Aquella mañana, mientras aguardaba su turno ante la máquina de café, Maddi sufrió una profunda conmoción. Vio, vuelto de espaldas, a un hombre por el que sintió una atracción poderosísima. Le pareció, sin embargo, demasiado joven. Era delgado y vestía de una forma un tanto bohemia. Cuando se volvió se dio cuenta, observando las diminutas arrugas de su rostro, de que era mayor de lo que había pensado, aproximadamente de su misma edad, alrededor de 38 años. El hombre le sonrió dulcemente, aunque sin que en apariencia reparase en ella y se volvió hacia su círculo de amistades.
Había sido un encuentro casual, sin palabras, pero a Maddi la conmoción le duró varias semanas. Lo veía pasar de vez en cuando, sin dirigirle una sola mirada, como si no la viera o no recordase nada de aquel fugaz encuentro. De un modo casual supo que se llamaba Hans, y que trabajaba como traductor de idiomas en un departamento de la empresa con el que Maddi no tenía ninguna relación. Una amiga le dijo que era de origen suizo, que vivía solo y que no estaba casado.
Maddi nunca se había atrevido a abordar a un hombre. Había tenido dos o tres relaciones, pero siempre eran ellos los que empezaban una conversación, quienes daban el primer paso. A veces todo resultaba muy forzado. La mayoría eran demasiado directos o intentaban ser graciosos. Sin embargo, jamás había sentido aquella intensa emoción que no podía postergar, dejar a un lado o apartar de sí. Una tarde, hojeando un libro sobre orientalismo, leyó una frase que le hizo cavilar durante varios días seguidos: “Atrévete a entrar en la guarida del dragón”, decía. Pensó que era un mensaje dirigido a ella misma y que a pesar de ser mujer tal vez debería hacer algo, dar una muestra de sus sentimientos.
Hizo una larga lista con las posibilidades de dar un paso hacia aquel hombre, un gesto que fuera claro y a la vez considerado y hermoso. Ninguna le convenció del todo. Entre todas ellas, no obstante, escogió una, pero una vez tomada la decisión se consumía pensando en cómo podía ponerla en práctica. La ocasión, sin embargo, se presentó poco después, de forma inesperada. Lo encontró en un pasillo, solo. Se acercó a él y sin decir una sola palabra, le entregó una hermosa roca volcánica, de pequeño tamaño, que había cogido el verano anterior muy cerca de la cumbre del Etna y le dio un beso en la mejilla. Después se alejó, avergonzada. Estuvo ausente toda la tarde, hasta la hora de salida y eligió un trayecto en el que no pudiera encontrarse de ningún modo con él.
A la noche estaba completamente arrepentida de su acción. Si hubiese podido habría dado marcha atrás. Durante los días siguientes, Maddi evitó aparecer por los sitios comunes, donde existía alguna posibilidad de encontrarse con él. Incluso estuvo pensando seriamente en cambiar de trabajo.
Dos semanas después, se lo encontró en un lugar y a una hora inusual. El salía con varios compañeros y se quedó observándola insistentemente. Maddi se alejó sin mirarlo, terriblemente avergonzada.
Unos días más tarde, al llegar a casa, vió un sobre en su buzón. Al abrirlo, sorprendida, encontró una tarjeta con un texto extraño, que no pudo comprender. Le pareció que estaba escrito en alemán. La mujer buscó en Internet un traductor on-line, escribió la frase y oprimió la tecla "enter" de su ordenador. Después, con un nudo en su corazón leyó, entrecortada por la emoción: “Maddi, no te he podido apartar de mi mente desde la primera vez que te vi”.
Había sido un encuentro casual, sin palabras, pero a Maddi la conmoción le duró varias semanas. Lo veía pasar de vez en cuando, sin dirigirle una sola mirada, como si no la viera o no recordase nada de aquel fugaz encuentro. De un modo casual supo que se llamaba Hans, y que trabajaba como traductor de idiomas en un departamento de la empresa con el que Maddi no tenía ninguna relación. Una amiga le dijo que era de origen suizo, que vivía solo y que no estaba casado.
Maddi nunca se había atrevido a abordar a un hombre. Había tenido dos o tres relaciones, pero siempre eran ellos los que empezaban una conversación, quienes daban el primer paso. A veces todo resultaba muy forzado. La mayoría eran demasiado directos o intentaban ser graciosos. Sin embargo, jamás había sentido aquella intensa emoción que no podía postergar, dejar a un lado o apartar de sí. Una tarde, hojeando un libro sobre orientalismo, leyó una frase que le hizo cavilar durante varios días seguidos: “Atrévete a entrar en la guarida del dragón”, decía. Pensó que era un mensaje dirigido a ella misma y que a pesar de ser mujer tal vez debería hacer algo, dar una muestra de sus sentimientos.
Hizo una larga lista con las posibilidades de dar un paso hacia aquel hombre, un gesto que fuera claro y a la vez considerado y hermoso. Ninguna le convenció del todo. Entre todas ellas, no obstante, escogió una, pero una vez tomada la decisión se consumía pensando en cómo podía ponerla en práctica. La ocasión, sin embargo, se presentó poco después, de forma inesperada. Lo encontró en un pasillo, solo. Se acercó a él y sin decir una sola palabra, le entregó una hermosa roca volcánica, de pequeño tamaño, que había cogido el verano anterior muy cerca de la cumbre del Etna y le dio un beso en la mejilla. Después se alejó, avergonzada. Estuvo ausente toda la tarde, hasta la hora de salida y eligió un trayecto en el que no pudiera encontrarse de ningún modo con él.
A la noche estaba completamente arrepentida de su acción. Si hubiese podido habría dado marcha atrás. Durante los días siguientes, Maddi evitó aparecer por los sitios comunes, donde existía alguna posibilidad de encontrarse con él. Incluso estuvo pensando seriamente en cambiar de trabajo.
Dos semanas después, se lo encontró en un lugar y a una hora inusual. El salía con varios compañeros y se quedó observándola insistentemente. Maddi se alejó sin mirarlo, terriblemente avergonzada.
Unos días más tarde, al llegar a casa, vió un sobre en su buzón. Al abrirlo, sorprendida, encontró una tarjeta con un texto extraño, que no pudo comprender. Le pareció que estaba escrito en alemán. La mujer buscó en Internet un traductor on-line, escribió la frase y oprimió la tecla "enter" de su ordenador. Después, con un nudo en su corazón leyó, entrecortada por la emoción: “Maddi, no te he podido apartar de mi mente desde la primera vez que te vi”.