2010/03/04

HADAS DE LAS ADMINISTRACIONES PÚBLICAS

EGON SCHIELE (Seated Woman with Bent Knee)


Durante sus primeros días de trabajo, las hadas de las administraciones públicas parecen desorientadas. Llegan casi siempre como sustitutas o trabajadoras temporales y vagan revoloteando de aquí para allá, tratando de encontrar algún rastro de vida en aquel mundo extraño. Con un movimiento de su mano realizan tareas que a otros les cuestan días, semanas o meses y por las que reciben, a cambio, un sueldo muy inferior. No creen tener derechos, no piden nada, no reivindican otra cosa que seguir allí por un tiempo fugaz, con los ojos muy abiertos, contemplándolo todo, como los viajeros que descubren a cada nuevo paso, en cada persona que conocen, en cada conversación, en cada brizna de hierba, una experiencia maravillosa, irrepetible y perturbadora.

No se conoce si sus compañeras, funcionarias hechas y derechas, han sido siempre como son hoy, magas, brujas o hechiceras que recorren los archivos pronunciando conjuros o si también fueron hadas, como ellas, algún día lejano. Si así fue, no parecen conservar ni una fracción microscópica de su ser mágico bajo las ropas de marca que exhiben orgullosas, bajo las capas de maquillaje, los zapatos de tacón, los cuerpos abultados por los excesos de dulces y comida precocinada, los ojos esquivos que jamás miran de frente, los siseos en las sobremesas o en las horas del café. Las hadas, cuando las ven reunirse en grupos impenetrables y extender chismorreos, parecen divertirse, como niñas que contemplan un desfile de morsas.

Las hadas de las administraciones públicas se mueven entre las mesas y mamparas como elfos, cebras o pequeños antílopes. Tienen un brillo en los ojos que las hace diferentes a todas los demás especies que transitan cada día las oficinas públicas. Los investigadores de estos seres inmateriales, que han leído algunos libros sobre ellas o han escuchado sus historias, pueden pasarse los días buscándolas, recorriendo los pasillos, las salas de reuniones, las bibliotecas, mirando detrás de las cajas amontonadas, de las máquinas de café, escrutando las oficinas atestadas de funcionarios y visitantes despistados. De repente, cuando ya creían imposible cumplir su tarea, las descubren inesperadamente detrás de alguna mesa apartada, trabajando afanosamente, convencidas de que cada expediente, cada consulta o cada llamada pueden suponer la felicidad o la desdicha de muchos seres humanos, raza a la que ellas, sin embargo, no pertenecen. Cuando por fin las encuentran, los investigadores se mantienen a distancia, observándolas con disimulo, pues cualquier estímulo puede hacer que escapen o se evaporen en el aire. Realizan bocetos, sacan fotografías con lentes de aumento y las observan actuar en las tareas más humildes y rutinarias, hasta que tienen pruebas irrefutables que confirman su pertenencia a esa especie misteriosa.

Con el paso del tiempo, las hadas finalizan sus contratos y son despedidas con indiferencia y desgana. Sorprendidas y tristes, desaparecen sin decir nada a nadie. Algunos dicen que regresan a su mundo irreal, a los bosques, las montañas o los arrabales donde habitualmente residen. Otros, sin embargo, auguran que volverán a ser contratadas, una y otra vez, hasta que, imperceptiblemente, se vayan transformando en matronas hostiles que se pintan cuidadosamente cada mañana ante la pantalla apagada de su ordenador. Los investigadores, preocupados por no volver a encontrarlas, elaboran tesis e hilvanan teorías, hasta que, ya cansados, vuelven a sus casas melancólicos y afligidos y se adormecen pensando en ellas, como muchachos enamorados o poetas que sueñan con seres del ultramundos, con estrellas fugaces que atraviesan el espacio vacío.