2010/04/30

UN JUEGO

VICTOR BRAUNER (Adan y Eva)


"Os propongo un juego”, dijo al final de la clase. “Son ya casi las ocho, y yo imagino que, puesto que es viernes, muchos de vosotros habréis quedado con vuestros amigos, con vuestros novios o vuestras novias, o que, en el caso de no tener ninguna cita os iréis a casa rápidamente y allí os dedicareis a leer, a escuchar música, a ver la televisión, o quién sabe a qué, hasta que decidáis que es hora de ir a dormir. Lo que os quiero proponer es que ahora mismo, antes de salir de aquí, dediquéis un par de minutos a pensar en algo que os voy a plantear. Quisiera que os imaginaseis lo que de verdad desearíais hacer en este momento, lo que más os gustaría, vuestro plan ideal para esta noche. El único límite es que sea algo posible, algo que realmente pueda hacerse, hoy mismo, durante las horas siguientes. Es prácticamente imposible, por ejemplo, que alguien coja un avión esta misma noche y se vaya hasta Jamaica o Nueva Zelanda. Es decir, lo que me gustaría que hicierais, si así lo queréis, por supuesto, es que durante unos instantes penséis en cuál sería la noche perfecta, hoy, esta misma noche, y aquí, en vuestro entorno habitual. Luego hacer el favor de compararla con vuestros auténticos planes, y decirme, si os parece bien, si coinciden o no”.

Ante esta propuesta inesperada, todos nos quedamos en silencio, sorprendidos, sin saber muy bien cómo reaccionar. Finalmente, la clase duró hasta cerca de las nueve, pero a pesar de que habíamos sobrepasado ampliamente el horario establecido, nadie se marchó.

De un total de veintidós alumnos, solo uno aseguró que lo que había planeado hacer aquella noche coincidía con sus más fervientes deseos. Tenía pensado irse a casa al terminar la clase y cenar pizza en compañía de su novia mientras veían juntos las películas de vídeo que habían alquilado unas horas antes.

Todos los demás teníamos proyectos que no coincidían con nuestros deseos más íntimos, de los que, en cierto modo, ni siquiera habíamos sido conscientes hasta ese momento. Algunos de mis compañeros se habían citado con sus respectivas parejas, pero ninguno parecía desear con pasión esos encuentros.

Unos cuantos, aunque no todos, se atrevieron a contar ante el resto del grupo el plan perfecto que habían imaginado para pasar las horas siguientes. Algunos de estos planes, de manera sorprendente, tenían que ver con miembros de la propia clase, y un fuerte componente sexual. En dos de los casos los deseos coincidían exactamente, es decir, las personas que contaban ante los demás su plan ideal habían incluido en él a otro miembro del grupo, que a su vez les había escogido para pasar en su compañía esa noche mágica. No todos los alumnos, sin embargo, fueron tan sinceros, como resulta fácil de comprender. Algunos, tras afirmar que era completamente imposible que sus expectativas para esa noche pudieran realizarse, se negaron, con una sonrisa, a dar más explicaciones.

Yo fui uno de estos últimos. No me atreví a manifestar lo que había estado pensando, aunque la persona implicada en el ardiente deseo que latía con fuerza en mi pecho y que hacía temblar mi voz y mis manos estaba justo a mi lado, y a pesar de que ella misma, una muchacha morena, delgada y sonriente, a la que apenas conocía, afirmó en público que le hubiera gustado irse a solas conmigo a dar un paseo por la ciudad o a tomar algo en una cafetería. En aquel momento me venció una extraña timidez, un deseo de huir de la felicidad posible, o tal vez un presentimiento de desgracia. Al salir del aula ni siquiera me despedí de ella, y acudí a la cita que tenía con un amigo para ver una película a la que no presté ninguna atención, sin poder olvidar lo que había ocurrido unas pocas horas antes ni a la encantadora muchacha que había deseado estar conmigo, esa noche, más que ninguna otra cosa en el mundo.

No tengo la menor idea de lo que hicieron mis compañeros. Si regresaron derrotados, como yo, a sus citas preestablecidas, a la monotonía de sus vidas, o si, por el contrario, fueron capaces, sin recurrir a la imaginación, a las satisfacciones solitarias, a los genios encerrados en el interior de viejas lámparas o a vanas esperanzas de un futuro maravilloso, de intentar que sus sueños se realizasen, aunque solamente fuera por una noche.