.

Así, el dibujo de la vida se va bosquejando con pequeñas elecciones, entretejidas por los movimientos en zigzag de nuestros pensamientos oscuros, por las oscilaciones de nuestro corazón quebradizo.



HIYYA, RAÍZ DE SERPIENTE


Claudio Bravo (The Fortune Teller)


Ariel pasó la tarde en el mercado de Marrakesh, solo, ya que sus amigos habían preferido quedarse en la piscina del hotel, un cinco estrellas repleto de turistas franceses. Poco a poco se fue alejando de las zonas más concurridas y pudo descubrir tiendas que ofrecían objetos distintos a aquellos que se repetían una y mil veces en los puestos de los corredores más transitados. Se sentía a gusto en aquel ambiente extraño, que le recordaba a los cuentos de las mil y una noches, rodeado de gentes del lugar y unos pocos extranjeros. Cuando alguno de ellos se detenía a mirar las mercancías expuestas, los comerciantes parecían sorprenderse, como si no estuvieran acostumbrados a recibir visitas.

Vagabundeando por el mercado, Ariel entró en una tienda de hierbas, especias y plantas aromáticas. Por simple curiosidad, se quedó observando los pequeños sacos, cartones y plásticos abiertos, identificados con signos que para él resultaban incomprensibles. De repente, su atención se centró en una raíz leñosa y retorcida de color rojizo. Al mirar el precio, escrito en dirhams al lado de la planta se sorprendió, pues parecía una cantidad exorbitante en comparación con la que figuraba junto a las demás mercancías expuestas. Se quedó aún más sorprendido cuando calculó su precio en euros. La planta, similar a la mandrágora, tenía la forma de una pequeña serpiente enroscada y estaba apartada, casi escondida, como si el comerciante quisiera tenerla cerca de sí y únicamente la reservase para algunos visitantes escogidos.

Ariel preguntó al vendedor, un anciano bereber, por sus virtudes. Utilizó el inglés y el francés, pero el hombre no pareció entenderle. Solo repetía, una y otra vez, una palabra, “asira” o tal vez “axira”, que Ariel supuso de origen árabe. La planta le atraía con tanta fuerza que el muchacho, que volvía a casa el día siguiente, se gastó sus últimos dírhams en una pequeña cantidad de aquella raíz aparentemente seca. Todo intento de regatear fue infructuoso. El anciano no tenía, supuestamente, ningún deseo de venderla, y parecía sentirse molesto por el desmedido interés del extranjero.

De vuelta al hotel, Ariel preguntó en recepción por el significado de esa palabra, pero no le aclararon gran cosa, tal vez debido a su mala pronunciación. Uno de los mozos, sin embargo, le dijo que “axira” significaba algo así como “el más allá”, aunque bien pudo haberle dicho cualquier otra cosa, pues apenas era capaz de pronunciar unas pocas frases en castellano.

No se volvió a acordar de la extraña raíz hasta que, ya de vuelta, al deshacer la maleta se la encontró en el fondo, bajo la ropa, envuelta en una pequeña bolsa de plástico. Durante toda la semana, Ariel anduvo muy ocupado, completamente absorbido por su vuelta a la cotidianeidad. El sábado a mediodía, la volvió a encontrar sobre la placa de vitrocerámica de su cocina. Acababa de comer y pensó hacerse una infusión de la costosa planta, sin saber si era digestiva, tranquilizante, si servía para expectorar, para dejar de toser o si incrementaba la potencia sexual.

Después de tomar la bebida, muy caliente, Ariel se puso a ver la televisión y se quedó dormido. Cuando despertó, el salón estaba a oscuras. Miró la hora. Eran las once de la noche. De repente recordó que había quedado con un amigo a las once y media, justo después de cenar, para tomar unas copas. Temiendo llegar tarde a su cita, se vistió y salió de casa apresuradamente.

