2010/05/11

LA HABITACIÓN DE LOS SUEÑOS


HENRI DE TOULOUSE-LAUTREC (In Bed-The Kiss)


Poco después de cumplir 32 años, Stanislav conoció a Sheeva, el amor de su vida. Su conquista fue quizás de un mérito mayor que el descubrimiento y colonización de América o la posterior independencia de sus repúblicas. Cada noche, el hombre escogía y planchaba cuidadosamente la ropa que debía utilizar el día siguiente. Por las mañanas, después de ducharse, se afeitaba con gran esmero, se daba cremas hidratantes, se perfumaba mirándose desnudo ante el espejo y dedicaba diez minutos a vestirse, muy lentamente, con las ropas previstas, como si estuviera ejecutando una ceremonia de una importancia trascendental. Antes de salir de casa se sentaba un momento en su terraza a oscuras, mirando al firmamento y pensaba en que, cuando estuviera en presencia de la mujer, debía entregarse a ella con el oído y la mirada, con su alegría y su atención constante, hasta fundirse en un único ser, hasta lograr una comprensión absoluta.

Sin embargo, cuando tuvieron su primera relación sexual, unos meses después, nada salió como había previsto. Ambos se sintieron tensos e inseguros. Stanislav pensó que después de esa noche Sheeva nunca más querría dormir a su lado. La rehuyó durante todo el día, derrotado de antemano. Sin embargo, a la noche siguiente, ella apareció ante su puerta, alegre y feliz, con una bolsa en la que guardaba un pijama de flores y varios objetos de aseo. Desde entonces jamás volvieron a separarse.

A pesar de ello, Stanislav siguió cuidando con esmero todos los detalles que podían afectar a la relación. Cambió las cortinas de su cuarto, lo pintó con un color cálido, estudió cada rincón, cada objeto, cada cuadro y cada lámpara, y los cambió de sitio varias veces, tratando de aplicar en su hogar las leyes invisibles del Feng-shui.

Al principio les costó encontrarse el uno en el otro. Durante sus primeras citas de amor, él se sentía torpe y desmañado, tal vez a causa de su experiencia limitada en esas cuestiones. Sin embargo, cada día la relación se volvía más placentera para ambos. Stanislav se entregaba a ella apasionadamente, pero a su vez estudiaba con atención los gestos de su pareja, la manera que tenía de abrazarlo, sus gemidos, descubriendo las zonas secretas de su cuerpo y aprendía también de sí mismo, del placer creciente que sentía y de la extrema sensibilidad de algunas áreas inexploradas de su ser. Ya de día, leía en secreto, para saber aún más, revistas femeninas o aburridos tratados de sexo.

Stanislav siguió así durante toda su vida, en una interminable conquista, vistiéndose cuidadosamente, formándose en las artes del amor, pues siempre pensó que estaba a punto de perder a su amada, que la relación podía terminar en cualquier momento, que ella lo abandonaría cualquier día por otro hombre más rico, más atlético, mejor amante, más simpático y dicharachero.

Nunca llegó a saber que la había ganado desde el principio, que Sheeva, desde el instante en que lo vio tuvo claro que jamás podría separarse de él. La mujer nunca reclamó al destino que hubiese colocado a ese hombre en su vida y no a otro cualquiera. Agradecía cada día a sus dioses que unieran su camino al de ella. Enamorada, lo buscaba todas las noches, antes de dormir o en mitad del sueño, entregándose a él por completo, como si fuera el amigo y el amante perfecto, como a un príncipe misterioso que reinaba en la habitación de sus sueños.