CLAUDIO BRAVO (Bacanal)
La vida nos tiende pequeñas emboscadas. Algunas son gozosas y alegres, y están dirigidas por estrellas muy lejanas, por Merope, Maia, Alcyone y el resto de las Pléyades, por Sirio, Deneb, Fomalhaut, Enif o Altaïr. Otras, en cambio, son emboscadas sombrías, disparos de rayos de luna que nos hieren de tristeza, de desamor, de enfermedad o de muerte, para los que no existen muros, escudos o amuletos que nos puedan proteger. Estos disparos del espacio sombrío buscan convertirnos en materia inerte, devolvernos al magma oscuro del Universo, del que un día partimos, por caminos que están comunicados por agujeros negros.
A menudo rehusamos adentrarnos en las emboscadas felices, que guardan para nosotros experiencias maravillosas, viajes improvisados, placeres sorprendentes, nuevos amigos, amantes desconocidos, caricias, besos esparcidos al viento. Muchas veces decimos que no a esos instantes imprevistos, evitamos las alegrías que nos ofrecen las estrellas por miedo, porque creemos percibir tras ellas un peligro inminente, un sufrimiento que no existe.
Queremos evitar a toda costa el dolor, pero las emboscadas trágicas siempre acaban por llegar, ya que están esperando detrás de los tiempos que creemos propicios, al otro lado de los hermosos atardeceres, de las noches de amor, de las mañanas de luz suave y temblorosa. Nos aguardan tras ellas como verdugos de un tiempo negro, como auspicios de las lágrimas futuras. Pero, ya que ese tiempo aún no ha llegado, dado que aún nos esperan tantos días felices, muchas primaveras e inviernos, cientos de abrazos, llamadas de amigos y mil noches de pasión, disfrutemos de la dicha presente, de los días radiantes, de los fugaces instantes de gozo en compañía de las estrellas.
A menudo rehusamos adentrarnos en las emboscadas felices, que guardan para nosotros experiencias maravillosas, viajes improvisados, placeres sorprendentes, nuevos amigos, amantes desconocidos, caricias, besos esparcidos al viento. Muchas veces decimos que no a esos instantes imprevistos, evitamos las alegrías que nos ofrecen las estrellas por miedo, porque creemos percibir tras ellas un peligro inminente, un sufrimiento que no existe.
Queremos evitar a toda costa el dolor, pero las emboscadas trágicas siempre acaban por llegar, ya que están esperando detrás de los tiempos que creemos propicios, al otro lado de los hermosos atardeceres, de las noches de amor, de las mañanas de luz suave y temblorosa. Nos aguardan tras ellas como verdugos de un tiempo negro, como auspicios de las lágrimas futuras. Pero, ya que ese tiempo aún no ha llegado, dado que aún nos esperan tantos días felices, muchas primaveras e inviernos, cientos de abrazos, llamadas de amigos y mil noches de pasión, disfrutemos de la dicha presente, de los días radiantes, de los fugaces instantes de gozo en compañía de las estrellas.