A la mañana siguiente se despertó en un extraño lugar, completamente desconocido para él. A su lado yacía, desnuda, una muchacha hermosísima, que dormía profundamente. Ariel recordó de repente su cara y su nombre, Estela. La había visto en un bar, nada más salir a la calle, pero no podía acordarse de nada más. Solo sabía que nada más verla la había deseado con gran fuerza, con una pasión arrebatada.

A partir de entonces, Ariel tomó una infusión de la raíz cada noche, durante tres semanas, hasta que sus reservas se agotaron. Durante aquellos días maravillosos, uno tras otro, todos sus deseos se hicieron realidad, como por milagro, como si un genio maravilloso estuviera a sus órdenes. Le llamaron para un nuevo trabajo, con un sueldo muy superior, la muchacha que le había abandonado tres meses atrás le volvió a llamar y durmió junto a él varias noches, hablándole de compartir su vida y tener un hijo de ambos, se pusieron en contacto con él antiguos amigos a quienes había echado mucho en falta, le comunicaron la publicación de un cuento que había remitido a una revista dos años atrás, su padre curó de una enfermedad crónica e hizo un viaje inesperado a Islandia, entre otras cosas.

Cuando la raíz estaba a punto de terminarse, Ariel comenzó a buscarla en herboristerías y casas especializadas. Como no consiguió nada, rastreó Internet y acudió, sin éxito, a tiendas de emigrantes magrebíes. Poco después, su suerte empezó a torcerse. Se sentía mal, enfermo y deprimido, como si estuviera atravesando una crisis de desintoxicación. Cada día que pasaba notaba disminuir su energía. Todos le recomendaban que acudiera lo antes posible a un médico, pero él, para sorpresa de sus conocidos, decidió volver a Marrakesh. Una vez allí, recorrió una y mil veces todos los callejones del mercado, sin encontrar la tienda donde había comprado la raíz. Preguntó a todo aquel que encontraba sobre aquel lugar y la misteriosa planta. La gente le miraba con extrañeza e incluso se enfadaba, como si sus preguntas infringieran alguna norma desconocida del Islam. Sin embargo, no intentaban engañarle ni venderle nada. Parecía que en realidad se apenaran de él o que les diera miedo.

Ya de noche, en la plaza de Djemma El Fna, cansado y enfermo, Ariel sintió unas terribles ganas de llorar. Se sentó en el suelo, recogiéndose sobre sí mismo, como un niño que aún no hubiera nacido. En aquel momento se le acercó una mujer bereber, que se ofreció para hacerle un tatuaje de henna en la mano. Ariel la dejó hacer. Cuando finalizó su trabajo, el muchacho pudo ver en su mano un símbolo muy bello, ondulado y hermoso. Intrigado, preguntó lo que significaba. La mujer, muy seria y mirándole a los ojos fijamente le dijo, en un castellano anguloso: "es Hiyya, la serpiente. Está dentro de ti, tienes que sacarla de tu interior o te conducirá en pocos días a la muerte. Estabas condenado. Por eso he ido hacia ti en cuanto te he visto. El dibujo te protegerá como un espejo. No comas ni bebas en tres días, duerme y espera a que Hiyya salga y se vaya por sí sola".

Ariel volvió a su hotel, muy cansado. Veía puntos luminosos que brillaban ante sí, como el aura de una migraña. Después, repentinamente, le empezó a doler la cabeza, de una forma terrible y cruel, hasta que se durmió o tal vez perdió el conocimiento.

Durante tres días vagó por mundos desconocidos. Allí vio a muchos amigos y familiares que habían dejado de existir tiempo atrás y pudo hablar con ellos en un lenguaje sin palabras. Después penetró en un lugar maravilloso, sintiendo una viva corriente de energía que recorría su cuerpo en todas direcciones, como si él no fuera nada, como si su materia no existiera, como si no tuviera cuerpo. Descubrió que aquel era un lugar que late con delicadeza dentro de cada uno de nosotros y del que huimos constantemente en nuestra vida consciente. Ariel reía y lloraba, embargado por una alegría sin sentido, por una emoción maravillosa. Durante aquellos días supo que la soledad no existe, que el universo vive en cada célula, en cada ser vivo.

