2009/04/27

EL ENEMIGO INTERIOR

JOAN MIRÓ (El somriure de les ales flamejants)

Nasim era el mayor enemigo de sí mismo. Se lanzaba a cada instante dardos envenenados, se clavaba dagas hirientes, luchaba contra su propia existencia, como si un dios perverso hubiera dado vida en su cuerpo a un alma que lo aborreciera.

El muchacho residía en un barrio pobre de las afueras. No trabajaba, no estudiaba, no hacía nada que fuera de provecho para su propia existencia. Ante cada nuevo reto, ante las nuevas oportunidades que la vida le presentaba, como pequeños regalos inesperados, el enemigo interior le susurraba al oído su inevitable fracaso, la imposibilidad de conseguir ninguno de sus deseos. Nasim, atemorizado, convencido del desastre, naufragaba a cada intento.

Sin embargo, una mujer joven de los suburbios se enamoró de él y viéndolo infeliz, deseó en secreto su bien, antes que el suyo propio. Nasim no tenía dinero ni propiedades y era tan agraciado como la figura de un lienzo abstracto. Cuando estaban juntos, ante su constante fustigación y sus dudas, la muchacha le susurraba en el oído contrario donde murmuraban sus demonios: “Cada momento es una oportunidad. No importan los errores pasados, las equivocaciones ni los pasos en falso. No importa el ridículo”.

Un nuevo aliento fue creciendo en el cerebro de Nasim, un alma distinta que recordaba a aquel que fue de niño, cuando vivía en una antigua ciudad árabe. Se levantaba muy pronto cada mañana y miraba al firmamento, sintiéndose un pedazo infinitesimal en aquella inmensidad, pero también una parte de ella. Se ponía la mano en el pecho y notaba que en su interior bullía la cola de un cometa. Miraba a los tejados que se extendían ante sí por kilómetros y veía un mundo por descubrir, una aventura apasionante. La muchacha que lo amaba, desnuda ante él, le besaba los hombros y le decía en voz baja “Sal, Nasim. Recorre la ciudad y deja que fluya en ti. Busca los momentos mágicos, lo maravilloso y lo profundo que esconde cada día”.

La magia de su vida culminó el día en que la mujer que salvó su vida dio a luz a una hija. Sus demonios y sus ángeles se alegraron a la vez, y celebraron una fiesta conjunta, una bacanal de risa que resonó por todos los suburbios del mundo.