2010/01/28

ENTRAR EN LA GUARIDA DEL DRAGÓN

KAYCEEUS

Aquella mañana, mientras aguardaba su turno ante la máquina de café, Maddi sufrió una profunda conmoción. Vio, vuelto de espaldas, a un hombre por el que sintió una atracción poderosísima. Le pareció, sin embargo, demasiado joven. Era delgado y vestía de una forma un tanto bohemia. Cuando se volvió se dio cuenta, observando las diminutas arrugas de su rostro, de que era mayor de lo que había pensado, aproximadamente de su misma edad, alrededor de 38 años. El hombre le sonrió dulcemente, aunque sin que en apariencia reparase en ella y se volvió hacia su círculo de amistades.

Había sido un encuentro casual, sin palabras, pero a Maddi la conmoción le duró varias semanas. Lo veía pasar de vez en cuando, sin dirigirle una sola mirada, como si no la viera o no recordase nada de aquel fugaz encuentro. De un modo casual supo que se llamaba Hans, y que trabajaba como traductor de idiomas en un departamento de la empresa con el que Maddi no tenía ninguna relación. Una amiga le dijo que era de origen suizo, que vivía solo y que no estaba casado.

Maddi nunca se había atrevido a abordar a un hombre. Había tenido dos o tres relaciones, pero siempre eran ellos los que empezaban una conversación, quienes daban el primer paso. A veces todo resultaba muy forzado. La mayoría eran demasiado directos o intentaban ser graciosos. Sin embargo, jamás había sentido aquella intensa emoción que no podía postergar, dejar a un lado o apartar de sí. Una tarde, hojeando un libro sobre orientalismo, leyó una frase que le hizo cavilar durante varios días seguidos: “Atrévete a entrar en la guarida del dragón”, decía. Pensó que era un mensaje dirigido a ella misma y que a pesar de ser mujer tal vez debería hacer algo, dar una muestra de sus sentimientos.

Hizo una larga lista con las posibilidades de dar un paso hacia aquel hombre, un gesto que fuera claro y a la vez considerado y hermoso. Ninguna le convenció del todo. Entre todas ellas, no obstante, escogió una, pero una vez tomada la decisión se consumía pensando en cómo podía ponerla en práctica. La ocasión, sin embargo, se presentó poco después, de forma inesperada. Lo encontró en un pasillo, solo. Se acercó a él y sin decir una sola palabra, le entregó una hermosa roca volcánica, de pequeño tamaño, que había cogido el verano anterior muy cerca de la cumbre del Etna y le dio un beso en la mejilla. Después se alejó, avergonzada. Estuvo ausente toda la tarde, hasta la hora de salida y eligió un trayecto en el que no pudiera encontrarse de ningún modo con él.

A la noche estaba completamente arrepentida de su acción. Si hubiese podido habría dado marcha atrás. Durante los días siguientes, Maddi evitó aparecer por los sitios comunes, donde existía alguna posibilidad de encontrarse con él. Incluso estuvo pensando seriamente en cambiar de trabajo.

Dos semanas después, se lo encontró en un lugar y a una hora inusual. El salía con varios compañeros y se quedó observándola insistentemente. Maddi se alejó sin mirarlo, terriblemente avergonzada.

Unos días más tarde, al llegar a casa, vió un sobre en su buzón. Al abrirlo, sorprendida, encontró una tarjeta con un texto extraño, que no pudo comprender. Le pareció que estaba escrito en alemán. La mujer buscó en Internet un traductor on-line, escribió la frase y oprimió la tecla "enter" de su ordenador. Después, con un nudo en su corazón leyó, entrecortada por la emoción: “Maddi, no te he podido apartar de mi mente desde la primera vez que te vi”.



2010/01/16

UNA MEDIA LUNA SOBRE EL CUELLO

SATURNO BUTTO



La primera vez que la vio desnuda, Kalu descubrió una media luna oscurecida en la base del cuello de la mujer que amaba. No se atrevió a interrogarle sobre el origen de la marca, pero se despertó alterado a medianoche, pensando en ello.

Se lo preguntó por la mañana, mientras desayunaban. Ella se rió pero no dijo nada. No lo hizo tampoco los siguientes años de su noviazgo, cada vez que el muchacho devoraba el sabor de su cuello buscando en él el destino de su vida.

Estaba claro que no se trataba de un tatuaje. Más bien parecía una marca de nacimiento o una cruel impresión hecha a fuego que pretendía hacer visible algún hecho que su pasado ocultaba.

Vivieron juntos muchos años y tuvieron cinco hijos. La media luna seguía allí, año tras año, un parto tras otro, pero las explicaciones de la mujer nunca llegaban. Ante su insistencia, un día, a modo de respuesta, ella le dijo: “Moriré antes que tú. Lo sabrás en mi lecho de muerte”.

A pesar del castigo infligido a su cuerpo por los hijos y el duro trabajo, ella siempre se mantuvo sana, esbelta y firme. Cada noche buscaba ansiosa el torso desnudo de su marido, como si lo desease con una fuerza inaudita, o como si aún quisiera tener hijos imposibles.

Cuando la mujer enfermó de forma inesperada, Kalu no quiso recordar la respuesta pendiente. En aquellos instantes, cuando perdía la mitad de su vida, esa era su última preocupación. Sin embargo, se dio cuenta de que, en aquel terrible trance, la media luna se iba borrando poco a poco, como si el pequeño satélite, reflejado en la piel de la mujer, le hubiera transmitido hasta entonces su fuerza magnética o como si, muchos años atrás, el oscuro cuerpo celeste la hubiera traído a la vida.



2010/01/07

LA FLOR DE HIELO

EVA AZKUE


Desde que descubrió que su marido soñaba con otras mujeres, Fanny guarda una flor de hielo en su corazón. No hizo falta que él se lo contase. Las vio en sus labios dormidos, las sintió en la piel de sus brazos, las vio flotar entre las células de su cerebro, como plumas de ave.

Desde entonces, la flor se interpone ante cada nuevo hombre que aparece en su vida, como si los huesos, los músculos y las arterias de su pecho presintieran el desastre inevitable.

Un día, Fanny encontró a un hombre que, por antiguos desengaños, guardaba en el pecho, como ella, una flor de hielo. La mujer sintió hacia él una atracción devastadora, un huracán de amor y dolor entremezclados como esquirlas punzantes.

Cada día que se encuentran, los dos intentan mantener separado lo que las fuerzas que mueven los astros tratan de unir. Apenas hablan, justo se miran de soslayo, se empeñan en no verse.

Ambos, cada día, se aman en secreto, como tristes figuras de nieve.