Somos pájaros. No somos seres humanos, hombres o mujeres, como todos parecen creer, sino pájaros de alas truncadas, encogidas y sin fuerza. Revoloteamos aquí y allá, a pocos centímetros del suelo, temerosos de ver aparecer en el cielo águilas majestuosas, quebrantahuesos, halcones o alimoches.
Fabricamos nuestros nidos sin tomar un respiro, con gran afán. Buscamos otro pájaro para poder decorarlo mitad y mitad, con ramas, piedras y pajitas de estilo nórdico traídas con el pico desde Ikea o Ka International. Una vez instalados, a ras de tierra o en la rama más alta, soleada y con vistas, nos apareamos apresuradamente y después sacudimos las plumas caídas. Así, con el tiempo, nuestro hogar se va llenando de tiernos polluelos.
Fabricamos nuestros nidos sin tomar un respiro, con gran afán. Buscamos otro pájaro para poder decorarlo mitad y mitad, con ramas, piedras y pajitas de estilo nórdico traídas con el pico desde Ikea o Ka International. Una vez instalados, a ras de tierra o en la rama más alta, soleada y con vistas, nos apareamos apresuradamente y después sacudimos las plumas caídas. Así, con el tiempo, nuestro hogar se va llenando de tiernos polluelos.
Tenemos el cuerpo lleno de perdigones y picotazos. Vivimos atemorizados por el devenir y por el presente, porque nos da tanto miedo el más allá como el instante que late con fuerza. De noche, para sentirnos a salvo, buscamos el calor de nuestro compañero de nido y nos adormecemos a su lado, con las alas enlazadas, contemplando sus ojos de pájaro.