Tres días después despertó. Empezó a recuperarse, muy poco a poco. El mismo día, con gran esfuerzo, volvió a salir a la calle, delgado, pálido y muy débil. Su teléfono móvil estaba colapsado de llamadas y mensajes, pero Ariel solo quiso hablar con su padre, para que estuviera tranquilo. Pasó varios días deambulando por el centro de la ciudad, comiendo en las tabernas, tomando café y té de menta, charlando con los vendedores y observando a cada una de las personas que recorrían distraídamente la plaza. No buscaba ya nada, no deseaba comprar nada. Sentado en una terraza, volvió a contemplar el tatuaje de Hiyya, la serpiente y le pareció muy hermoso. Deseó que nunca se borrara de su mano, para que pudiera recordar siempre aquellos días. Axira, el final de su vida, se había manifestado ante él y ya no lo temía, pero tampoco iría en su busca.



2010/05/03

UN MAPA DEL ALMA


Simbad the Sailor (Paul Klee)


Jean Laxalt, ilustrador de cuentos infantiles, estableció su residencia en Ciboure, un pueblo del País vasco-francés, buscando un lugar tranquilo, cerca del mar, donde dedicarse a su profesión. Estaba atravesando una época de profunda introspección, ocasionada por la muerte de su mujer en un accidente de tráfico. Durante aquellos días, Jean decidió pintar un cuadro que representara su alma atormentada por la terrible pérdida. Allí estaban, en pequeños espacios de lienzo ocupados por trazos rojos, azules, morados o negros, los recuerdos de su vida, las personas que la habían marcado a fuego, sus momentos de soledad, sus secretos, sus sueños y el terrible presente, desdibujándolo todo con un dolor ineludible.

El cuadro parecía una ilustración naif con elementos expresionistas y de arte abstracto. También podía recordar a una lámina antigua de Brueghel o el Bosco. Cuando su hija Izar, de siete años, vio la pintura, quiso que le explicase cada figura, cada línea, cada rastro de locura, cada gesto apasionado, cada imagen tenebrosa. La niña le pidió que le pintara también a ella de aquel modo, que dibujara un mapa de su alma. Jean la estuvo observando durante varias semanas, escuchando sus conversaciones, mirándola dormir y atendiendo a sus juegos, a sus momentos de rabia, a su odio hacia el mundo por la pérdida de su madre. La pequeña ya se había olvidado del cuadro, y se dedicaba a acudir a sus clases, a jugar y correr por el puerto, a hacer los deberes, a ver la televisión o a tumbarse triste y pensativa, mirando al techo.

Jean pintó el cuadro más hermoso de su vida. Era una visión desgarrada de su hija, tamizada por su amor incondicional hacia la pequeña. Cuando, una vez terminado, se lo enseñó, Izar lo miró un rato, sorprendida y le pidió a su padre que se lo explicara todo, haciendo gran cantidad de preguntas. Luego echó a correr, y no pareció volver a acordarse de pintura. A veces, cuando cruzaba el pasillo donde estaba colgada, se detenía a mirarla durante unos segundos, y volvía otra vez a sus juegos, sus estudios y sus otras ocupaciones.

Izar estudió arquitectura y, ya licenciada, mientras preparaba sus proyectos de trabajo, tuvo que vivir en muchas ciudades, en París, en Malmö, en Split, en Atenas, en Melbourne, en Tokio. Cuando su padre murió a consecuencia de un infarto de miocardio, regresó a Ciboure, y nada más cruzar la puerta de la casa, volvió a ver el cuadro. Le pareció más pequeño que como lo recordaba, pero le emocionó tanto que se lo llevó a Ginebra, donde vivía por entonces. Desde aquel día, en cada nuevo destino esa pintura ha ocupado un lugar preferente de su hogar.

