Los domingos por la noche, en el Café Karnak se reúne un pequeño grupo de filósofos insomnes. Ese es un día extraño para muchos, una pausa gris en sus vidas, y aún lo es más su noche, que presagia la vuelta, pocas horas después, a una existencia rutinaria. Cuesta cambiar el paso, acostumbrarse de nuevo a la vida monótona y vulgar.
Esa noche, son muchos los habitantes de la ciudad que no pueden dormir. Entre todos ellos, a veces, quienes tienen la suerte de vivir cerca del Café Karnak deciden levantarse, vestirse, salir a la calle y asomarse a su puerta. La cita de la noche del domingo se ha convertido en un encuentro casi obligado para ellos, por grande que sea el cansancio acumulado durante el fin de semana.
Allí, esos filósofos desvelados, hombres todos ellos, hablan de sexo, de fútbol y política, como hace a todas horas una mayoría indolente de los individuos de su género, pero también, de un modo sorprendente, pasan un tiempo considerable enfrascados en charlas sobre otros temas muy diversos, íntimos o incluso trascendentales.
La actividad que más agitación despierta en estas reuniones, sin embargo, son los desafíos y las apuestas. Los filósofos se marcan extraños retos para los días siguientes, imaginan planes descabellados, se señalan curiosas tareas y quehaceres, se involucran los unos a los otros en aventuras extravagantes, llenas de imaginación. El domingo siguiente, el día de la próxima cita, deberán rendir allí mismo las cuentas de sus éxitos y sus fracasos.
Las reuniones del Círculo, a menudo, parecen una terapia divertida y alocada, sin teorías psicológicas que busquen explicaciones complejas ni facturas escandalosas de expertos en embrollar la mente humana. Son un maravilloso escape a sus vidas, una revolución interior, una puesta en común de sueños truncados, de proyectos incumplidos, de planes de una vida maravillosa.
Yunan es el más joven del grupo de filósofos, el último en unirse a ellos. Acudió al café porque se había enamorado platónicamente de una mujer y había extraviado el sueño. Se encontraba paralizado y no sabía qué hacer. Inmediatamente, el resto de filósofos trazó un plan que el muchacho debía cumplir paso por paso. En un principio, Yunan se sintió avergonzado, pero al día siguiente cumplió lo pactado. La mujer, para su sorpresa, le llamó y aceptó una cita. Desde entonces, duerme abrazado a ella cada noche, dichoso y tranquilo, como si estuviera abrazado a una parte de sí mismo.
Yunan ha recuperado el sueño, pero los domingos a medianoche sigue acudiendo a las reuniones del Círculo. Se sienta entre todos los asistentes, un tanto ausente y se queda mirándolos, uno por uno. Escucha sus nuevos retos, sus ilusiones, sus amores y sus sueños y piensa en un plan ingenioso que permita hacerlos realidad, por encima de los obstáculos de la triste realidad, de la educación y la vida.