ELENA ODRIOZOLA
Los niños conocen todos los secretos. Su pensamiento difuso dirige los complejos mecanismos de la vida intrauterina, computando lentamente lo aprendido por todos los seres vivos a lo largo de la historia de la Tierra y las estrellas.
Cuando atraviesan el umbral de nuestro mundo, cubiertos de secreciones, los recién nacidos saben ecuaciones, algoritmos, física cuántica. Dominan el lenguaje de los osos polares y las mariposas, de las amebas y las flores, la geografía imprecisa de los astros y los caminos que permiten atravesar agujeros negros con la única fuerza del pensamiento.
Los niños proceden, tal vez, del mismo lugar al que nos dirigimos tras la muerte. Dicen que es un lugar muy hermoso al que todos pertenecemos, un mundo misterioso y constante donde todo lo aprendido se olvida y lo olvidado vuelve a recordarse.
Los niños proceden, tal vez, del mismo lugar al que nos dirigimos tras la muerte. Dicen que es un lugar muy hermoso al que todos pertenecemos, un mundo misterioso y constante donde todo lo aprendido se olvida y lo olvidado vuelve a recordarse.