La Serpiente Perfumada piensa que en sus hombros descansa el peso del mundo. Se prepara con paciencia cada mañana y acude al trabajo resoplando, mientras sus tacones repiquetean por los pasillos inmensos. Viste ropas distintas cada día, compradas en tiendas supuestamente elegantes, pues su veneno necesita de un envoltorio distinguido.
La Serpiente Perfumada se ofrece y se insinúa ante aquellos que ostentan el poder, cuya compañía busca sin descanso. Si bien su atractivo es insignificante, es bien conocida la poca discriminación que en este campo muestran los hombres. La Serpiente tiene especial predilección por los responsables políticos. Nació así, aunque ella atribuye su actitud a la recompensa por sus desvelos o a la defensa contra oscuras conspiraciones.
La Serpiente Perfumada espera enroscada el paso de sus rivales. Estos suelen ser compañeros que ponen en riesgo su posición de privilegio, que tanta producción de veneno le ha costado. Rodea a sus víctimas sin que estas se aperciban de ello, sin mostrar su lengua bífida.
Su veneno es mortal sin remedio. Sus compañeros, que lo intuyen, se apartan a su paso o la mantienen a distancia y se ponen muy nerviosos si la ven apostada en los pasillos o perciben que se acerca, pues saben del poder de sus colmillos, de la fuerza abominable de su odio.
La Serpiente Perfumada nunca sale de casa sin rociarse con carísimas esencias y aguas de colonia, que guarda en estanterías repletas. Sin embargo, desconoce el poder cancerígeno de sus compuestos y se intoxica, poco a poco, como un animal de los suburbios, como una princesa de las alcantarillas.