Durante su estancia en Tokio, Izar empezó a practicar la meditación zen. Desde entonces se sienta cada noche, antes de dormir, con los ojos cerrados, ante una pequeña estatua dorada de Buda, y así, muy quieta, penetra en sí misma, se introduce en el flujo de la vida inmóvil, en la agitación incesante del no ser. Después, cuando llega la hora de acostarse, mira al cuadro durante unos segundos y al reconocerse de nuevo en su alma de niña se siente tranquila y sosegada.


2010/05/02

HABITACIONES DESORDENADAS

LUCIAN FREUD (Interior in Paddington)


Anteayer, a las once de la noche, recibí una llamada inesperada. Era una amiga con quien tuve una corta relación en otro tiempo, y que por suerte, no conoce este blog. No, no voy a decir nada malo de ella, ni mucho menos. Tampoco diré su nombre.

Justo acababa de dormirme y mis primeras respuestas, seguramente, fueron monótonas, desganadas, somnolientas, la conversación anquilosada de alguien que ha sido extraído de un mundo extraño y misteriosamente feliz y que solo quiere volver a él, sin ningún deseo de que le saquen de allí a la fuerza para entablar cualquier tipo de conversación.

Sin embargo, la charla duró hasta la una de la mañana. Hablamos un poco de todo, ya que hacía un tiempo que habíamos tenido oportunidad de extendernos de ese modo. Al final, puesto que mi amiga es psicóloga y tiene formación en Gestalt, la conversación derivó hacia esos caminos. Cuando le dije que iba a dedicar esta semana a ordenar mi trastero, que parece haber sufrido la visita de un tornado o un temblor de tierra, me dijo que el que estuviera así era un reflejo de mí mismo, de mi desorden mental.

Vivo solo y, ya que paso muy poco tiempo en casa, había pensado coger una persona para que me hiciera algunas tareas del hogar. Mi piso también suele necesitar un poco de orden y concierto, siempre tengo ropa sin planchar y nunca me acuerdo de limpiar los cristales o las persianas, de dedicarle un tiempo a la terraza, de lanzarles frases de amor a las flores. Siempre he pensado que estas son tareas que debe hacer uno mismo, y ahora, después de conocer esa oscura relación, que ya intuía, entre el desorden de la casa y el propio, creo que tal vez sea un poco injusto contratar a alguien para que te arregle y te limpie las habitaciones desordenadas de tu mente.

Mi amiga también me dijo que últimamente adivina el futuro, que lo presiente. No es que le crea mucho pero aproveché para pedirle que adivinase el mío y ella me contestó que el año que viene tendré una relación muy intensa y apasionada, que incluso puede acabar en boda. También quiero escribir una novela y me dijo que solo lo conseguiré cuando esté enamorado. Ya lo estoy, le confesé, y no escribo una palabra de ningún libro. Además, proseguí, siento como si toda mi inteligencia o mi capacidad de razonar, si algún día las tuve, se hubieran evaporado, como si tuviera el cerebro de un caballito de mar o una sardina.

Hoy, por fin, me he puesto a ordenar el trastero. Quiero deshacerme de cosas viejas, que fueron útiles en su día pero que ya no me sirven, para dar entrada a otras nuevas. Cuando termine ¿se ordenará a la vez, misteriosa y mágicamente, el resto de mi vida?.


2010/04/30

OFRENDAS A SERES PERVERSOS


SATURNO BUTTÒ



No somos diablos ni espíritus celestes. Sin embargo, guardamos en nuestro interior, en los surcos profundos que modelan nuestro cerebro, en las diminutas células que mueven los ventrículos cardíacos, en el hueco vacío de nuestras manos, la memoria de todos los hombres y mujeres, malvados o benévolos, africanos, asiáticos, europeos, aztecas, maoríes. Somos a un tiempo, sea cual sea nuestra edad, niños y ancianos, chiquillas humildes o princesas, ladrones, mesías y moribundos, maestros irascibles y tiernos muchachos que se sonrojan al contemplarse ante el espejo, desnudos.

