EDUARDO ÚRCULO (Chinatown)
Había cortado su pelo al cero y olía a colonia muy cara. Se vistió con un traje blanco y fue hasta el Barrio de las Serpientes, dando tumbos por la calle abarrotada de hombres sin alma.
Había conocido allí a una muchacha que parecía ingrávida en sus brazos y a la que no había querido olvidar desde entonces. Aguardó a verla salir del brazo de un amante fugaz y le dio cien dólares para que subiera a su coche, que hacía un terrible estrépito.
Llegaron hasta el paseo del puerto. Él tomó un sorbo de un licor desconocido antes de entregarle un anillo, sin querer mirarla, mientras contemplaba los pájaros que trazaban líneas rojas en el cielo.
La muchacha no lo recordaba, pero le gustaron sus labios y dijo que sí sin pensarlo. Aquella tarde no volvieron a sus casas, comieron bocadillos y bebieron agua de las fuentes y cerveza de lata. Después, se tatuaron un corazón con tinta roja para celebrar su compromiso. Por la noche, a la hora pactada, él la llevó de vuelta al burdel donde al día siguiente lo estaría esperando su figura quebradiza que siempre olía a rosas.