2010/04/06

RECOMENDACIONES PARA UNA SESIÓN DE VUDÚ




Aproveche usted cualquier tiempo muerto: una conferencia pesada, un intervalo vacío en su jornada de trabajo, la tediosa espera en una estación de tren, un momento de relax en el lavabo.

Es importante que concrete de forma adecuada el objeto de su animosidad. Así, a modo de ejemplo, podrá ser su propio cónyuge, un vecino que le mira con desgana, el anciano a quien tuvo que ceder su asiento en el autobús, el empleado insolente de la ventanilla del banco o un militante político rival.

Si es de noche y se encuentra solo en casa vea un programa cualquiera de televisión desde el sofá. Cuando note que bosteza o que sus ojos comienzan a cerrarse incorpórese y disminuya el sonido hasta que desaparezca. Después, píntese la cara con hollín o con marcas de sangre. Con el mismo efecto podrá utilizarse una pequeña cantidad de carmín o de tinta roja.

Déjese llevar por la intuición. Hable en voz baja consigo mismo, buscando la raíz más profunda de su odio. Quizás alcance a comprender que en realidad es a usted mismo a quien detesta. A modo de ensayo clave una aguja en su propia fotografía. Notará un dolor agudo que atraviesa su sien, su mejilla o el cielo de su boca. Sáquela de inmediato. Concéntrese de nuevo en su enemigo, como si quisiera verlo aparecer ante usted de repente o como si deseara penetrarlo salvajemente.

Piense en la persona a quien desea hacer mal una sola vez, al tiempo que pronuncia una frase en francés, con un lejano acento colonial. Diga cualquier cosa que sepa: “Comment allez vous?”, “Je ne comprends pas le chinois”, o pronuncie varias veces alguna estrofa de la Marsellesa, imaginando que vive en otro siglo, preferiblemente a comienzos del XIX, en la isla de Haití o en Martinica. Después, prenda una cerilla o un mechero de cuerda y queme suavemente las palmas de sus manos. Mientras tanto procure pensar en flores amarillas o en pájaros bobos.

Utilice agujas o utensilios de cocina, cuchillas de afeitar, lapiceros con la punta afilada o vidrios rotos de botellas de ron o de cerveza negra. Da muy buenos resultados valerse de pequeños animales indefensos, como pajarillos o musarañas, en lugar de los habituales muñecos o fotografías. Un sapo, por ejemplo, puede ser una ayuda perfecta. Hervirlo vivo a fuego lento dentro de una marmita provoca en la persona objeto de nuestro resentimiento sufrimientos atroces que pueden prolongarse en el tiempo de una manera casi indefinida.

No es necesario que invoque al diablo. Él sabe guiarse por si mismo a través de las profundidades de su cuerpo hasta las células que crecen en tejidos distantes, unidas entre si por sustancias misteriosas, por dendritas y largos axones, por conexiones invisibles que usted desconoce. Son caminos mil veces recorridos, poblados por minúsculos adoradores de Satán, hijos de sus enfados, de sus pequeños terrores, de violencias recónditas, de maremotos de antiguas desdichas, de desamores, de pequeñas venganzas insatisfechas, de todas las situaciones que no pudo superar y que dejaron rastros de fuego en su cerebro. Necesita realizar el acto maléfico, sacar hasta los últimos vestigios que ha podido incubar el demonio en su interior, no por venganza o por simple perversidad, sino para evitar un cáncer de pulmón o un melanoma maligno.

Una vez que todo haya finalizado llegará a una situación de vacuidad mental y sentirá que el odio se diluye y desaparece. Duerma unos días plácidamente. Después llame a casa de su víctima para interesarse por su salud. Son importantes las formas. El odio no tiene nada que ver con la mala educación. Valore incluso la posibilidad de acudir a visitarle al hospital cuando suceda el inevitable agravamiento. Una revista deportiva o de actualidad política es un obsequio adecuado. Llevar consigo libros de misterio o magacines de ciencias ocultas, sin embargo, podría despertar algunos recelos. Por si acaso trate de estar preparado con una coartada flexible.

Un último consejo. No abuse de los espíritus del mal. Recuerde la viejísima teoría del karma, tan antigua como el Universo, como los ángeles y los primeros demonios: todo daño que se hace a otro ser vivo revierte, tarde o temprano, en uno mismo. Prepárese por tanto, con calma, para su propia muerte.