No somos más humanos cuando repartimos sonrisas que cuando dejamos que nuestros duendes maléficos salgan a la luz, cuando tenemos un éxito fugaz que cuando perdemos el rumbo y empezamos a hundirnos. Nuestra vida, alimentada por el sol y las estrellas, es resultado del azar. Pasan los años por el mundo, las estaciones cambian el aspecto de la tierra. Nosotros también cambiamos, pero seguimos en pie, buenos y malos, como el mar y los bosques, como los tornados o la lluvia.

Alimento y doy de beber a mis demonios. Los observo comer en mi mano, pacíficos como bulldogs. Van siempre conmigo, a todas partes, escondidos tras mis buenas maneras y mi ropa deportiva, tras el ángel que me enseñaron a aparentar que soy. De cuando en cuando les hago pequeñas ofrendas, dulces, pensamientos maléficos, flagelaciones, momentos oscuros, comidas copiosas. Quien me quiera, deberá quererlos a ellos también. Para que yo pueda darte mi amor, deberé alimentar con cariño a tus demonios, a los seres perversos que duermen en ti.


UN JUEGO

VICTOR BRAUNER (Adan y Eva)


"Os propongo un juego”, dijo al final de la clase. “Son ya casi las ocho, y yo imagino que, puesto que es viernes, muchos de vosotros habréis quedado con vuestros amigos, con vuestros novios o vuestras novias, o que, en el caso de no tener ninguna cita os iréis a casa rápidamente y allí os dedicareis a leer, a escuchar música, a ver la televisión, o quién sabe a qué, hasta que decidáis que es hora de ir a dormir. Lo que os quiero proponer es que ahora mismo, antes de salir de aquí, dediquéis un par de minutos a pensar en algo que os voy a plantear. Quisiera que os imaginaseis lo que de verdad desearíais hacer en este momento, lo que más os gustaría, vuestro plan ideal para esta noche. El único límite es que sea algo posible, algo que realmente pueda hacerse, hoy mismo, durante las horas siguientes. Es prácticamente imposible, por ejemplo, que alguien coja un avión esta misma noche y se vaya hasta Jamaica o Nueva Zelanda. Es decir, lo que me gustaría que hicierais, si así lo queréis, por supuesto, es que durante unos instantes penséis en cuál sería la noche perfecta, hoy, esta misma noche, y aquí, en vuestro entorno habitual. Luego hacer el favor de compararla con vuestros auténticos planes, y decirme, si os parece bien, si coinciden o no”.

Ante esta propuesta inesperada, todos nos quedamos en silencio, sorprendidos, sin saber muy bien cómo reaccionar. Finalmente, la clase duró hasta cerca de las nueve, pero a pesar de que habíamos sobrepasado ampliamente el horario establecido, nadie se marchó.

De un total de veintidós alumnos, solo uno aseguró que lo que había planeado hacer aquella noche coincidía con sus más fervientes deseos. Tenía pensado irse a casa al terminar la clase y cenar pizza en compañía de su novia mientras veían juntos las películas de vídeo que habían alquilado unas horas antes.

Todos los demás teníamos proyectos que no coincidían con nuestros deseos más íntimos, de los que, en cierto modo, ni siquiera habíamos sido conscientes hasta ese momento. Algunos de mis compañeros se habían citado con sus respectivas parejas, pero ninguno parecía desear con pasión esos encuentros.

