GRAN CAÑÓN DEL COLORADO
En Cleveland, ciudad situada a orillas del lago Erie, azotada con fuerza inusitada por la reciente crisis inmobiliaria, Julius Hoffman, operario de una empresa de limpieza y reforma de edificios perdió inesperadamente su trabajo. Por aquel entonces Julius pesaba 110 kilos y tenía una tripa prominente, que recordaba a la de una mujer embarazada, debido sin duda a su nula afición por practicar ejercicio y a sus excesos con la comida y la bebida.
Su mujer, Sandra, una hermosa muchacha que, al contrario que Julius, era delgada y de escasa estatura, se pasaba el día sermoneando a su criada hondureña y gastando buena parte del dinero de la pareja en ropa, maquillaje y lencería. Unas semanas después de que su marido fuera despedido lo abandonó de repente, dejando apresuradamente la casa familiar, poco antes de que fuera embargada por impago de la hipoteca. Cuando Julius, a su vez, abandonó la casa, pudo observar que el barrio se estaba convirtiendo en un lugar fantasma, pues eran muchos los que se encontraban en una situación similar a la suya.
Hoffman decidió buscar trabajo en Chicago, pero no encontró una ocupación que le interesase. Después, en una decisión repentina, recordando a los personajes de los libros de Jack Kerouac, sus héroes de juventud, decidió partir hacia California, siguiendo la mítica “Ruta 66”, como hicieron antes Tom Joad, el protagonista de “Las uvas de la Ira” y otros muchos durante la Gran Depresión.
En el camino, Julius contempló violentas tormentas de polvo, visitó poblados indios y criaderos de reptiles. Cerca de Saint Louis fue a ver las cuevas Meramec, donde según decían, se había refugiado Jesse James.
Julius Hoffman atravesó el desierto de Arizona y cuando llegó al Gran Cañón, emocionado, rompió a llorar. Incluso, durante un instante fugaz pensó en arrojarse desde lo alto y acabar con su vida. Le parecía el lugar más hermoso del mundo. Sin embargo, superó la tristeza que lo acompañaba durante los últimos meses como una estela sombría y decidió continuar con su viaje.
Al llegar a California, sin embargo, no fue hacia las playas del sur, sino que se dirigió a una zona boscosa situada al noroeste de San Francisco, donde se instaló en una pequeña casa que alquiló con el escaso dinero de que aún disponía. Tenía en mente iniciar una vida similar a la de Henry David Thoreau, escritor y filósofo que vivió varios años en la naturaleza.
Allí, Julius llevó una vida austera y frugal. Realizaba pequeñas labores de carpintería y mantenimiento de edificios para sus vecinos que le proporcionaban amigos y pequeñas cantidades de dinero. El resto del tiempo lo dedicaba a leer, a escribir y a contemplar la naturaleza.
Su tripa prominente fue desapareciendo poco a poco. Llevaba una alimentación prácticamente vegetariana, hacía ejercicio y meditaba con frecuencia. A veces visitaba a una joven viuda que vivía con sus hijos en una casa cercana. Hablaban del campo, de arte, de filosofía, de viajes, de educación y de los problemas del mundo. De vez en cuando, Julius, se quedaba allí a pasar la noche, abrazado a aquella mujer, como si la vida se redujera a un momento de felicidad pasajera, como si el sexo no fuera más que un abrazo infinito.
En Cleveland, ciudad situada a orillas del lago Erie, azotada con fuerza inusitada por la reciente crisis inmobiliaria, Julius Hoffman, operario de una empresa de limpieza y reforma de edificios perdió inesperadamente su trabajo. Por aquel entonces Julius pesaba 110 kilos y tenía una tripa prominente, que recordaba a la de una mujer embarazada, debido sin duda a su nula afición por practicar ejercicio y a sus excesos con la comida y la bebida.
Su mujer, Sandra, una hermosa muchacha que, al contrario que Julius, era delgada y de escasa estatura, se pasaba el día sermoneando a su criada hondureña y gastando buena parte del dinero de la pareja en ropa, maquillaje y lencería. Unas semanas después de que su marido fuera despedido lo abandonó de repente, dejando apresuradamente la casa familiar, poco antes de que fuera embargada por impago de la hipoteca. Cuando Julius, a su vez, abandonó la casa, pudo observar que el barrio se estaba convirtiendo en un lugar fantasma, pues eran muchos los que se encontraban en una situación similar a la suya.
Hoffman decidió buscar trabajo en Chicago, pero no encontró una ocupación que le interesase. Después, en una decisión repentina, recordando a los personajes de los libros de Jack Kerouac, sus héroes de juventud, decidió partir hacia California, siguiendo la mítica “Ruta 66”, como hicieron antes Tom Joad, el protagonista de “Las uvas de la Ira” y otros muchos durante la Gran Depresión.
En el camino, Julius contempló violentas tormentas de polvo, visitó poblados indios y criaderos de reptiles. Cerca de Saint Louis fue a ver las cuevas Meramec, donde según decían, se había refugiado Jesse James.
Julius Hoffman atravesó el desierto de Arizona y cuando llegó al Gran Cañón, emocionado, rompió a llorar. Incluso, durante un instante fugaz pensó en arrojarse desde lo alto y acabar con su vida. Le parecía el lugar más hermoso del mundo. Sin embargo, superó la tristeza que lo acompañaba durante los últimos meses como una estela sombría y decidió continuar con su viaje.
Al llegar a California, sin embargo, no fue hacia las playas del sur, sino que se dirigió a una zona boscosa situada al noroeste de San Francisco, donde se instaló en una pequeña casa que alquiló con el escaso dinero de que aún disponía. Tenía en mente iniciar una vida similar a la de Henry David Thoreau, escritor y filósofo que vivió varios años en la naturaleza.
Allí, Julius llevó una vida austera y frugal. Realizaba pequeñas labores de carpintería y mantenimiento de edificios para sus vecinos que le proporcionaban amigos y pequeñas cantidades de dinero. El resto del tiempo lo dedicaba a leer, a escribir y a contemplar la naturaleza.
Su tripa prominente fue desapareciendo poco a poco. Llevaba una alimentación prácticamente vegetariana, hacía ejercicio y meditaba con frecuencia. A veces visitaba a una joven viuda que vivía con sus hijos en una casa cercana. Hablaban del campo, de arte, de filosofía, de viajes, de educación y de los problemas del mundo. De vez en cuando, Julius, se quedaba allí a pasar la noche, abrazado a aquella mujer, como si la vida se redujera a un momento de felicidad pasajera, como si el sexo no fuera más que un abrazo infinito.