La Duelista se bate en duelo continuamente. Busca la confrontación con cualquiera que se cruce con ella. Critica, zahiere y vilipendia como si buscase ser zaherida y vilipendiada a su vez. No obstante, puede ser que cada ofensa, cada insulto, sea una caricia buscada al envés, lluvia que cae sobre la tierra seca. Cada vez que se pelea recibe, según esto, un abrazo emponzoñado, una muestra de amor.
Todos la temen y la excluyen de sus círculos. Ella se queja ásperamente de acoso por omisión y choca sus espadas a primera sangre con quienes la atacan con su indiferencia. La Duelista no soporta el vacío, los saludos ausentes, la calma, el silencio de una vida esterilizada, sin pasiones ni disputas.
Todos la temen y la excluyen de sus círculos. Ella se queja ásperamente de acoso por omisión y choca sus espadas a primera sangre con quienes la atacan con su indiferencia. La Duelista no soporta el vacío, los saludos ausentes, la calma, el silencio de una vida esterilizada, sin pasiones ni disputas.
Vive sola, pues todos rehuyen su compañía. Nunca viaja acompañada porque encuentra a los demás fastidiosos, intolerantes y pendencieros. Come a solas en aburridos restaurantes, observando a los demás comensales con mirada retadora, buscando una afrenta para iniciar el combate.
La Duelista sueña con un hombre a su altura, con un compañero perfecto. Si ese hombre existiera no debería conquistarla con poemas románticos o ramos de rosas. Los insultos, las reyertas o las humillaciones son su lenguaje de amor. Tendría que escucharla interminablemente y soportar sus arranques de cólera, sin decir nada, sin perder el control, sin sonreír ni enojarse. Tal vez, tras varias semanas de atención y escucha constante, la Duelista pueda respirar al fin, aliviada y abrace a su compañero con un ardor irresistible, con un inmenso amor.