2009/04/28

LA DUELISTA

SATURNO BUTTÒ

La Duelista se bate en duelo continuamente. Busca la confrontación con cualquiera que se cruce con ella. Critica, zahiere y vilipendia como si buscase ser zaherida y vilipendiada a su vez. No obstante, puede ser que cada ofensa, cada insulto, sea una caricia buscada al envés, lluvia que cae sobre la tierra seca. Cada vez que se pelea recibe, según esto, un abrazo emponzoñado, una muestra de amor.

Todos la temen y la excluyen de sus círculos. Ella se queja ásperamente de acoso por omisión y choca sus espadas a primera sangre con quienes la atacan con su indiferencia. La Duelista no soporta el vacío, los saludos ausentes, la calma, el silencio de una vida esterilizada, sin pasiones ni disputas.

Vive sola, pues todos rehuyen su compañía. Nunca viaja acompañada porque encuentra a los demás fastidiosos, intolerantes y pendencieros. Come a solas en aburridos restaurantes, observando a los demás comensales con mirada retadora, buscando una afrenta para iniciar el combate.

La Duelista sueña con un hombre a su altura, con un compañero perfecto. Si ese hombre existiera no debería conquistarla con poemas románticos o ramos de rosas. Los insultos, las reyertas o las humillaciones son su lenguaje de amor. Tendría que escucharla interminablemente y soportar sus arranques de cólera, sin decir nada, sin perder el control, sin sonreír ni enojarse. Tal vez, tras varias semanas de atención y escucha constante, la Duelista pueda respirar al fin, aliviada y abrace a su compañero con un ardor irresistible, con un inmenso amor.


2009/04/27

EL ENEMIGO INTERIOR

JOAN MIRÓ (El somriure de les ales flamejants)

Nasim era el mayor enemigo de sí mismo. Se lanzaba a cada instante dardos envenenados, se clavaba dagas hirientes, luchaba contra su propia existencia, como si un dios perverso hubiera dado vida en su cuerpo a un alma que lo aborreciera.

El muchacho residía en un barrio pobre de las afueras. No trabajaba, no estudiaba, no hacía nada que fuera de provecho para su propia existencia. Ante cada nuevo reto, ante las nuevas oportunidades que la vida le presentaba, como pequeños regalos inesperados, el enemigo interior le susurraba al oído su inevitable fracaso, la imposibilidad de conseguir ninguno de sus deseos. Nasim, atemorizado, convencido del desastre, naufragaba a cada intento.

Sin embargo, una mujer joven de los suburbios se enamoró de él y viéndolo infeliz, deseó en secreto su bien, antes que el suyo propio. Nasim no tenía dinero ni propiedades y era tan agraciado como la figura de un lienzo abstracto. Cuando estaban juntos, ante su constante fustigación y sus dudas, la muchacha le susurraba en el oído contrario donde murmuraban sus demonios: “Cada momento es una oportunidad. No importan los errores pasados, las equivocaciones ni los pasos en falso. No importa el ridículo”.

Un nuevo aliento fue creciendo en el cerebro de Nasim, un alma distinta que recordaba a aquel que fue de niño, cuando vivía en una antigua ciudad árabe. Se levantaba muy pronto cada mañana y miraba al firmamento, sintiéndose un pedazo infinitesimal en aquella inmensidad, pero también una parte de ella. Se ponía la mano en el pecho y notaba que en su interior bullía la cola de un cometa. Miraba a los tejados que se extendían ante sí por kilómetros y veía un mundo por descubrir, una aventura apasionante. La muchacha que lo amaba, desnuda ante él, le besaba los hombros y le decía en voz baja “Sal, Nasim. Recorre la ciudad y deja que fluya en ti. Busca los momentos mágicos, lo maravilloso y lo profundo que esconde cada día”.

La magia de su vida culminó el día en que la mujer que salvó su vida dio a luz a una hija. Sus demonios y sus ángeles se alegraron a la vez, y celebraron una fiesta conjunta, una bacanal de risa que resonó por todos los suburbios del mundo.