2010/03/23

MANTÉNGASE ALEJADO DE LOS HOSPITALES


NORMAN ROCKWELL (Manchick)


“Los médicos no curan a nadie, es mentira. A mi aitite no le curaron” dijo Meme, mi hijo. Mi padre, su aitite, fue al hospital con una pequeña hemorragia digestiva y al de unos días se murió, allí mismo, por una extraña complicación. Le operaron, el médico se fue después de vacaciones y para cuando volvió ya no había nada que pudiese hacer. Las enfermeras se miraban las unas a las otras sin saber qué decir, aunque probablemente estuvieran acostumbradas a estas cosas.

Tener un hijo a los 42 años fue la mayor alegría de mi vida. Disfrutaba cada día, cada momento que pasaba a su lado. Apenas le reprendía o le sermoneaba, simplemente observaba su comportamiento mágico, la naturaleza que se reproducía y se regeneraba a través de mí. Mi padre se desvivía por él, esperaba ansiosamente el día en que fuéramos a visitarlo y le hacía pequeños regalos maravillosos, nueces, erizos de castañas, puñados de cerezas, saltamontes que después liberaban juntos, pájaros que soltaban al aire, zapaburus que coleaban felices en el agua tras recuperar su libertad.

Yo mismo soy médico. He visitado quirófanos, salas de parto, habitaciones de tuberculosos, camas de cuidados paliativos, laboratorios, áreas de intensivos, boxes de urgencia, servicios de neonatología o unidades de quemados. Todo cambia cuando la persona ingresada en uno de ellos es un ser querido. Ves esos lugares de un modo muy distinto, como si un velo te hubiera cubierto los ojos hasta entonces.

Pasé con mi padre su última noche. Una enfermera acudió varias veces a mi llamada. “No se queja nunca” –le insistí-, “Si dice que le duele es porque le duele muchísimo”. Solícita, la mujer volvía una y otra vez. Yo, que ya no vivía con la madre de Meme, sentí una viva atracción hacia ella. “Lo siento mucho”, me dijo al día siguiente, y después se echó a llorar. Tal vez fuera un ser de otro mundo que vino a acompañar en ese trance a mi padre, el aitite de Meme, un hada llegada de la Tierra Sin Mal, en la que aún creen, según parece, algunos indígenas subdesarrollados.