Unos cuantos, aunque no todos, se atrevieron a contar ante el resto del grupo el plan perfecto que habían imaginado para pasar las horas siguientes. Algunos de estos planes, de manera sorprendente, tenían que ver con miembros de la propia clase, y un fuerte componente sexual. En dos de los casos los deseos coincidían exactamente, es decir, las personas que contaban ante los demás su plan ideal habían incluido en él a otro miembro del grupo, que a su vez les había escogido para pasar en su compañía esa noche mágica. No todos los alumnos, sin embargo, fueron tan sinceros, como resulta fácil de comprender. Algunos, tras afirmar que era completamente imposible que sus expectativas para esa noche pudieran realizarse, se negaron, con una sonrisa, a dar más explicaciones.

Yo fui uno de estos últimos. No me atreví a manifestar lo que había estado pensando, aunque la persona implicada en el ardiente deseo que latía con fuerza en mi pecho y que hacía temblar mi voz y mis manos estaba justo a mi lado, y a pesar de que ella misma, una muchacha morena, delgada y sonriente, a la que apenas conocía, afirmó en público que le hubiera gustado irse a solas conmigo a dar un paseo por la ciudad o a tomar algo en una cafetería. En aquel momento me venció una extraña timidez, un deseo de huir de la felicidad posible, o tal vez un presentimiento de desgracia. Al salir del aula ni siquiera me despedí de ella, y acudí a la cita que tenía con un amigo para ver una película a la que no presté ninguna atención, sin poder olvidar lo que había ocurrido unas pocas horas antes ni a la encantadora muchacha que había deseado estar conmigo, esa noche, más que ninguna otra cosa en el mundo.

No tengo la menor idea de lo que hicieron mis compañeros. Si regresaron derrotados, como yo, a sus citas preestablecidas, a la monotonía de sus vidas, o si, por el contrario, fueron capaces, sin recurrir a la imaginación, a las satisfacciones solitarias, a los genios encerrados en el interior de viejas lámparas o a vanas esperanzas de un futuro maravilloso, de intentar que sus sueños se realizasen, aunque solamente fuera por una noche.


2010/04/29

DIENTES DE TIBURÓN




Raúl Salitre regaló a Esma, la muchacha que pretendía, un diente de tiburón. En la pequeña aldea del Caribe donde ambos habían crecido aquella era una señal inequívoca de cortejo y deseo inaplazable, y ella así lo entendió.

La muchacha no lo dudó un instante. Quería a Raúl desde que era una niña. Esa noche durmieron juntos en la playa, y ya no supieron separarse más. Se casaron en una iglesia de colores muy vivos, al borde de un mar donde llegaban a desovar las tortugas y donde aguardaba su salida del agua un jaguar desorientado en busca de sustento.

Después de la cena, una banda de muchachos mestizos tocó ráfagas de ritmos calientes. Salitre y su nueva esposa bailaron cumbias, salsas y vallenatos hasta muy entrada la noche, y después desaparecieron hacia algún lugar donde no les conocieran ni les buscaran.

Nadie los vio hasta muchos días después. Anduvieron entre el norte y el sur, siempre cerca del océano donde vivían las tortugas y los tiburones y donde habían nacido, millones de años atrás, todos los animales y todas las razas de hombres. Durmieron en las antiguas ciudades de los indios, contemplaron los viejísimos volcanes, subieron pirámides y observatorios astronómicos, anduvieron a caballo y se bañaron en cenotes sobre los cuales caían violentas cascadas.


Esma piensa que el diente de tiburón la protege y le da fuerza para soportar las adversidades, que nunca tardan en llegar. Por eso lo lleva anudado en su cuello a todas horas.

Años más tarde lo seguía llevando cuando nacieron sus tres hijos y cuando a su marido lo volteó una mantarraya. En su propio lecho de muerte, víctima de una fiebre abrasadora, Esma no apretó en su mano un rosario o un crucifijo, sino el diente de tiburón que un día le regaló Raúl, para que la acompañase y protegiese en su tránsito más difícil.