2011/06/11

HECHIZOS DE PROTECCIÓN

TAMARA DE LEMPICKA (Adam and Eve)


Aquel verano que acababa de llegar, Thao se había quedado solo. No tenía planes, no sabía con quien salir o irse de viaje. Estaba atravesando por una situación de transición en su vida que amenazaba con extenderse al tiempo futuro como un virus desconocido y peligroso.

Algunas tardes, después del trabajo, iba solo a una playa nudista y tomaba el sol con gafas oscuras. No le gustaba bañarse o pasear al borde del mar, pues sentía vergüenza de que alguien pudiera reconocerle.

Mientras estaba tendido en su toalla, sumergido en su música, se dio cuenta de que alguien estaba a su lado, de pie, y le hablaba. Le costó volver a la realidad y darse cuenta de que era Jenni, una chica a la que no había visto hacía mucho tiempo. Su vergüenza fue en aumento, pero ella, que también estaba desnuda, se sentó a su lado sobre la arena, como la cosa más normal del mundo.

“¿No te acuerdas de mi?” –le dijo-. “Hicimos juntos un curso de masaje hace años. Tú eras muy tímido, parecía que te diera miedo tocarme. Pero me gustaban tus manos, eran como dos mariposas”.

La muchacha le invitó a tomar algo en un chiringuito cercano. Fueron desnudos, lo cual supuso una terrible heroicidad para Thao. Jenni no paraba de hablar. “Ahora ya no hago masaje. Me dedico a ir a clases de magia” -le contó. Estuvieron charlando un rato más y después de vestirse, Thao la llevó en coche hasta la ciudad, y la dejó cerca de su casa, con la vaga promesa de llamarla algún día.

No había pensado en volver a verla, aunque la chica le gustaba bastante. Recordó haber estado a punto de tener una aventura con ella, o puede que solo lo hubiera imaginado. Jenni había engordado un poco desde la última vez que la vio, pero le seguía pareciendo muy atractiva.

Los días siguientes, la vida de Thao fue un desastre. Tuvo una fuerte discusión en el trabajo que le hizo sentirse muy mal. La gente parecía evitarlo. Nadie le llamaba o le invitaba a tomar café, aunque él tampoco llamaba o se aproximaba a nadie. Se sentía deprimido y triste. Entonces se acordó de Jenni y la llamó.

Ella no podía quedar hasta el 23 de junio, la tarde de San Juan, cuando se celebra el solsticio de verano. Thao le contó por teléfono que estaba pasando unos días muy malos. “Es posible que alguien te haya echado un mal de ojo”. Le dijo. “Si quieres puedo hacerte un hechizo de protección”. Le propuso salir a ver las hogueras y, después, practicar su hechizo junto a los rescoldos del fuego.

Thao cogió fiesta el día siguiente. Se perfumó y se vistió con sus mejores ropas informales para salir esa noche. Estaba animado y feliz. Recorrieron juntos varias hogueras. Después, él mismo la llevó al barrio de su infancia. Allí había una gran animación, igual que el muchacho recordaba de los días de su niñez, cuando eran ellos quienes traían las ramas secas y los muebles desvencijados que debían quemarse esa noche. Estuvieron allí hasta las tres de la madrugada, contemplando las llamas, hablando con los vecinos, bailando y riendo. Ya quedaba muy poca gente alrededor del fuego. Jenni le dijo que ése era el momento. Fue acariciando lentamente las piernas, las manos y los brazos de Thao y llegó hasta la frente. El fuego le calentaba la cara. Mientras realizaba sus movimientos,llenos de sensualidad, Jenni pronunciaba unas lentas palabras que él no entendía. Era un conjuro vasco, que según la muchacha empleaban las brujas en los antiguos akelarres. Para finalizar la invocación, la chica le dio a Thao un largo beso. Fue un instante mágico, dulce y maravilloso.


Volvieron enlazados. Al llegar a su casa la chica le invitó a subir. Durmieron juntos, abrazados, como dos lenguas de fuego que se hubieran encuentrado en la noche de las hogueras.

Al despertar, por la mañana, Jenni todavía dormía. Thao se sentía extrañamente feliz, libre del misterioso maleficio de las semanas anteriores. Estuvo un rato mirándola, escuchándola respirar. Después, de repente, sintió nacer en su interior un vivo deseo y llevó la mano hasta el sexo de la muchacha, posándose en él dulcemente, como una mariposa.


2011/03/24

UN PLANETA DE SIETE LUNAS



Doje, un monje tibetano, dedicado por completo a la vida meditativa y a la aplicación de las enseñanzas de Buda, afirmó haber viajado, en el transcurso de su práctica, a un extraño planeta de siete lunas. Cuando regresó de su viaje se dirigió a su maestro y le contó, sorprendido, la experiencia. Éste, Dainzin, con gran amabilidad le contestó: “en toda nuestra tradición no hay constancia de que exista un lugar así”.

Doje siguió viajando a ese lugar cada día, durante las largas horas que dedicaba a la meditación. Su cuerpo permanecía inmóvil en su lugar del templo, sin moverse un solo milímetro, sin casi respirar y sin que apenas circulase la sangre por sus miembros, pero el espíritu del muchacho se movía libremente por otro lugar que estaba habitado por almas sin cuerpo, tiernas y sabias, alegres y bulliciosas como niños. Hablando con esos seres supo que no tenían recuerdos, que no bebían ni se alimentaban jamás y que eran completamente felices, pues no conocían el dolor, la enfermedad o la muerte.

Ante la insistencia de Doje, el maestro, experto en Budismo Vajrayāna, le prohibió que hablase de nada que no fuera el samadhi o el samapātti, y le hizo prometer que dejaría de transportase a ese extraño lugar, que ponía en cuestión las enseñanzas aprendidas durante siglos y transmitidas por varias generaciones de monjes.

No obstante, Doje no pudo evitar seguir volviendo a ese misterioso planeta. Y aún sigue haciéndolo. Ha llegado a pasar allí varios días, comunicándose con sus habitantes en un lenguaje sin palabras. Cada vez le cuesta más regresar a su templo y a Lhasa, su ciudad. Sus compañeros, cuando dejan la meditación para dar un corto paseo o realizar sus frugales comidas, se acercan a él con cuidado y tocan su pelo ya crecido y sus largas uñas. A veces, incluso, dudan si llamar a un médico para comprobar que aún vive.