2010/03/12

LA CIGUAPA


ZHANG XIAOGANG (Untitled)


La Ciguapa cuenta sus años por los viajes que realizó, por los amigos que hizo, por los hombres que abrazó y besó.

Cada día repasa sus notas y sus fotografías y apunta con detalle esos instantes de felicidad y de magia. Necesita hacer varios viajes al año para sentirse viva. Por ello renunció en su día a muchas otras cosas: al matrimonio, a los hijos, a poseer una casa. Un año se va a Cerdeña, a Marruecos o a Nueva York, al siguiente a Berlín, a Islandia o a Teherán. Cuando anda escasa de dinero sus viajes son a lugares más cercanos, a Granada, a Madrid, a Lisboa.

La Ciguapa necesita el amor y el sexo para no sentirse una camelia seca y sin vida. La timidez y la ingenuidad que siempre la han acompañado le impiden tener más conquistas pero los rasgos de su rostro son tan expresivos y cautivadores que a menudo atrae a los hombres que desea. Generalmente la cifra de sus amores nunca baja de seis o siete por año, rubios o morenos, bellos como estudiantes húngaros, como nobles franceses, como atletas cubanos, como emires del Sáhara.

La Ciguapa escoge a sus hombres con gran cuidado, pues apenas unos pocos le valen. No busca relaciones duraderas sino pasiones efímeras, un mes o una semana de felicidad, un cuerpo junto al que dormir abrazada. Con eso su reserva de amor se mantiene estable por un corto espacio de tiempo, hasta que un nuevo hombre aparezca en su vida. Ella no sirve para el amor rutinario, para la esclavitud del hogar. Los nuevos amigos, a su vez, hacen que su existencia se anime y se renueve. Sus visitas, sus llamadas, las fiestas y excursiones a las que a menudo la invitan, hacen que sienta una alegría inmensa de poder compartir sus vidas, un enorme placer de tenerlos a su lado.

El último año la Ciguapa solo ha salido de viaje una vez. Ha tenido, además, un único amante, que aún permanece cada día en su vida. Viajó con una amiga a Cracovia y en esa hermosa ciudad lo conoció. Es un muchacho espigado, algo más joven que ella, que vende fresas y moras en el mercado, un hombre sin títulos académicos o de nobleza. Sin embargo, cada uno de sus besos valen tanto como el resto de los besos de su vida. Cuando le habla, trastabilleando sus palabras, parece un misterioso elfo de esa ciudad encantada, un hijo de sus barrios antiguos, un príncipe de incógnito al que hubiera esperado cada día de su vida.