Hay partes del cuerpo que se encuentran injustamente olvidadas desde el punto de vista, casi siempre personal, de la sexualidad. Para mí, esas partes, en el cuerpo de una mujer, son las clavículas, la nuca, la parte superior de la espalda, los hombros, las muñecas, la zona interior de los brazos o los pequeños huecos que se forman a ambos lados de la cadera. No, no me olvido del pecho, el cuello o la boca y de otras partes aún más evidentes, pero esas nos persiguen a todas horas desde la televisión, las revistas o los periódicos y no están, de ningún modo, olvidadas por nadie.
Desconozco cuáles son las zonas del cuerpo masculino que atraen con más fuerza a las mujeres, dejando de lado el poder subyugante de las áreas puramente sexuales. Imagino que estas regiones olvidadas pueden ser el pecho, los brazos, la forma del rostro, el abdomen, tal vez el cuello, pero posiblemente, como hombre que soy, me sorprendería al conocer que la realidad es muy distinta.
Creo que muchas de nuestras creencias sobre sexo son meras falsificaciones, estereotipos vacíos. Al fin y al cabo, en este mundo casi todo lo es, la felicidad, el amor, la amistad, las vacaciones, el consumo, la juventud o la madurez, incluso la democracia o la libertad de expresión. Todos estos términos y muchos más están sometidos al prelavado y el centrifugado de lo bien visto, de lo que debe ser o lo que da dinero.
Puede que lo que creemos saber de nosotros mismos no sea más que una idea superficial, extraña a nosotros, que se nos ha ido pegando como una piel transparente desde la infancia. Tal vez lo que sabemos de sexo, de un modo similar, no sea más que un aburrido akelarre, una reunión de fantasmas.
Desconozco cuáles son las zonas del cuerpo masculino que atraen con más fuerza a las mujeres, dejando de lado el poder subyugante de las áreas puramente sexuales. Imagino que estas regiones olvidadas pueden ser el pecho, los brazos, la forma del rostro, el abdomen, tal vez el cuello, pero posiblemente, como hombre que soy, me sorprendería al conocer que la realidad es muy distinta.
Creo que muchas de nuestras creencias sobre sexo son meras falsificaciones, estereotipos vacíos. Al fin y al cabo, en este mundo casi todo lo es, la felicidad, el amor, la amistad, las vacaciones, el consumo, la juventud o la madurez, incluso la democracia o la libertad de expresión. Todos estos términos y muchos más están sometidos al prelavado y el centrifugado de lo bien visto, de lo que debe ser o lo que da dinero.
Puede que lo que creemos saber de nosotros mismos no sea más que una idea superficial, extraña a nosotros, que se nos ha ido pegando como una piel transparente desde la infancia. Tal vez lo que sabemos de sexo, de un modo similar, no sea más que un aburrido akelarre, una reunión de fantasmas.