WALASSE TING (Cheveux Bleus)
Dos semanas después de tener la primera noticia de su enfermedad, Siv, que había pasado ese tiempo deprimida y sola, se susurró a si misma: “Aún respiras, aún late tu corazón. Todavía tienes un soplo de vida, todavía perteneces al mundo”.
Ese día, con gran esfuerzo, ascendió a la Montaña del Dragón, el lugar donde sus padres la habían engendrado. No había estado allí desde hacía veinticuatro años, con su primer novio, que, como hicieron sus padres, le hizo el amor entre sus árboles. Cuarenta semanas después nació Zi, su única hija, la luz que iluminó su vida desde entonces.
Su padre le había contado la historia del lugar. Jamás había existido en esa montaña un dragón, y si alguna vez lo hubo fue una animal grande y bueno, tal vez un poco ingenuo y bobalicón, que no asustaba a nadie. Si vivieron en ella, sin embargo, guerrilleros, fugitivos y monjes taoístas, que buscaban la unión del cielo y el infierno, de la muerte y la vida.
En la cima de la Montaña se encontró con un anciano vendedor de amuletos. A cambio de un solo yuan el hombre dio a Siv una hermosa piedra irisada, que debía llevar como un colgante, junto a su pecho, día y noche. El vendedor le dijo: “Si haces lo que deseas, salvarás tu vida” .
En el camino de vuelta, Siv se detuvo varias veces, pensativa. Ya en su casa, pasó la tarde meditando. Después, de madrugada, apuntó en su agenda electrónica algunas frases cortas, sus mayores deseos, sus antiguas ilusiones extraviadas, las personas que amaba y a cuyo lado derrocharía, días, semanas o años de vida. Más tarde, con lágrimas en los ojos, hizo muy despacio la maleta y esperó la llegada de Zi, su hija, como se aguarda los pasos del ser más querido o los dulces besos de un amante.
Dos semanas después de tener la primera noticia de su enfermedad, Siv, que había pasado ese tiempo deprimida y sola, se susurró a si misma: “Aún respiras, aún late tu corazón. Todavía tienes un soplo de vida, todavía perteneces al mundo”.
Ese día, con gran esfuerzo, ascendió a la Montaña del Dragón, el lugar donde sus padres la habían engendrado. No había estado allí desde hacía veinticuatro años, con su primer novio, que, como hicieron sus padres, le hizo el amor entre sus árboles. Cuarenta semanas después nació Zi, su única hija, la luz que iluminó su vida desde entonces.
Su padre le había contado la historia del lugar. Jamás había existido en esa montaña un dragón, y si alguna vez lo hubo fue una animal grande y bueno, tal vez un poco ingenuo y bobalicón, que no asustaba a nadie. Si vivieron en ella, sin embargo, guerrilleros, fugitivos y monjes taoístas, que buscaban la unión del cielo y el infierno, de la muerte y la vida.
En la cima de la Montaña se encontró con un anciano vendedor de amuletos. A cambio de un solo yuan el hombre dio a Siv una hermosa piedra irisada, que debía llevar como un colgante, junto a su pecho, día y noche. El vendedor le dijo: “Si haces lo que deseas, salvarás tu vida” .
En el camino de vuelta, Siv se detuvo varias veces, pensativa. Ya en su casa, pasó la tarde meditando. Después, de madrugada, apuntó en su agenda electrónica algunas frases cortas, sus mayores deseos, sus antiguas ilusiones extraviadas, las personas que amaba y a cuyo lado derrocharía, días, semanas o años de vida. Más tarde, con lágrimas en los ojos, hizo muy despacio la maleta y esperó la llegada de Zi, su hija, como se aguarda los pasos del ser más querido o los dulces besos de un amante.