2009/09/29

EL MAESTRO DE SORTILEGIOS

CLAUDIO BRAVO (Chilaba azul)



Mamo, el Maestro de Sortilegios, se cree incapaz de lograr el más humilde de sus propósitos. Quiere tener mujer e hijos, como un hombre clásico de años atrás y quiere trabajar en el cine de animación o en la construcción de marionetas, pero está solo y dedica el día y la noche a su empleo en una aburrida caja de aparcamientos.

A veces discute con los clientes que han extraviado un ticket o un recibo o que simplemente no pueden pagar. Algunos de ellos le insultan o le amenazan con temibles venganzas. Mamo toma nota y los deja partir, reteniendo sus datos en la mente, apuntando en su memoria prodigiosa el color de su pelo, la luz de su sonrisa, el rictus de su enfado desmedido.

Aunque no lo parezca, Mamo es un auténtico maestro de sortilegios. Es incapaz de cambiar su vida y sin embargo interviene en la existencia de los otros provocando ráfagas inesperadas de suerte, accidentes, enamoramientos o desgracias. Hace brotar monedas y billetes bancarios en sus bolsillos, pone hombres y mujeres hermosos en sus vidas, obtiene trabajos soñados para los otros, pero su propia desesperanza, su desdicha lo mata.

Muchos se dirigen a él y buscan ser sus amigos, pues saben que eso mudará sus vidas por completo. Acuden a medianoche a su cabina de aparcamiento y aguardan un instante de calma en la tarea para pedir su ayuda. Mamo observa las luces fluorescentes, entrecerrando los ojos, escucha el lejano ruido del tráfico y después se sumerge en sí mismo. Los cambios deseados ocurren durante los días siguientes, sin falta.

Los días pasan. Los años caen sobre él como hojas muertas. Ya de mañana, Mamo regresa a su casa, cabizbajo. Intenta para sí, como ha hecho mil veces, lo mismo que resulta efectivo con los otros. Se sumerge en sí mismo e imagina su vida perfecta. Pero nada cambia. Nadie le aguarda en su piso vacío y las imágenes animadas que recorren su mente se disuelven en el aire de septiembre, como finísimos rayos de luna.



2009/09/28

EL TALLER DE RICKSHAWS

OLIVIER FÖLLMI

A los 62 años, Ghani conoció, en un centro de acogida del barrio de Baranagar, en Calcuta, a Amma, la Diosa de las Basuras, la mujer que había estado buscando durante toda su vida.

El centro estaba coordinado por voluntarios europeos y norteamericanos, la mayoría muy jóvenes, que habían acudido a la India buscando a sus vidas un sentido distinto de la mera posesión de dinero y la acumulación de objetos. Ghani realizaba para ellos trabajos de carpintería y mantenimiento en el tiempo libre que le dejaba su pequeño taller de rickshaws.

Los trabajadores del centro habían recogido a la mujer en la calle, donde vivía en la más absoluta miseria, cubierta de suciedad y de llagas. La curaron y limpiaron, le dieron de comer y le lavaron el pelo. Amma, a pesar de su terrible pobreza y abandono, era una mujer inocente y altiva, con cientos de pequeñísimas arrugas que atravesaban su rostro como las calles de una ciudad o los senderos en un bosque.

Ghani, nada más verla, se enamoró de ella. El hombre tenía tres hijos, ya mayores, de su anterior esposa, con la que se había casado por un arreglo entre familias. Sin embargo, él creía en el amor verdadero. Pensaba que la vida, a cualquier edad, es un teatro mágico y que la vejez no era sino un viaje a un lugar desconocido, que aún le podía ofrecer, cada día, nuevas sorpresas.

Dos meses después Ghani se casó con Amma. Los dos abandonaron el centro de acogida para dirigirse a la casa del hombre. Los hijos de él trataron de alertarle sobre las intenciones de la mujer, muy enfadados porque su padre se hubiera casado con una mujer pobre.

Amma asumió el mando del hogar. Puso en la entrada de la casa la foto de su antigua dueña y cada mañana le ofrecía libaciones y plegarias, pidiéndole perdón por haber ocupado su morada. Después entonaba rezos y salutaciones a los dioses hindúes, y de un modo especial a Shiva, el Señor de la Danza Cósmica, el destructor y transformador de toda la creación.

Ghani trabajaba todo el día en el taller, donde acudían los conductores de rickshaws de los alrededores. No regresaba a su casa hasta la tarde, y lo hacía lleno de ilusión, pues allí lo esperaba Amma, su única diosa.

Cuando Ghani murió repentinamente, sus hijos, que apenas lo habían visitado duante los últimos años, iniciaron un pleito contra Amma para que abandonase la casa. Esta, a pesar de ser la legítima heredera, no opuso resistencia. Recogió sus cosas en una bolsa y volvió a la calle, a vivir entre las basuras. Solo se llevó el collar de piedras sagradas que le había regalado Ghani el día de su boda y una pequeña imagen de Shiva, el dios de los múltiples brazos, su protector.

Tal vez fue él, Shiva, quien la condujo de nuevo ante las puertas del hospicio donde había conocido a Ghani y la hizo llamar con fuerza, a medianoche, exhausta y aterida, cansada de luchar contra las fuerzas invencibles del amor y la muerte.