Shadeh recibió un regalo inesperado. Llegó a su nombre, envuelta en un paño de seda, una hermosa daga de plata. Sorprendido y admirado por su belleza, el muchacho la guardó en un cofre del cual solo él poseía la llave.
La daga estuvo en aquel lugar muchos años. Shadeh se casó y tuvo hijos. Cada noche la sacaba de la caja para observarla con atención, y leía sus extrañas inscripciones, una a cada lado de la hoja “cada niño es un paso hacia un mundo mejor, cada adulto es una oportunidad perdida, cada anciano es un sendero hacia otra vida”. En el lado contrario, junto al filo, estaba grabado, en diminutas letras árabes:“Todo hombre es un príncipe, todo príncipe es un criminal que merece la muerte. Quien ejecuta al príncipe es un infeliz que desdeña su vida”.
Shadeh meditaba en estas frases una y otra vez, sin lograr entenderlas. En todo ese tiempo tuvo riñas con quienes creyó sus amigos, padeció reveses inesperados y descubrió a su mujer con dos hombres distintos. Nada dijo. Cada noche miraba la daga, pero ella no deseaba volver a la vida para encontrar su destino de sangre.
Llegado ya a su madurez, Shadeh empezó a sentirse inquieto, a ser un extraño en su familia, a olvidar el rostro de sus amigos, a llorar a sus padres ya idos. Una noche, entristecido, colocó la daga contra su corazón, pero esta rehusó, desdeñosa.
Vencido por la enfermedad y las deudas, abandonado por su mujer y sus hijos, decidió vender la daga. En el camino a la calle de los orfebres observó que un hombre, vestido con gran elegancia, apaleaba a un niño brutalmente. Al verlo, la daga saltó a su mano desde el pañuelo que la envolvía y se abalanzó al costado del agresor, hiriéndole gravemente.
Huyó rápidamente, sin que nadie lo siguiera. Después, escuchó rumores en las calles. Un desconocido había asesinado al príncipe, que golpeaba sin piedad a un muchacho por no querer postrarse a sus pies.
Shadeh volvió a su casa y encerró nuevamente la daga en el cofre. Ya no sale nunca con ella, no desea su sangre, aunque no teme las prisiones ni la muerte. Venera su tesoro como si fuera su único dios, y él su siervo y su testigo.